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21/08/2025

Radiografía de un Homo Argentum: un hijo de 40 años que todavía vive con sus padres, ¿mandato incumplido o crisis económica?

Fuente: telam

“El niño eterno” que interpreta Miguel Granados en el film de Mariano Cohn y Gastón Duprat pone en escena una tendencia que crece en Argentina: la emancipación tardía de los jóvenes. ¿A qué edad se van hoy los hijos del hogar? ¿Cuánto influyen sueldos, alquileres y empleos inestables en esa decisión?

>Oscar se levantó a tomar agua de madrugada y, al pasar por el living de su casa, se encontró con su hijo Ariel, de 39 años, manteniendo relaciones sexuales en el sillón. La situación marcó un punto de inflexión en la dinámica familiar: a la mañana siguiente, él y su esposa Nancy le dieron un ultimátum al “nene”.

—¿Por?— respondió Ariel, entre sorprendido y desafiante.

Entiendo que a mi edad no es lo más normal, pero ¿qué es normal? ¿Irse a los 20, a los 30, a los 40? Esos son puros mandatos. Yo acá estoy fenómeno. ¿Dónde voy a estar mejor cuidado que acá? Además, tampoco dispongo de la plata para irme a vivir solo— siguió Ariel.

La escena —protagonizada por Guillermo Francella, Miguel Granados y Graciela Stéfani— forma parte de una de las 16 viñetas de Más allá de la parodia, “El niño eterno” que interpreta “Migue” invita a reflexionar acerca de la La tendencia es clara: cada vez más jóvenes postergan su salida del hogar familiar. “Se trata de la prolongación de la convivencia intergeneracional, de padres e hijos, conviviendo por más tiempo”, le explica a Infobae la socióloga Mariana Marcos, investigadora del CONICET en el Instituto Gino Germani, integrante de DemoTeV (Demografía, Territorio y Vivienda) y docente de la UNTREF. Según la especialista, este fenómeno no es exclusivo de la Argentina: ocurre también en otros países de América Latina y en distintas regiones del mundo, donde los lazos familiares son fuertes. Aun así, advierte: “No lo naturalicemos. Hay países como los nórdicos, con cultura de emancipación temprana”.

Para el psiquiatra y psicoanalista Juan Eduardo Tesone, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), la permanencia prolongada en la casa paterna obedece a múltiples motivos: “A veces puede ser por comodidad, es decir, estar en una situación de ‘confort’, o por motivos psicológicos que impiden abrirse un camino en la vida. En Italia se los llama ‘Mamones’, en referencia a una relación fusional con la madre”. Un ejemplo que ilustra esta situación es la película francesa Tanguy (2001), en las cual dos padres idean un plan desesperado para que su hijo de 28 años se independice. “El film fue un éxito en Francia porque reflejaba una problemática común: por más que sea un hijo, sigue siendo un otro, con toda la complejidad que implica convivir con alguien que es, a la vez, familiar y extraño”, dice Tesone.

Las relaciones familiares también han cambiado con el tiempo. “Hoy en día, los jóvenes muestran mayor comodidad y cercanía emocional con sus padres. En generaciones anteriores resultaba impensado que invitaran a su pareja a quedarse a dormir en su casa. Con el tiempo, esos límites se fueron corriendo”, sostiene Mariana Marcos.

Como sea, más allá de los aspectos vinculares y culturales, los expertos consultados subrayan que la causa más frecuente de la emancipación tardía está en lo económico. “En la mayoría de los casos, es consecuencia de la crisis habitacional, del desfasaje entre los ingresos de los jóvenes y el precio de los alquileres, y ni hablar de la ausencia de créditos hipotecarios a un costo razonable”, dice Tesone.

En “El niño eterno”, el hijo finalmente se va la casa de sus padres gracias a la ayuda económica que ellos le facilitan. Para los especialistas tiene sentido: el acceso a la vivienda en alquiler se volvió un terreno cada vez más cuesta arriba para los jóvenes. Un informe reciente del Según el Índice de Emancipación (IDE) —indicador desarrollado por el IDUF que marca la relación entre los valores promedio de los alquileres de departamentos y los salarios promedio de los jóvenes en la CABA—, en 2023 la carga del alquiler sobre el salario trepó a más del 70% para quienes intentaban alquilar solos, mientras que en convivencia llegaba al 50%. En ese sentido, el informe concluye que la emancipación individual “es prácticamente inviable con un solo salario joven”.

En el resto del país el panorama no es muy distinto. Según la última encuesta nacional de la organización Inquilinos Agrupados, casi la mitad de los hogares inquilinos destina entre un 30 y un 50 por ciento de sus ingresos al pago del alquiler. Uno de cada cinco inquilinos supera ese umbral, comprometiendo más de la mitad de su presupuesto mensual para sostener el techo.

A cerca de esto, Mariana Marcos explica: “Para salir de su hogar de origen, los jóvenes necesitan un ingreso que lo permita y un mercado inmobiliario que les brinde posibilidades y no sea restrictivo. Esas condiciones han empeorado mucho en las últimas décadas. Según la socióloga, la brecha entre ingresos y vivienda se amplió notablemente: “En los últimos 20 años, la proporción de hogares que alquilan se duplicó del 10% en 2001 a más del 20% en 2022. En un contexto tan adverso, postergar la salida de la casa familiar hasta lograr condiciones mínimas se vuelve una estrategia residencial cada vez más recurrente”, concluye.

“Desde las Ciencias Sociales comprendemos que las edades de la vida —la niñez, la adolescencia, la juventud, la adultez, la vejez— no se desprenden de atributos biológicos ni psicológicos, sino que son construcciones sociales que varían en cada momento histórico y cultural”, le explica a Infobae la socióloga María Florencia Gentile, investigadora y docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS). A ese proceso, que va de la mano de un debate social, se lo denomina “procesamiento social de las edades”.

Pero en contextos de precarización laboral e ingresos inestables, como el actual, esas transiciones se hacen cada vez más difíciles. “Se producen ‘paradojas de estatus etarios’: personas ‘condenadas’ a ser socialmente jóvenes ya que el esperado trabajo estable no se alcanza, aún teniendo edades cronológicas asociadas a la adultez. Otras investigaciones incluso hablan de ‘pibes grandes’: personas de 40 o 50 años que siguen vinculándose al mercado laboral como los más jóvenes y, por eso, no logran ser reconocidos socialmente como adultos”, explica.

¿Y entonces? Si los mandatos sobre cuándo “toca” irse de casa ya no son tan claros, y las condiciones económicas se vuelven cada vez más restrictivas, el pasaje a la adultez aparece lleno de contradicciones. En ese terreno incierto, Tesone recuerda que no alcanza con las decisiones individuales. “Se requieren acciones mancomunadas de toda la sociedad para que, a través de la educación y la creación de fuentes genuinas de trabajo, el esfuerzo vuelva a ser un camino posible de desarrollo personal y familiar. Cuando la especulación financiera o la corrupción lo ponen en duda, las repercusiones sobre el valor del esfuerzo son nefastas, y terminan debilitando también la consolidación de los vínculos familiares y sociales”.

Fuente: telam

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