29/07/2025
A 25 años de la muerte de René Favaloro: cómo fueron sus últimas horas y las siete cartas que dejó como testimonio

Fuente: telam
El 29 de julio de 2000, el médico que revolucionó la cirugía cardiovascular se quitó la vida. Detrás de su decisión, estaban las deudas de su fundación y sus textos finales que aún interpelan a la sociedad argentina
>“En este momento y a esta edad terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil. No puedo cambiar, prefiero desaparecer. (...) Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata. No puedo cambiar”, escribió René Favaloro, con completa angustia y trazo firme, pocas horas antes de morir.
Pero todo lo que logró para la ciencia no contó con el apoyo necesario para sostenerlo. Aquel 29 de julio, solo en su departamento del barrio de Palermo, el médico rural que había revolucionado la medicina, decidió poner fin a su vida con un disparo al corazón. Dejó siete cartas manuscritas: una a su familia; otra a sus colegas; otras a amigos y personas de confianza; y otras dirigidas a autoridades políticas, donde denunciaba el ahogo financiero que impusieron a su fundación, la indiferencia del Estado y su agotamiento físico y moral.
En el inicio del siglo, año 2000, la Fundación Favaloro estaba al borde del colapso. A pesar de ser un centro modelo en América Latina, con infraestructura de última generación, profesionales altamente capacitados y un enfoque humanista en la atención médica, la institución acumulaba deudas por más de $40 millones, mientras que el Estado y diversas obras sociales le adeudaban más de $18 millones. Su principal deudor era IOMA, la obra social de la Provincia de Buenos Aires, seguido por el PAMI, que debía casi 3 millones de pesos. También existían pagos pendientes de otros organismos oficiales, prepagas y otras obras sociales.No se trataba de un problema de gestión interno. Eran prestaciones ya realizadas, muchas de ellas de alta complejidad, que nunca fueron pagadas. Fiel a su compromiso con una medicina solidaria, la Fundación jamás rechazó a un paciente por falta de recursos. Absorbía los costos que otros se negaban a asumir. Pero las promesas de pago nunca se concretaban. Desde el gobierno nacional, las autoridades de la Alianza reconocieron la existencia de las deudas, pero argumentaron que correspondían a gestiones anteriores, como las del menemismo bajo la dirección de Alderete y Matilde Menéndez, por lo que debía verificarse su legitimidad judicialmente. Mientras tanto, la presión financiera aumentaba y el sueño de Favaloro comenzaba a hundirse.Ese sueño comenzó a tomar forma concreta en 1975. “En 1971, después de rechazar innumerables ofertas para trabajar en Estados Unidos, decidí volver a la Argentina con el propósito de organizar en Buenos Aires un centro de excelencia en cirugía cardiovascular que combinara la asistencia médica con la docencia y la investigación, de acuerdo con los lineamientos de la Cleveland Clinic”, relata la historia oficial en el sitio web de la Fundación Favaloro. Más que una institución, representaba la materialización de su filosofía: una medicina con excelencia técnica, pero, sobre todo, con profundo compromiso ético. Él mismo lo expresaba con claridad: “La medicina sin compromiso con el otro es apenas una técnica”. Allí aspiraba a formar profesionales capaces no solo de curar, sino también de comprender el dolor del otro. Y allí fue donde Favaloro volcó toda su pasión, su esfuerzo y su vida.
Aunque regresó al país lleno de entusiasmo por consolidar ese sueño y lo veía cimentarse, Favaloro criticó de manera persistente al sistema de salud argentino, al que calificaba de “caótico, injusto y deshumanizado”. Por eso insistía una y otra vez en la necesidad de actuar con transparencia y de entender la medicina como un servicio, no como un negocio. Ese pensamiento incómodo para muchos —especialmente para quienes ocupaban espacios de poder— lo fue dejando cada vez más solo. “Molestaba”, como él mismo escribió con amarga lucidez.Sábado 29 de julio de 2000. El día inició como uno más en la rutina de René Favaloro. Se levantó temprano, desayunó con su pareja, Diana Truden; y, como era su costumbre, poco después de las 8 de la mañana llegó en su viejo Peugeot 505 a la sede de la Fundación, en la avenida Belgrano. Recorrió los pasillos con un semblante serio pero sereno, y se encerró en su despacho. Allí revisó algunos estudios clínicos, evaluó placas, escribió observaciones y evitó recibir visitas o hacer llamadas. Nada en su comportamiento anticipaba lo que ocurriría unas horas más tarde. Hacía frío en Buenos Aires, pero su disciplina y compromiso no se habían quebrado. Fiel a su estilo, trabajó hasta el mediodía.
