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09/07/2025

Fueron quemadas por sus parejas y vivieron para contarlo: “Y un día, el fuego”, un ensayo fotográfico sobre violencia de género

Fuente: telam

Hace una década los fotógrafos Belén Grosso y Sebastián Pani, con la sensibilidad aguzada, comenzaban a investigar, luego del primer Ni Una Menos, historias de mujeres que habían sobrevivido a las llamas en intentos de femicidio. A partir de múltiples encuentros para conocerlas y escucharlas lograron una muestra de imágenes que, desde diferentes elementos, narran y denuncian. El vínculo que crearon con ellas, que fue contención, empoderamiento y refugio, sigue enriqueciéndose hasta hoy

>“Porque te cela. Porque te quiere. Porque no puede. Por los chicos. Por la casa. Por el trabajo. Los vecinos. La familia de él. La familia tuya. Porque es la última. Jura y jura por su vida. Por la de los hijos. La última. Fue un error. No sabe qué le pasó. Se puso loco. El vino. La droga. La presión del laburo. Vos. Vos lo ponés loco. Vos lo sacás de quicio. Te vas a ir. La próxima te vas. No te importa adónde pero te vas. Es la última. Otra no le dejás pasar. Cuando se repite, dejás pasar unos días. Salís de la casa. Vacilás pero caminás hasta la comisaría. Esta vez sí. Te armaste de valor. Esta vez sí. La última. A esta no se la perdonás. No se la dejás pasar. Pero cuando estás ahí: qué hacés ahí. Andate mejor. Date media vuelta y andate. No ves la piba esa toda moreteada. No ves cómo se le ríen las oficialas que le toman la denuncia. A qué venís. A que se te rían en la cara dos tipas que no sabés quiénes son. Que no saben quién sos. Mejor te volvés a la casa. Le vas a poner los puntos cuando vuelva. Esta fue la última vez. Lo repetís. Como cuando ibas a la escuela y repetías las tablas de multiplicar hasta que te entraban. La última vez. La última. Dice que sí. Te jura que sí. Porque te quiere. Porque no quiere vivir sin vos. No puede. Te jura que sí”.

***

La fotografía, ese lenguaje periodístico, artístico y estético de enorme poder expresivo, fue una forma de denuncia. Y también un modo de comenzar a cicatrizar algo más que las heridas de la carne. Que los cuerpos marcados por el agresor.

Buscaron una Biblia. Buscaron los pasajes. Esa se transformó en una de las fotos de su trabajo.

Pero no empezó así.

Era 2015 y las organizadoras de la primera marcha Ni Una Menos los habían convocado para que dejaran registro de lo que sucedería allí, en ese encuentro en el que el grito colectivo, el reclamo de justicia, las historias de tantas muertes efervescían en los centros neurálgicos de la democracia argentina. En la marea humana, entre los familiares de víctimas de femicidios, vieron a Karina Abregú, una mujer con las marcas del fuego en la piel. Su expareja había intentado matarla quemándola, en enero de 2014.

“Hasta ese momento —pensé yo— lo que conocíamos respecto a trabajos fotográficos o lo que se contaba era siempre sobre las que ya no estaban. Creo que con Kari [Abregú] lo que nos pasó fue decir, como dice Belu: es una sobreviviente. Está acá. La puede contar. Y como ese caso debe haber un montón”, agrega Sebastián.

“La idea era contar la violencia de género, pero el abanico se nos iba gigante. Creo que lo que nos pasó fue que en la imagen de Kari [Abregú] vimos cómo resumir este abanico”, dice Sebastián.

A partir de ahí los desafíos constituían una lista: cómo encontrar a más víctimas sobrevivientes del fuego, cómo acercarse, de qué manera iban a contar sus historias para no revictimizarlas ni hacer “un catálogo de cicatrices”.

Belén y Sebastián hicieron lo que muchos hacemos en la era de Google cuando no sabemos por dónde empezar: buscaron noticias policiales, leyeron, investigaron caso por caso aquellos intentos de femicidio con fuego en los que las víctimas habían sobrevivido. No fue sencillo. En el fuego la mayoría muere.

En ese trayecto fueron probando diferentes abordajes y cambiando. Hasta que lo hallaron.

