11/08/2025
La operaron de urgencia, sufrió un ACV y logró que los médicos le dejen hacer lo que más le gusta: “La vida son solo dos minutos”

Fuente: telam
Cada sábado, Lola Cainzos sale a la cancha con un palo de hockey, un protector de pecho de esgrima, una máscara y un casco. Los médicos le advirtieron que lo que hace es como "cruzar la 9 de Julio con semáforo en verde". El partido más difícil que tuvo que jugar con 21 años y sin saber que una bacteria le había devorado la válvula mitral, y la decisión que tomó a pesar de los riesgos: "Mi vida es blanco o negro y quiero disfrutarla mientras esté acá"
>La primera vez que escuché hablar de Lola Cainzos fue por mi hija, durante una comida. Alguna vez se había cruzado en la cancha de hockey con ella porque a Lola, defensora del Hurling Club, le había tocado marcarla, conocía bien a su hermana mayor y estaba impresionada con la tragedia que atravesaba su familia. Esa chica de 21 años estaba internada en la terapia de un sanatorio, peleando por su vida y la tenían que operar del corazón. Había que rezar.
Lo primero que me vino a la cabeza, como madre de deportistas que entraron repetidas veces a quirófano, fue “¡pobre madre! Lo que debe sufrir en la cancha con cada partido“. Insoportable. Por supuesto la curiosidad pudo más y pedí su contacto. Quería conocer su historia de primera mano y sus motivos para correr semejante riesgo de morir en la cancha.
La primera frase que me sale no es la pregunta de una periodista, asoma la madre.
Lola se ríe y no dice mucho. Quedará claro a lo largo de nuestra entrevista que es mayor de edad y que, por mucho que se le opongan, ha decidido lo que quiere hacer con lo que le tocó en la vida.
Para Lola sus peripecias con la salud comenzaron en mayo de 2021. Todavía estábamos encerrados por la pandemia y arrastrando los sustos del covid-19.En ese momento Lola estudiaba Comunicación Digital en la Universidad Católica Argentina y entrenaba en el Club Hurling tres veces por semana. Una distensión del cuádriceps se coló entre su cansancio y su malestar, ese que había hecho que una cuadra le pareciera mucha distancia para su agotado cuerpo. Empezaron también los dolores de cabeza intensos al mismo tiempo que se sumó otro síntoma: una tos persistente que volvió sus noches un infierno.
“Tenía tanta tos que me asusté y fui a una guardia. Como todavía era época de covid te despachaban enseguida. No tenía fiebre, me revisaron y no vieron nada más. Me dijeron que volviera si no se me iba la tos. Los días pasaron, la tos fue para peor y experimentaba chuchos de frío. Esta vez volví a la guardia con mamá. Me hisoparon y di negativo para covid. Me recetaron un puf porque pensaron que podía ser algo asmático. Más o menos una semana después levanté fiebre, ya estábamos en el mes de julio. En el sanatorio esta vez me hicieron más estudios y una placa. Creían que podía ser neumonía. Al final, dijeron que era un cuadro de bronquitis. A todo esto, yo seguía haciendo mi vida con muchísimo esfuerzo. Seguí entrenando y jugando al hockey los sábados. Un día noté que se me habían hinchado los tobillos, el izquierdo sobre todo. Pensé que me había esguinzado y seguí adelante con mi semana deportiva”.“Juani tenía su cabeza apoyada en mí pecho y le llamó la atención el ritmo de mis latidos. Me dijo: ‘Che, te está latiendo muy fuerte el corazón, va demasiado rápido’. Era rarísimo porque no estaba haciendo nada, solo estaba quieta en un sillón. Volví a mi casa y se lo comenté a mis padres y fuimos, ahí mismo, a ver a un vecino nuestro que es cardiólogo. Me revisó y me dijo que era una arritmia. Me indicó que fuera al Instituto Cardiovascular para que me hicieran un monitoreo cardíaco, para descartar algo más grave. Conseguimos con ayuda un turno para un Holter. Tenía el corazón acelerado, pero no encontraban nada más y los estudios de sangre daban bien. Me sentía frustrada porque nadie podía diagnosticar qué me estaba pasando. La verdad es que me sentía muy mal, pero no quería ver a ningún médico más. Mamá quería hacer otra consulta con una doctora que le habían recomendado del Fleni, pero yo estaba negada, harta de tantas vueltas. Insistió y, después de hincharme mucho, me convenció de ir a verla. Ese día me terminaron haciendo mil estudios más durante unas siete horas. En uno vieron un derrame en un pulmón, parecía neumonía. Pero al final vinieron a decirme que me tenía que quedar internada porque, además, había una enzima cardíaca que daba demasiado alta. Había que estudiarme más”.
