10/08/2025
Juan José Becerra: “Como escritor, no llego ni a rozar la sombra de lo que quise alcanzar”

Fuente: telam
El escritor argentino acaba de publicar “Un hombre” y “Dos mujeres”, dos novelas breves y vinculadas entre sí por temas como el consumo, el rol del dinero, la insatisfacción, la familia y el paso del tiempo
>La primera sorpresa: Juan Becerra no acaba de publicar una novela sino dos. La segunda: las novelas no son independientes, o sí, se proponen como una lectura conjunta, es más, se venden juntas. Sin embargo las historias tienen sentido autónomo y hasta podrían inspirar un juego, el del orden de la lectura, ver cuál de las dos novelas elegimos leer primero. Una herencia Rayuela, podríamos decir.
Hay, también, otra conexión y es una escena puntual. Ocurre en una ruta; el protagonista de Un hombre conduce su auto, las protagonistas de Dos mujeres van caminando y se da una breve situación de encuentro, sobre todo entre dos de ellos. Esa clase de encuentros que pueden torcer destinos. O no.
Inesperadamente, hacia el final, sin risas, Becerra explicará lo que describe como decepción con la obra propia, aquella que soñó transformadora de realidades a través del. lenguaje. Y ahí llegará la frase sombría, despiadada: “Como escritor no llego ni siquiera a rozar la sombra de lo que quise alcanzar”.
— No sé, quizás búsqueda es más seria como palabra para la pretensión que, por otro lado, no sé muy bien cuál es, porque yo no la asocio a un programa. Lo que veo, porque vos nombrás la novela anterior, es que siento como una incomodidad con el libro. No cuando leo libros de otros. Con esa relación no tengo ningún problema, es la de siempre. Pero cuando escribo un libro mío, el libro, como continente, empieza a generarme una inquietud. De hecho el libro anterior, — ¿Lo expandiste?
— ¿O sea que lo que ocurre un siglo después en a trama es lo que le agregaste?
— Claro. El libro era la novela que es toda la parte final, que es como un bloque, no sé, si hablamos de porcentajes, el 70, 80% del libro.— Entonces eso ya estaba y así se iba a publicar. E iba a tener un título que iba a ser Otra novela de amor. Y a mí había algo que no me resultaba asimilable con la escritura del libro, con cierta voluntad de desborde que yo empiezo a sentir en los libros que escribo desde hace algunos años. En los últimos, te diría. Entonces, el libro me parecía como demasiado escultórico para el movimiento interior que yo pretendía.
— Dijiste “continente” antes, ¿no? Como que hay algo con el continente que no se estaría correspondiendo con el contenido.— ¿Y cuánto tiene que ver eso con el Becerra periodista y guionista?
— No, yo creo que casi nada, te diría. Casi nada. Porque en eso soy muy obediente. Se trabaja en otro código. Entonces siempre hay como una especie de fantasma empleador, por más que uno se sienta libre haciendo lo que hace.— Sí, pero no siento la presión del continente, digamos. Sí la siento en los libros que hago. Y en los últimos libros que hago, sobre todo, que digo: puta, qué mal que todo tenga que ir a parar a un libro cuando en realidad la lengua es una actividad incesante, aun cuando esté cristalizada en la escritura. Lo que me incomoda es la cristalización de la lengua en la escritura, siento que hay una pérdida. Y no es una pérdida en el sentido de la terminación, al contrario, es porque hay una terminación que siento la pérdida y entonces empiezo como a anhelar una literatura pre bibliófila, digamos.
— El relato.— No, no son boludeces. Publicaste las novelas Un hombre y Dos mujeres, cuyas tapas componen una misma imagen que está partida en dos. Las novelas tienen puntos de vista diferentes y narradores diferentes. En Un hombre tenemos a un señor de mucho dinero, coleccionista y fanático de los autos, más precisamente de determinados autos y de determinada época; un hombre que se va encerrando adentro de una especie de fortaleza que construye para albergar esos autos. Al mismo tiempo empieza a salir a partir del contacto que entabla con otros hombres que son muy diferentes a él. En el caso de Dos mujeres, lo que tenemos es un personaje que alguna vez tuvo lo que llamaríamos una vida cómoda pero empezó a estar incómoda con eso y decidió abandonar a su familia y ese supuesto bienestar. Hay otra mujer que un día la ve y se fascina con el personaje y la empieza a escuchar. Hay vasos comunicantes entre ambas novelas, no solo la tapa. Hay incluso un momento de contacto entre los personajes de las novelas. No quiero avanzar mucho pero percibí esta idea de la insatisfacción que vos estás mencionando ahora.
— No solo tuya.
— Sí, el confort. Confort es la palabra.
— Son sus vecinos, sí, sí.
