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16/08/2025

Mi historia con Nélida Sérpico, la mujer que capturó al asesino de su hijo

Fuente: telam

Once años atrás, se hizo pasar por una adicta al paco en el submundo del Bajo Flores para encontrar a un peligroso delincuente y convertirse en un símbolo de la lucha contra la injusticia. Luego, por un tiempo, desapareció

>¿Qué sentí cuando conocí a Nélida Sérpico? Es difícil de decir, intento procesarlo hasta hoy, porque la sensación no fue una sola, porque debería caminar aunque sea una noche en los zapatos de ella para comprenderla, para ver qué se siente atravesar el infierno sin derrumbarse y enloquecer.

No los había perdido por falta de atención, por no cepillarse: se los había volado a golpes ella misma. Decidió hacerlo una noche terrible frente al espejo en su casa de Flores, cuando entendió que ya no había vuelta atrás. Ese hueco en su boca era parte de su disfraz, para que su personaje fuera más creíble.

—¿Y ahora qué, Nélida?, le dije.

Así, terminó nuestro reportaje. Le pedí que posara para una foto. Nélida nunca había dado a conocer su historia, nunca había dado una entrevista en su vida: esta era la primera. Andrés Settepani, el fotógrafo que me acompañaba, logró convencerla. Se puso de pie frente a un poste de luz. Miró de frente, aferrada a su bolso de cosas, sin sonreír. Publicamos nuestro reportaje en la siguiente edición de la revista Noticias, en la que trabajaba en aquel entonces, una nota de dos páginas. El título fue: “Cómo atrapar a un asesino”.

Días después, encendí la tele. Nélida estaba en el palacio de Tribunales, rodeada de cronistas que habían leído el artículo, conmovidos por la mujer de 57 años que se había infiltrado durante seis años en el submundo de paqueros del Bajo Flores, que peregrinó la Villa 1-11-14 en silencio, por las noches, con un hueco en su boca, sin que su familia lo supiera, sin que su marido Miguel Ángel se entere, para buscar al asesino de su hijo Octavio, el menor de los cuatro que tuvo, hasta que lo sorprendió en un pasillo y lo señaló a una patrulla de gendarmes que pasaba, la mamá convertida en detective. Ese asesino era Facundo Ezequiel Caimo, un matón del Barrio Rivadavia I, en la periferia de la Villa, un pistolero parte de una bandita.

Caimo odiaba a Octavio porque Octavio, grandote y temperamental, lo había vencido. Se habían trenzado dos veces a golpes, mano a mano en el Bajo Flores. Octavio no se dejaba intimidar, no le aterraba la fama de picante de Caimo, parte de una banda de la zona, despreciada y temida por los vecinos, quienes los llamaban “Los Quebrados”.

El 22 de diciembre de 2005, Caimo cruzó a Octavio en un pasillo. “¿Viste cómo te regalás?”, le dijo el asesino. Así, tomó su pistola nueve milímetros y le disparó. El tiro le atravesó el cuello a su víctima. Nélida llegó poco después para ver el cadáver de su hijo en el pasillo, casi desangrado. “Alguien me vino a pasar a buscar en un remise para contarme que habían matado a mi hijo. Llegué al barrio y me quedé al lado de su cuerpo. Se hicieron las seis de la mañana y nadie pasaba a llevárselo”, me relató en aquella entrevista. La Policía Federal contó 13 vainas servidas en la escena.

Pasó el tiempo. La idea de encontrar a Caimo giraba en su cabeza. “Me habían contado que Caimo paraba por ahí, y fui a seguirlo. Sé que Susana Trimarco se metía en los prostíbulos a buscar a Marita Verón. Hay mujeres que encuentran lo que la Policía nunca pudo encontrar”, siguió Nélida. Comenzó a patrullar el Bajo Flores por las noches. Luego, se dio su metamorfosis, de a poco. Nélida entró en el disfraz.

En algún punto de 2011, Nélida salió de su casa, sin dar explicaciones, para posar como una zombie de la pasta base, perdida en los pasillos, donde la banda del matador de su hijo ganaba en poder y temeridad. Los Quebrados del Bajo Flores, supo después la Justicia, habían evolucionado de simples rateros a supuestos aprendices de dealers.

Algunos días antes de que el Tribunal Oral Criminal N°1 lo condenara a 15 años de cárcel, Caimo -que llegó preso al juicio- usó su derecho a hablar. Decidió no responder preguntas; prefirió hacer un monólogo de algunos minutos, su defensa pidió que sea incorporado por lectura al expediente.

Dijo que no tenía nada que ver con todos los delitos que lo imputaban, que a los chicos a los que supuestamente les había disparado los conocía solo de vista del barrio y que el que disparó fue otro, que trabajó en una remisería y que jugó al rugby, que hacía dos años atendía el teléfono en una agencia de venta de autos, que tenía una familia allá afuera que estaba sufriendo.

Así, Caimo fue condenado y regresó a su celda en el penal de Marcos Paz.

Su historia de violencia allí fue larga. Comenzó días después de que ingresó, el 12 de agosto de 2013, casi un año antes de su condena, cuando fue parte de una pelea que terminó con un herido de faca.

El más grave de todos los problemas en su legajo terminó con un muerto. Ocurrió el 5 de mayo de 2014, tres meses antes de su condena, un cadáver en el Pabellón N°1, el de Rodrigo Ruiz Rodríguez.

Nélida vivió su vida, como pudo, siguió adelante con los años. Y un día, en noviembre de 2019, desapareció.

“¿Dónde está?“, le pregunté a Miguel Ángel, su marido, tras meses sin saber de ella. El hombre aseguró que Nélida dejó su casa en el Bajo Flores el mediodía del 27 de octubre para ir a votar al colegio Instituto Medalla Milagrosa en la calle Curapaligüe al 1100.

Entonces, la hice yo. Me presenté en una comisaría de la Policía de la Ciudad y la formulé. Declaré durante una hora.

La prensa se movilizó. La notifica fue replicada. La Policía de la Ciudad se movilizó, con su división Búsqueda de Personas.

Quizás la situación la agobiaba. Miguel había sufrido dos preinfartos en los últimos años: perdió su trabajo de vigilador nocturno tras el último, por el que estuvo internado dos semanas. Su hijo mayor estaba en situación de calle, iba y venía de la casa, dormía en plazas y parques.

Facundo Caimo, ya absuelto del homicidio por el que fue acusado en el penal de Marcos Paz, fue trasladado a la cárcel federal de Rawson, donde se sientan pesados como “Mameluco” Villalba y En junio de 2020, Caimo pidió salir de prisión durante la pandemia, con la excusa del coronavirus. Manifestó padecer de alergia, hipertensión, diabetes, decía que sufría de várices y tendón de Aquiles. Su defensor oficial peleó en cada instancia. La Sala II de la Cámara federal le negó la chance. Su pena se dará por cumplida el 26 de mayo de 2028.

Fuente: telam

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