Cerca de las 13:30, Favaloro regresó a su departamento de la calle Dardo Rocha para almorzar con Diana. Tras la comida, ella salió con su hermano creyendo que su pareja viajaría a La Plata, como solía hacer los fines de semana. Pero Favaloro no salió. Se quedó. Se bañó, se afeitó, se puso un pijama y pantuflas. De un cajón de su dormitorio sacó las siete cartas que había escrito. Y un arma.Durante 45 minutos el silencio fue letal. Favaloro, que sabía en qué lugar exacto tenía que ingresar la bala, ya había dejado de existir. A las 17:15, Diana regreso junto a su hermano. Tocaron el timbre, pero no hubo respuesta. No pudieron abrir porque estaba puesta la llave del lado de adentro. Luego de varias maniobras, lo lograron. El silencio era ensordecedor...
Diana llamó: “¡René!”. Caminó por el living, llegó al dormitorio y a uno de los baños. Nada. Al llegar al otro baño, vio un halo de luz encendida debajo de la puerta. Allí estaba él. Pero no respondía. Intentó abrir la puerta y no pudo: el cuerpo de Favaloro lo impedía. Los hermanos, ya desesperados, empujaron con fuerza. Diana corrió por ayuda. Un vecino escuchó sus gritos y entró para ayudar.Coherente hasta el final, Favaloro no improvisó su partida: escribió con claridad, con precisión, como si aún dictara una clase. Dejó como constancia un testamento de su dolor, pero también de sus valores. No hubo dramatismo ni sentimentalismo excesivo, sino el tono de quien se va porque siente que ya no le quedan herramientas para seguir luchando.
Las cartas estaban dirigidas a distintos destinatarios. Una de ellas, a las autoridades del gobierno nacional. Fue una de las cartas más directas en las que expresó su frustración por la falta de respuesta de los funcionarios, a quienes había apelado en reiteradas ocasiones. Y denunció su hartazgo: “(...) debimos luchar continuamente con la corrupción imperante en la medicina (parte de la tremenda corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles sin límites de ninguna naturaleza)”, escribió.Allí mismo, puso: “Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar. La mayoría del tiempo me siento solo. En aquella carta de renuncia a la C. Clinic, le decía al Dr. Effen que sabía de antemano que iba a tener que luchar y le recordaba que Don Quijote era español! Sin duda la lucha ha sido muy desigual. El proyecto de la Fundación tambalea y empieza a resquebrajarse >El desconsuelo frente ala indiferencia institucional es evidente. No era una queja personal sino la denuncia de un sistema que castiga a quienes intentan sostenerlo con honestidad. “Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario se castiga. Me consuela el haber atendido a mis pacientes sin distinción de ninguna naturaleza. Mis colaboradores saben de mi inclinación por los pobres, que viene de mis lejanos años en Jacinto Arauz >En otra carta, más íntima, se dirigió a sus seres queridos. Les pidió perdón, les expresó su amor, y dejó instrucciones sobre su funeral y sus bienes personales. Fue breve, sereno, casi clínico.A su pareja le escribió: “Diana: ha llegado el momento de la gran decisión…Tú no eres culpable de nada…Mis proyectos se han hecho pedazos. No puedo cambiar los principios que siempre me acompañaron. Creo que la Fundación se derrumba. No podría aguantar como testigo lo que construí, con tanta fuerza, ahora su destrucción. Estoy cansado de luchar y luchar. Remando contra la corriente en un país que está corrompido hasta el tuétano. Tú eres testigo de mi sufrimiento diario. Te agradezco todo lo que me has brindado >Declarándole su amor hasta el final, le aseguró: “Nunca podrás imaginar cuánto te he amado. Nunca tuve nada igual. No se puede comparar con nada semejante de mi pasado.Tú has sido mi grande y verdadero amor.Siempre me he sentido un poco culpable. Nunca debí permitir que nuestro amor llegara tan lejos. Cuarenta y seis años es una gran diferencia. Y no te pude brindar hijos. Rezá un poco por mí. Sé que te recuperarás porque eres fuerte. El tiempo lo arregla todo. Sé que sufrirás un poco al principio, pero tú también me amaste…Espero que encuentres el hombre que hagas feliz. Dios así lo querrá. No sufras, por favor, no sufras mucho. Tienes muchos desafíos por delante. El más importante es escribir, escribir y escribir. Tienes grandes condiciones para hacerlo.Te he amado con locura.Estaré pensando en ti, solamente en ti, hasta el último segundo. Un abrazo grande, muchos besos, René”.
Fuente: telam
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