— A mí me impresiona mucho en Dos mujeres el modo en que lo que aparece eso que llamás “el programa de fuga”, que contempla cuidados. Un programa que contempla que no haya sufrimiento por esa partida.
— Eso me impresionó y me conmovió mucho. La imagen que se va y mira a la distancia para asegurarse que sigue todo bien, ¿no? No me necesitan tanto. O sea, con lo que les enseñé se arreglan para sobrevivir sin mí.
— (Risas) Machista.
— Y por eso fuiste y escribiste esto. No, en serio: acá hay algo en el personaje de la mujer que deja el confort y decide vivir con lo mínimo. Es fantástico cómo está logrado ese proceso, Juan.
— Vos hablabas antes de especie. Ella dice que por naturaleza no la necesitan más porque aprendieron lo que tenían que saber para arreglarse solos.
— Porque nos gusta (risas). Porque en algún punto nos gusta.
— ¿Diciendo: “arreglate solo” o cocinándole?
— Para no dañar.
— Sí, sí.
— Cuando te leía pensaba –y alguna vez escribí también sobre el asunto–, muchas veces, cuando a uno le toca viajar solo, dejando justamente todo lo que te acompaña día a día, que no es solo la casa sino las personas, la familia, muchas veces existe esa fantasía de esfumarse. Y, de hecho, conocemos historias de gente que un día se fue por un rato y no volvió más.
— Existe esa fantasía de: ¿y qué pasaría? ¿Cómo seguiría todo sin mí? Pero no porque me muero sino porque me fui.
— Totalmente, sí.
— Leía el otro día que un marido de Olivia Newton-John hizo eso en 2005.
— Estaban en el barco y de pronto él desapareció y durante años creyeron que estaba muerto y en realidad tenía deudas y se había esfumado.
— Una máquina que armaste vos, por otra parte.
— Bueno, vos por lo pronto lo escribiste. Pensaba que tu novela anterior se llamó Amor, título tan simple y tan ambicioso, al mismo tiempo, ¿no? Y ahora, algo parecido: Un hombre. Dos mujeres.
— Antes mencionabas que el título de Amor cambió. ¿Cuando empezás a trabajar no tenés título para las novelas?
— Leía las novelas y pensaba en Saer, sobre todo por la caminata en Dos Mujeres, pero en Un hombre, esa manera de referenciar al personaje todo el tiempo de otro modo (“el empresario”, “el coleccionista”) me hizo pensar: en algún momento va a ser “el matemático”.
— Por eso, todo el tiempo aparece así, como cambiando la imagen de la figura. Y en el caso de las mujeres esa caminata. Esas calles, esos cruces inexistentes, inventados. Sos muy lector de Saer pero tu prosa no es heredera de la prosa de Saer.
— ¿Lo ves solemne?
— No, en absoluto.
— ¿Qué extrañás de esa primera etapa de Becerra escritor?
— ¿Estás insatisfecho? A ver, quiero decirlo bien, ya que estamos hablando del lenguaje. Porque sos un autor al que le va bien: tenés lectores y sos celebrado por la crítica, algo que no siempre pasa al mismo tiempo. Lo que puede pasar es que, de pronto, uno diga: todo bien, pero yo no estoy conforme.
— ¿De los recursos? ¿Del vocabulario? ¿De los temas?
— Bueno, no, porque de hecho hay obras que a uno como lector le encantan y que lo que quiere es justamente que el autor siga pronunciando aquello sobre lo que va.
— Para cambiar el mundo con tu literatura (risas).
— ¿Estos libros eran libros separados o siempre fueron dos libros en paralelo?
— ¿Vos viste la película coreana — No.
— Todos lo tenemos en la cabeza. Aparte, viste cómo es, te detuviste y decís: pero por qué no seguí. Y seguiste y decís…
— Pero tarde, ¿no? Típico del hombre.
— Bueno, sí, mi formación literaria viene de Alberto Migré.
— Mirá, yo recuerdo un hecho por supuesto muy anterior a leer a Puig. Muy anterior. Que Puig también es otro de mis escritores, así como Saer.
— Me fascina. Aparte es un escritor de pueblo. Yo que soy de un pueblo, más o menos un pueblo, digamos, comprendí siempre el código de Puig. No lo admiré como si fuese, no sé, el Wharhol de la literatura. No, lo admiré como un telenovelista. O un cinenovelista, en su caso. Pero yo tengo el recuerdo del primer relato de amor del que me sentí muy atraído, muy atrapado, y yo tendría 12 años. Fue con Piel naranja, la novela con Arnaldo André y Marilina Ross. Yo estaba totalmente enamorado de Marilina Ross pero de una manera, con 12 años… Y ese amor que termina en tragedia, esa vuelta de tuerca.
Fuente: telam
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