Lola pensó que era un mal chiste. No podía ser para tanto. Ella se sentía mal, notaba la poca energía que tenía y que sus latidos iban acelerados, pero no podía creer que tuviera que quedarse adentro del sanatorio. ¿Qué tan grave podría ser? Bromeó con sus compañeras de hockey y les envió una foto al chat. “Me internaron. En la camilla que estaba me enchufaron de todo. No entendíamos mucho qué pasaba. Pero me tenía que quedar sí o sí. El problema es que como todavía era época de covid no había lugar para ingresarme en ningún sanatorio. Lo primero era encontrar cama para derivarme”, relata. Era el martes 3 de agosto de 2021.“Todo era re loco. Me pasaron por mil pisos y me aislaron porque temían que tuviera covid. Estaba sola y no podía entrar nadie. Hasta ese momento no pensé que fuera tan serio lo que me estaba pasando. Creía que en dos días volvía a casa y a mi vida de siempre”, cuenta.
Un rato más tarde fue transferida al sector de cardiología donde le hicieron un ecodoppler cardíaco. Recién ahí se pudo ver lo que le estaba pasando desde hacía tanto tiempo en su interior. “Descubrieron que mi válvula mitral había sido comida por una bacteria y que por eso mi sangre iba mal por mi cuerpo. Eso explicaba todos mis síntomas y el cansancio atroz”, afirma. El parte médico señala: válvula mitral “decapitada”.
Descartado el covid y con esta novedad, la pasaron a otro piso y pudo reencontrarse con sus padres.Susto tras susto. Y seguía sintiéndose pésimo.
“Solo recuerdo a papá agarrándome de la mano llorando, diciéndome que me iban a tener que operar de urgencia del corazón. Me dije bueno, lo que haya que hacer que lo hagan rápido porque yo siento que me estoy muriendo. ¿Miedo? No tuve tanto porque me sentía muy mal, pero ver a mi papá tan conmovido me hizo entender que era algo complejo. De todas formas no hubo mucho tiempo para procesar nada, todo fue veloz”.
El diagnóstico fue “endocarditis bacteriana”. Podía ser por algún estreptococo que hubiera ingresado al cuerpo de Lola quién sabe por dónde. Una vez que la bacteria se incorporó al torrente sanguíneo viajó hasta alojarse en su válvula cardíaca y la dañó irremediablemente.La operaron el sábado 7 de agosto. Un sábado como los que Lola adora de hockey.
Este sábado tan especial Lola jugó un partido distinto, el de la vida.
Lola asegura no haber experimentado demasiado temor. No hubo tiempo para que el pavor encallara en ella, se sentía demasiado mal para poder pensar con profundidad y no tomó conciencia de la real gravedad hasta que todo pasó.
Vale aclarar, no lo dice ella sino los papers médicos, que una endocarditis bacteriana (infección del endocardio que es el revestimiento interno del corazón con pérdida de la válvula mitral) suele tener una mortalidad elevada, de entre el 20 al 30 por ciento o más según cada caso. Cuando la destrucción valvular es total puede elevarse ese número dramáticamente. No había sido ninguna pavada.