De todas formas, fue recién con Maira Maidana —atacada por su pareja la noche del 24 de diciembre de 2011, sometida, luego, a casi 70 operaciones—, la segunda mujer a la que se acercaron, que encontraron el abordaje que buscaban.

“Nosotros estábamos muy enfocados en el trabajo documental que consiste en no meterse mucho en la escena y fotografiar lo que ves. Entonces con Kari [Abregú] sacamos muchas fotografías de su vida diaria pero decíamos ‘por acá no va’, no le encontrábamos la vuelta a eso. Después, con Maira, empezamos a pensar en fotografiarlas a ellas, de la manera más cuidada posible, con sus marcas. Que tampoco fue fácil. Kari estaba mucho más amigada con esas marcas, pero aún le costaba salir a la calle con ellas. De hecho, nos decía: ‘Yo no volví a ponerme ni una chalina, ni remeras que hicieran cuenta de esas marcas porque no quiero ser observada’. Y con Maira nos pasó algo similar. Pero en el intercambio, al mostrarles por dónde queríamos ir, lo aceptaron y lo consensuamos. Fue un trabajo en equipo ver cuánto querían mostrar u ofrecerles ser fotografiadas de otra forma”, cuenta Belén. “Se trataba de cómo se querían ver. Cómo querían encontrarse ellas en esa imagen que nosotros les proponíamos”, acota Sebastián.

Tanto para las fotografiadas como para los fotógrafos, la producción representó un quiebre. Un antes. Un después.

Para los fotógrafos el trabajo de escucha, el ir a verlas solo para que ellas hablaran, sin tomar ninguna imagen en las primeras dos, tres visitas, también fue algo novedoso. Un giro en lo que suele ser el ejercicio apurado de su profesión, que, como ocurre con las declaraciones para los periodistas, tiende a parecerse más a salir a cazar: ir con la cámara o el grabador a obtener la foto, el testimonio, la historia, a contrarreloj, como único objetivo.

Fue así, gracias a esos encuentros y charlas sin tiempo, que supieron que la mamá de Maira Maidana había guardado el vestido, hecho jirones, que ella tenía en el momento del ataque, por si llegaban a un juicio. Un vestido que, dice Belén, “parecía una flor”. Fue así que descubrieron que en la casa de otra de las chicas había armada, perfecta, una casa de Barbies, imaginario, quizás, de una vida ideal, de un mundo rosa donde las mujeres no son prendidas fuego por sus parejas. Y así como vieron las marcas de puño violento en la pared de otra, esperando, también, ser prueba judicial. Y el corsé de cuerpo entero de otra para que la carne y la piel restaurada después de las cirugías se mantuvieran en su lugar.

También sucedió que al contar por primera vez sus historias —como fue el caso de algunas de las mujeres—, al animarse a mostrar, por primera vez, sus marcas a personas ajenas al círculo íntimo y familiar, en el contexto del Ni Una Menos y la fuerza arrolladora que fueron cobrando los movimientos feministas, comenzaron a sentirse dueñas de sus relatos, de sus cuerpos, y las fotos les supieron a poco. Se dieron cuenta de cuánto necesitaban hablar, denunciar. Y pidieron hacerse escuchar. Para ayudar a otras. Para ayudarse a sí mismas.

Belén dice que hasta hoy se pregunta si las fotos realmente sirven como denuncia. De lo que no duda, en absoluto, es de que a ellas las ayudó. Las fortaleció, las animó a iniciar procesos judiciales, a aceptar sus cuerpos marcados, a tomar el micrófono en cada presentación de la muestra en la que acompañaron a los fotógrafos, en diferentes puntos del país, lo que inspiró a otras a denunciar o alejarse de relaciones violentas. También las convirtió en tribu: ellas, junto a Belén y Sebastián, integran un grupo de WhatsApp en el que se contienen y acompañan. Si una tiene una audiencia, las demás van. Viajan desde otra ciudad. Están la una para las otras. Aprendiendo, enseñando, que no están solas.

***

Sentís el ardor frío del líquido en tu ropa, en tu cuerpo.

Ves alucinada como el encendedor hace click.

Y un día, el fuego.

Que enseguida se hace incendio.

El terreno devastado sos vos.

Un instante.

Selva Almada.

Fuente: telam

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