08/08/2025
El miedo a mirar lo que duele: el arte de negar hasta que es tarde

Fuente: telam
Hay algo de lógica infantil en nuestro modo de afrontar el malestar: creemos que si ignoramos el problema, el problema desaparece. Pero lo que se ignora no se disuelve. Se desplaza. Y suele volver con más fuerza
>Una madrugada cualquiera, un hombre se despertó sobresaltado por el estruendo de una alarma. Con sueño y fastidio fue hasta el tablero: era la de incendio. En efecto, algo olía a quemado, el aire estaba denso. Buscó una pinza y cortó los cables. La alarma se apagó. Respiró aliviado. Y volvió a dormir.
Hace unos meses una amiga me contaba que su marido venía sintiendo un cansancio raro, sin razón aparente. Él lo atribuía al estrés, al calor, al trabajo, al “estar grande”. Los estudios se postergaban siempre para “la semana que viene”. Hasta que un día le falló la pierna subiendo la escalera. Terminó internado. Infarto. El cuerpo venía avisando, pero él no quería escuchar. No por necedad: por miedo. Porque asumir que algo podía estar mal era más amenazante que el síntoma en sí. Era más fácil apagar la alarma que encender la lámpara de la conciencia.
¿Cuántas veces hacemos eso? Percibimos el síntoma —físico, vincular, emocional—, pero en vez de atenderlo, lo desconectamos. Seguimos como si nada. Tal vez no porque seamos irresponsables, sino porque la sola idea de lo que puede haber detrás del ruido nos resulta intolerable. El humo da miedo. La alarma inquieta. Entonces, elegimos el silencio antes que el coraje. La negación antes que la verdad.
Detenerse a mirar a veces duele, no somos tan racionales como creemos: somos seres emocionales que muchas veces preferimos una certeza falsa antes que una verdad dolorosa. Hay algo de lógica infantil en nuestro modo de afrontar el malestar: creemos que si ignoramos el problema, el problema desaparece. Pero lo que se ignora no se disuelve. Se desplaza. Y suele volver con más fuerza.
Cortar la alarma es una manera de sobrevivir al miedo. Lo trágico es que esa supervivencia muchas veces impide la vida.Las alarmas existen por una razón. No están para molestarnos. Están para despertarnos. Lo difícil es que despertar exige responsabilidad. Implica hacernos cargo de lo que duele, de lo que ya no funciona, de lo que pide un cambio. Es mucho más fácil silenciar la alarma que afrontar lo que nos exige crecer.
Quizás sea tiempo de preguntarnos: ¿qué alarmas estoy silenciando? ¿En qué aspectos de mi vida hay humo, pero me convenzo de que es vapor? ¿Qué síntomas, conductas o emociones vengo anestesiando para no tener que cambiar?* Juan Tonelli es speaker y escritor. El texto es parte del libro “Un elefante en el living, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar”.
Fuente: telam
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