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18/07/2025

“Me decía que sin mí se hundía hasta que lo vi abrazado a otra”: el precio de amar hasta desaparecer

Fuente: telam

Hay algo hermoso en cuidar. La empatía no es un defecto, ni la vocación de servicio un error. Pero cuando ese impulso se vuelve compulsión, entonces ya no estamos hablando de amor. Estamos hablando de un pacto desigual, donde uno da lo que no puede, solo para que el otro no se derrumbe

>“Me decía que sin mí se hundía. Que yo era su paz. Su ancla. Y durante mucho tiempo, le creí. Me sentía elegida, necesaria, imprescindible. Hasta que una noche lo encontré borracho, abrazado a otra, repitiendo entre lágrimas: ‘No es lo que pensás’. Fue exactamente lo que pensé. Y también fue el final. No solo de esa relación, sino del personaje que venía interpretando desde que tengo memoria: la salvadora de los demás”.

Desde entonces no dejo de pensar en cuántas personas viven así, atrapadas en vínculos donde el afecto se construye a fuerza de asistencia, como si ser útil fuera la única forma legítima de ser amado. Y no hablo solo de mujeres. Aunque el mandato cultural de “cuidadora” suele caer sobre ellas con más peso, también hay hombres que repiten este patrón: se desviven por ser necesarios, por estar disponibles, por resolverle la vida a otros, esperando —a veces sin saberlo— que ese sacrificio les garantice un poco de amor.

Detrás de muchas historias de “salvadores crónicos” hay infancias en las que el amor fue condicionado: se sentían vistos solo cuando hacían algo bien, cuando no molestaban, cuando cubrían las carencias de los adultos que debían cuidarlos. Aprendieron temprano que el afecto se gana, que el lugar en el mundo hay que merecerlo. Y crecieron pensando que si no sirven, sobran.

Conozco mujeres que fueron madres de sus parejas. Hombres que se convirtieron en terapeutas de sus novias. Personas que estuvieron ahí, siempre, sosteniendo vínculos enfermos con la esperanza de que algún día ese esfuerzo se tradujera en reciprocidad. Pero no. El amor que se obtiene por utilidad es frágil y, lo que es peor, genera una dinámica cruel.

Claro que hay algo hermoso en cuidar. La empatía no es un defecto, ni la vocación de servicio un error. Pero cuando ese impulso se vuelve compulsión, cuando uno ya no sabe quién es más allá de su rol de soporte, entonces ya no estamos hablando de amor. Estamos hablando de un pacto desigual, donde uno da lo que no puede, solo para que el otro no se derrumbe.

La mujer del comienzo me dijo algo que no olvido: “Me costó años entender que podía ser buena sin dejarme vaciar”. Y creo que ahí está el núcleo de esta reflexión. A entender que no somos más valiosos por lo que damos, sino por lo que somos. Que ser salvadores puede ser una adicción y que como toda adicción, produce mucho dolor.

No venimos a esta vida a salvar a nadie, sino a crecer, poder compartir, y encontrarnos con el otro.

Fuente: telam

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