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07/07/2025

Encontramos a una perrita herida y creímos que la habíamos salvado, pero la vida la volvió a poner a prueba

Fuente: telam

Cuando le sacamos el vendaje que traía el panorama era horrible. Con atención y el amor de muchos, mejoró. Sin embargo, había más

>Hace unas semanas conté la historia de Así empezó la historia, con una caniche toy flaquísima y temblorosa en casa. Era domingo a la mañana cuando la trajimos, durante el día ya se había aclimatado y a la noche ya sabíamos que nos resultaría muy difícil buscarle otro hogar. Unos amigos de nuestra hija, que la vieron por la tarde, dijeron que si no se quedaba con nosotros, podía ir a vivir con ellos. Todo venía bien, pero pasaron cosas.

A la mañana siguiente fuimos a la veterinaria con la perrita -todavía sin nombre- en una mochila. La pesaron: un kilo ochocientos. Con cuidado -todos sabíamos que ese vendaje hecho con remeras y bolsas estaba por algo- la doctora fue soltando la patita. Ay, ay, ay cuando empezó a sacar telas, el olor que salía de esa pata. Tengo Esa cosita peluda, cariñosa, movediza, estaba en carne viva. Pero ¿sin solución? ¿amputar? Era un final demasiado sórdido para esta historia de amor por el amor mismo, de unión de voluntades, de encuentro entre desconocidos. “Es un proceso largo y carísimo, les recomendamos averiguar en la Facultad”, nos dijeron. “Y también consultar a un buen traumatólogo”. Nuestra amiga veterinaria, C, nos habló de la doctora B. Mientras tanto, visita diaria a la veterinaria para darle antibióticos y analgésicos y para cambiar el vendaje.

Salimos con el corazón en el piso. Todo lo que había sido alegría alrededor del rescate de la perrita se acababa de volver desgracia. Más allá de lo concreto, la sombra de la desgracia como una nube que lo cubre todo. “Amputar”, escucha una, e imagina una sierra de carnicería. “Viven perfectamente en tres patas, ni se dan cuenta, menos si son tan livianos”, dijo C, cargada de experiencia. Pero no había consuelo.

Lo que siguió fueron mimos y la imbatible alegría de la perrita, que, con un analgésico potente encima y todo, empezó a ladrarles a los vecinos y corretear por la casa, con su vendaje-botita y su tres patas. Nos reímos. Nuestra nieta chiquita, M, preguntaba si se quedaría con nosotros: todavía no estaba decidido y los amigos eran una opción. La nena sostuvo que ya necesitaba nombre, de todos modos. Y la bautizó “Luna”.

Cuando V llevó a Luna lo doctora B, las cosas parecieron mejorar. Con la cancha de los años, la doctora le sacó el vendaje sofisticado, propuso algo muy liviano que dejara respirar a la herida, retiró los analgésicos, explicó que con ese ciclo de antibióticos estaba bien y dudó de la necesidad de amputar. No decía que no, abría una ventana de esperanza. “Cuando la herida tenga piel, me la traen de nuevo. Nos tocaba cambiarle la venda en casa y ponerle una crema cicatrizante dos veces por día.

La recuperación fue extraordinaria. En pocos días la herida empezó a cerrar, dejó de tener olor. Lunita saltaba de los sillones y corría con Gringa, nuestra setter, que jugaba con ella como si no pesara 20 kilos más que la caniche. Engordó 400 gramos. Se puso mañosa para comer: la carne fría no, muy caliente no, untada con queso blanco puede ser. De a poco, fue aprendiendo lo que esperábamos de ella: que fuera a cierto lugar para sus necesidades. No le acertaba la bandeja todavía, pero sí al cuarto de baño.

Así las cosas habíamos entrado en una rutina más o menos calma. Seguíamos cambiándole la venda una vez por día, fuimos al control de la herida, que era evidente que venía muy bien. M la paseaba en brazos, V la traía y la llevaba en el auto.

La envolví y corrí las siete cuadras a la veterinaria. “Parece una fractura”, me dijeron. “Hay que hacer una radiografía”. Tardé un rato en localizar un lugar donde hubiera radiografías para perros ese mismo día. Fuimos con V: ponerla en la posición adecuada fue una tortura para Luna. Lo que se veía era horrible: dos fracturas, una en punta.

Vuelta a la veterinaria, otra vez tramadol inyectable, ni se la pudo vendar. Cuando la volvió a ver la doctora B no dudó: lo mejor es amputar desde la rodilla estos huesitos, más finitos que los de un pollo, no sueldan bien.

Lunita de pronto se olvida y anda por ahí, de pronto le duele, se ovilla, y espera.

Otra vez, son muchas voluntades en el mismo sentido, andará bien, en tres patas pero viva, en tres patas pero amada. El guadañazo de la vida y lo que podemos hacer para atenuarlo. La vida y lo que hacemos con ella. Viva Lunita.

Fuente: telam

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