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15/08/2025

Lecturas para el fin de semana: la poesía como utopía cotidiana

Fuente: telam

¿Puede el lenguaje transformar el mundo? Un recorrido por cuatro libros que sueñan con torcer el hierro con la mirada

>La poeta austríaca Ingeborg Bachmann dijo una vez, en una conferencia, que “si tuviéramos la palabra, si tuviéramos el lenguaje, no necesitaríamos las armas”. A ese desapego podríamos agregarlo todo: dinero, trabajo, casa, comida, ¿amor? Pero ella se refería (también) a otra cosa: nombrar es poseer y definir es limitar. En ese juego, la poesía puede torcer el hierro solo con mirarlo. Si la poesía puede llevar al lenguaje a construir la forma jamás pensada siquiera, ¿acaso no podrá, sino transformar el mundo, imaginarlo en su versión ideal? ¿Qué puede la poesía? ¿Acaso una utopía cotidiana?

Son dos voces. Benicio y Leonor. Una correspondencia que tiene detrás la forma más íntima del diálogo: escuchar, entender, salvar. Él le dice: “Leonor: / Es toda una ilusión / el dolor, la carne, la vida. / La irrisoria existencia / es el mejor engaño”. Y ella responde: “Querido: / Tiene al sol en la llama de una vela / no pida más”. El libro se llama Leonor, es de Pablo Andrés Rial y en pocas días llega a las librerías; publica Caleta Olivia. Con pocos trazos, el poeta dibuja dos posiciones y proyecta un interrogante universal subrayado por la época: ¿pueden los soñadores sacar del abismo a quienes perdieron toda esperanza?

Arthur Rimbaud llegó a Londres a fines de 1872 como fumador ocasional de hachís y para principios de 1873 ya era adicto al opio. En esos meses, y en esa aceleración narcótica, escribió Una temporada en el infierno. El libro —en realidad, un folleto de 58 páginas— se publicó días antes de que cumpliera 19 años. Fue lo único; lo demás son cartas y poemas sueltos reunidos. No necesitó más. Con el espíritu aniquilado, se fue de viaje: fue soldado en Indonesia, oficinista en Yemén, vendedor de armas en Etiopía. Volvió enfermo a Francia, a Marsella, donde murió en 1891 a los 37 años.

Aquel libro tiene uno de las más grandes líneas de la poesía toda: “Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga. —Y la injurié“. Inmediatamente después, escribe: ”Me armé contra la justicia”. La potencia de ese simbolismo es letal, y tiene su correlato en lo que define como “alquimia del verbo”: desde “inventar un verbo poético, accesible, un día u otro, a todos los sentidos” hasta “escribir silencios, noches, anotaba lo inexpresable”. Nombrar lo infinito. “Terminé por encontrar sagrado el desorden de mi espíritu. Permanecía ocioso, presa de pesada fiebre”, escribe.

El filósofo francés George Steiner, citado en el prólogo, decía que “la principal división en la historia de la literatura occidental”, que se da entre la década de 1870 y el 1900, ”divide una literatura esencialmente establecida en el lenguaje de otra para la cual el lenguaje se ha convertido en una prisión >Eugenia Straccali tomó con las dos manos aquella máxima que Rimbaud escribió en una carta de 1871 y produjo su propia obra. Rimbaud puso “Yo es otro” y esta poeta platense escribió Ojos fríos (Vuelo de Quimera, 2024), un poemario sobre la adicción al crack para extremar el dolor hasta apagarlo. Por momentos es “una niña que resiste como una mujer”, por otros “una mujer que se ovilla como una niña”. Un recorrido hondo, intrépido, delirante, desolador por esas “zonas en la selva donde las orquídeas cuelgan siniestras”, mientras suena Attaque 77 y, entendemos, “somos bestias inflamables”.

El poeta palestino Mahmud Darwish murió tras una operación a corazón abierto en 2008. “Tenemos un único sueño”, dice en el poema “Las golondrinas de los tártaros”. “Que el aire pase / como un amigo, difundiendo el olor del café árabe / por las colinas expuestas al verano y al forastero (...) Tenemos un único sueño: dar con / nuestro sueño, como cada muerto / con su estrella”. Darwish nació en 1941 en Galilea, hoy ya Israel. El ejército ocupante, durante la Nakba, destruyó su aldea. Era apenas un niño. Con su familia huyó al Líbano, pero al tiempo volvieron. Su casa ya no existía.

Fuente: telam

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