“Todo había salido bien, pero me seguía sintiendo mal. No me pude parar por muchos días. Me tenían que bañar en la cama. Durante todo ese tiempo no me sentí persona. No podía hacer nada sola. Ni ir al baño. Me obligaban a tomar mucha agua porque no hacía pis y tuvieron que colocarme una sonda. Una kinesióloga iba a moverme las piernas. Estaba enojada con la vida. No quería que apareciera nadie más a hincharme con nada. Me costó, estaba mala onda. Mandaron a una psicóloga para que hablara conmigo, pero yo no quería hablar. Retomé la terapia mucho tiempo después”, reconoceLola sintió el cimbronazo inmediatamente: “¡Imaginate cuando oí eso! El hockey es mi pasión, lo que me hace feliz. Empecé a llorar como loca. Llamé a mi hermana Cata para contarle, para poder llorar con alguien. Ellos ya lo sabían y querían estar cuando me lo dijeran. Vinieron todos de inmediato a consolarme. No estaba preparada para que se me termine el deporte para siempre. ¡Mi familia está atravesada por el deporte! Mi papá es entrenador; mi hermana juega hockey; mis hermanos, al rugby; mi novio también hockey... Siempre hice vida de club. Los sábados siempre fueron mi día favorito. Esa tarde que me anticiparon que no volvería a jugar estuve llorando tres horas sin parar”.
“Pasé una semana de locos. Me operaron del corazón de un día para el otro, una bacteria hizo fallar una de mis válvulas y no había otra opción. Hay días de los que no me acuerdo, otros que me quisiera olvidar y algunos que sigo buscando la respuesta de por qué a mi. Otro año sin hockey y, tal vez, el fin de esa etapa. Los médicos me dijeron que no puedo jugar más y estoy partida al medio (física y emocionalmente). El hockey es todo para mí, es mi motor, mi despeje, mi cable a tierra y mi felicidad. ‘Podés jugar al tenis’ me decía una de las médicas que me atendió pero no entiende, no sabe lo que es tener una pasión y que de un día para otro te serruchen al medio y te digan que no podés seguir con eso. ‘Hay que reinventarse’ me dicen todos o ‘todo pasa por algo’, pero me encantaría saber por qué carajo esto me pasa a mi. Ya sé que entrar en esa no me va a dar ninguna solución, no me va a ayudar en nada, pero hoy estoy triste, hoy me quiero ir de acá, hoy estoy cansada. Quiero estar con mis amigas, con mi familia, con mi novio que se va en unos días y yo estoy acá encerrada sin poder verlo. Quiero que me dejen de pinchar por todos lados, quiero que esta pesadilla se termine de una vez. Quiero volver a como era todo antes, retroceder el tiempo. Siempre pienso un día más es un día menos, pero hoy no puedo más. Ya está, no quiero más. Basta Dios o universo o quien sea que esté mandándome toda esta mierda, ya no aguanto más. Quiero estar bien, quiero poder vivir plena y felizmente. Me quiero ir de acá, no puedo más. Hace unos días pensaba, levantate Lola, estás soñando y es una pesadilla horrible, levantate. Pero siempre estuve despierta. Me parece injusto, me da bronca, quiero putear a todos o a mí por haberme agarrado esa bacteria no sé cómo. Quiero entender por qué esto me pasa a mí y en este momento. Lo estaba logrando, me estaba ganando mi lugar en primera y no. Me arrancaron la ilusión de un día para otro. Me quiero ir. Me quiero sacar esta faja, esta venda, esta cicatriz. Quiero salir de esta cama y poder caminar por la calle como una persona normal, quiero comer comida de mi mamá, quiero volver atrás y que nada de esto haya pasado. Y si es verdad que todo pasa por algo quiero entender por qué esto me pasó a mi”.
Lola estaba atragantada con lo que le habían vaticinado, no podía digerirlo. Ese fin de semana sus padres consiguieron que la dejaran ir a su casa con la promesa de volver el lunes para los estudios que faltaban y continuar con el tratamiento. Pensaron que le haría bien un poco de normalidad.La pericarditis es una inflamación de la membrana que rodea al corazón que puede tener distintas causas, incluso puede ser una consecuencia de la propia cirugía. Ese líquido alrededor del músculo era preocupante.
