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28/07/2025

Un ensayo clínico confirmó que cambios en el estilo de vida mejoran la cognición en adultos mayores

Fuente: telam

Se demostró que intervenciones accesibles pueden favorecer el rendimiento mental en personas de 60 a 79 años con factores de riesgo asociados al envejecimiento

>Un nuevo estudio sugiere que incluso cambios modestos en el estilo de vida pueden mejorar la función cognitiva en adultos mayores en riesgo de deterioro, una noticia alentadora en el contexto del envejecimiento poblacional y la preocupación global por la demencia.

El estudio US POINTER (US Study to Protect Brain Health Through Lifestyle Intervention to Reduce Risk) se diseñó como un ensayo clínico multicéntrico y aleatorizado de dos años, con el objetivo de comparar dos formas de intervención multidominio en el estilo de vida para prevenir el deterioro cognitivo en adultos mayores considerados en riesgo. De acuerdo con JAMA, el ensayo reclutó a más de 2.000 participantes de entre 60 y 79 años en Estados Unidos, todos cognitivamente sanos pero con hábitos sedentarios, dieta subóptima y otros factores de riesgo asociados al declive cognitivo en la vejez, como edad avanzada, antecedentes familiares, riesgo cardiometabólico elevado, sexo masculino y pertenencia a ciertos grupos raciales y étnicos.

Los participantes se asignaron de manera aleatoria a uno de dos grupos: uno recibió una intervención estructurada y el otro una intervención autoguiada. Ambos programas se centraron en cinco pilares: actividad física, alimentación, entrenamiento cognitivo, interacción social y control de la salud vascular. La diferencia principal radicó en la intensidad y el grado de acompañamiento de cada intervención.

El grupo autoguiado, aunque menos intensivo, recibió educación sobre salud, ejercicio y dieta, además de seis contactos de intervención, reuniones entre pares y visitas clínicas adicionales. Por su parte, el grupo estructurado participó en un régimen mucho más exigente, que incluyó 38 reuniones facilitadas por equipos, 26 llamadas telefónicas para seguimiento dietético, siete sesiones de coaching en salud y cuatro visitas clínicas, además de apoyo adicional según necesidad. Las actividades semanales para este grupo incluyeron cuatro sesiones de ejercicio aeróbico de alta intensidad, dos de entrenamiento de fuerza, dos de estiramiento y equilibrio, adherencia a la dieta MIND (Mediterranean-DASH Intervention for Neurodegenerative Delay) y entrenamiento cognitivo computarizado al menos tres veces por semana.

Tras dos años de intervención, ambos grupos mostraron mejoras en la función cognitiva respecto a su situación inicial, medida a través de un puntaje compuesto que evaluó memoria, función ejecutiva y velocidad de procesamiento. Según JAMA, el grupo estructurado mejoró en promedio 0,243 desviaciones estándar, mientras que el grupo autoguiado lo hizo en 0,213 desviaciones estándar. La diferencia adicional a favor del grupo estructurado fue estadísticamente significativa (P= .008), pero relativamente modesta en términos clínicos: apenas 0,029 desviaciones estándar, lo que representa un beneficio relativo de aproximadamente el 14%.

La mejora cognitiva se observó de manera consistente en subgrupos predefinidos, incluyendo edad, sexo, estado del gen APOEε4 y riesgo cardiovascular. La adherencia a los programas fue alta, con menos del 4% de abandono en ambos grupos y un 89% de los participantes completando todas las evaluaciones durante los 24 meses del estudio.

Un análisis más detallado reveló que la mayor parte del beneficio en el grupo estructurado se concentró en la función ejecutiva, un dominio cognitivo relacionado con la capacidad de planificar, organizar y ejecutar tareas complejas. En ambos grupos, la función ejecutiva mejoró inicialmente, se estabilizó y volvió a mejorar en el segundo año, con mayor ganancia en el grupo estructurado. En contraste, la memoria mejoró en ambos grupos durante los primeros 18 meses, pero luego descendió, sin diferencias significativas entre los grupos al año y medio, lo que sugiere que parte de la mejora podría deberse a efectos de práctica más que a un beneficio duradero.

Este es el estudio análogo que se está haciendo en América Latina liderado por la doctora Lucía Crivelli, que terminará en 2026.

Los resultados de US POINTER se alinean con los hallazgos del estudio FINGER (Finnish Geriatric Intervention Study to Prevent Cognitive Impairment and Disability), realizado en Finlandia, que también demostró que una intervención multidominio de dos años podía mejorar o mantener el rendimiento cognitivo en adultos mayores en riesgo. En FINGER, el grupo de intervención intensiva mejoró 0,2 desviaciones estándar y el grupo que recibió asesoramiento regular en salud, 0,16 desviaciones estándar, con una diferencia estadísticamente significativa del 25% a favor de la intervención intensiva.

JAMA destacó que la entrega de intervenciones complejas en grupos de alto riesgo es factible, al menos cuando existen recursos adecuados y motivación suficiente. El reclutamiento y la retención de participantes en US POINTER, que se realizó durante la pandemia de COVID-19, representó un desafío logístico considerable, pero la alta adherencia y baja tasa de abandono reflejan el compromiso tanto de los participantes como de los equipos de investigación.

A pesar de la solidez del diseño y la ejecución del ensayo, JAMA subrayó varias limitaciones importantes. En primer lugar, la ausencia de un grupo control puro dificulta distinguir el efecto específico de las intervenciones respecto al contacto regular con profesionales o a los efectos de práctica, es decir, la mejora por repetición de tareas. En segundo lugar, aunque el estudio logró reclutar una población diversa, el proceso requirió un esfuerzo considerable: de más de 1,69 millones de contactos iniciales, solo 13.285 personas acudieron a la evaluación y finalmente 2.111 fueron incluidas. Los participantes, además, probablemente tenían un mayor nivel de alfabetización digital y motivación que la población general, lo que limita la generalización de los resultados.

Otra cuestión relevante es la incertidumbre sobre qué mecanismos biológicos subyacen a los beneficios observados. Dado que muchas intervenciones se centraron en la reducción del riesgo cardiometabólico, es probable que los efectos se deban principalmente a la disminución de la enfermedad cerebrovascular, más que a la prevención de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. Tanto en US POINTER como en FINGER, los beneficios se observaron en la función ejecutiva, típicamente afectada por la enfermedad cerebrovascular, pero no en la memoria, asociada clásicamente al Alzheimer.

Finalmente, la cuestión de la coste-efectividad resulta central. La intervención estructurada fue sumamente intensiva en recursos y, por tanto, considerablemente más costosa que el programa autoguiado. Las dificultades logísticas y financieras de implementar un programa tan intensivo a gran escala, sumadas a los beneficios incrementales relativamente pequeños respecto a la intervención menos intensiva, sugieren que las estrategias más modestas podrían ser más viables y sostenibles en la práctica real, especialmente si pueden ofrecerse de manera remota.

Desde una perspectiva clínica y de salud pública, el mensaje principal de US POINTER, según JAMA, es que incluso cambios relativamente modestos en el estilo de vida pueden apoyar la salud cognitiva en poblaciones envejecidas. El reto futuro consiste en determinar cómo implementar estos programas de manera amplia, equitativa y efectiva, y en evaluar si sus beneficios se mantienen en el tiempo y se traducen en mejoras clínicas significativas. La información publicada por JAMA resalta la importancia de seguir investigando la mejor manera de llevar estas intervenciones a la población general y de identificar los grupos que más pueden beneficiarse de ellas.

Fuente: telam

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