Cuando unos días después le quitaron ese tubo tuvo que volver a quirófano: su herida no cerraba bien porque estaba anticoagulada. Debieron coser. El huracán médico parecía no ceder. “Todos estábamos mal. Mis padres… Mi mamá estaba muy mal. Aunque trataban de disimular”, confiesa Lola. Para intentar animarla, su madre Carolina le ponía una canción de Diego Torres: Hoy.
Hay una frase de la canción que dice así y es imposible no asociarla con Lola y con la decisión que estaba por llegar, la de no dejar el hockey: “... buscar ese lugar que nos hace sentir vivos. Quiero ser, creer, buscar, volver a empezar una vez más, sentir que todo ha cambiado, dejando atrás el pasado, puedo ir, seguir, vivir, luchar por un sueño hasta morir, llegar hasta donde nadie ha llegado, llevando el presente a mi lado…”.
Le dieron el alta el 3 de septiembre de 2021. Seguiría con internación domiciliaria: un enfermero iba a domicilio para pasarle los medicamentos. “Tenía que tener mucho cuidado con la comida porque me bajaba la presión muy fácil. Tuve que aprender a estar más tranquila, a bajar las revoluciones porque soy tremendamente inquieta. Seguí cursando la carrera desde casa y ¡me terminé recibiendo el mismo día que mi hermana Cata que estudiaba derecho!”.Su obsesión por volver a jugar hockey crecía. En febrero comenzó un peregrinaje por distintos médicos para hablar del tema. Todos se negaban a firmar un apto físico para que ella pudiera volver a hockey.
Según Lola, a su madre Carolina (53) la podía el miedo ante su decisión. Con su padre Fabián (57) terminó dirimiendo la discusión con un texto por WhatsApp que decía: “Jeje la vida es una Fabo, y elijo vivirla con las cosas que me hacen muy pero muy feliz y entre esas cosas está compartir el club con toda mi familia, los sábados, las vueltas de los martes y jueves con vos en el auto. Como dirían algunos con palabras medio trilladas estamos de paso’ y quiero aprovechar mi paso por acá haciendo todo eso que me llena de felicidad. Nunca te olvides que aunque no lo demuestro taaaanto te quiero infinitamente”. Cerró lo dicho con tres corazones verdes. Supongo, solo supongo, que es por el color de su club. En fin. Cartas jugadas. Contra viento y marea, Lola volvería a empuñar su palo de hockey.
Volvió a jugar el sábado 30 de abril de 2022. Era un amistoso. El primer partido oficial fue unos días después, el 7 de mayo, contra San Marcos. Hoy Lola sigue jugando en plantel superior de la B. En la espalda lleva el número 26 y es defensora central.Dice que no tiene pensado cuando dejará el hockey. Por ahora no. “Me hace muy bien y lo disfruto mucho. También es cierto que algunas amigas van dejando, pero llegan otras más chicas que me dicen La Señora”, confiesa con una carcajada. Cuenta que, además, está trabajando para una marca de afuera que se llama Tastemade y para una agencia de restaurantes, también tiene clientes a los que les maneja las redes sociales.
Lola va con el siglo, el último 12 de junio cumplió 25 años. Todos los meses se hace controles para ver cómo está la liquidez de su sangre y si deben o no ajustar la dosis de sus remedios. Le pregunto cómo lleva los sábados de hockey su madre: “Mamá aprendió a soportarlo. Se fue acostumbrando”.
Le pregunto algo más. Si no le parece un poco egoísta su posición para los que la quieren. Admite que sí: “Recontra, claro. Me sentí egoísta. Por ejemplo cuando mamá me decía que no podía entender la decisión que estaba tomando. Le parecía totalmente inconsciente. Pero también pienso que cada uno es el protagonista de su vida y en vida tenés que hacer las cosas que le apasionan. En mi caso eso me lo genera el hockey. ¡Claro que también tengo ganas de vivir! Yo sé que es peligroso lo que hago, pero no creo que sea recontramegapeligroso (se ríe con su palabra eterna). Siempre bromeo con mis amigas que la vida no se recursa, es ésta. Estoy acá y quiero hacer lo que me gusta mientras esté”.
Fuente: telam
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