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04/07/2025

Lecturas para el fin de semana: los gauchos salvajes

Fuente: telam

Un recorrido por aquel mito fundante, siempre polémico, por momentos estereotipado, por otros escurridizo, a partir de libros clásicos y algunas interesantes novedades editoriales

>En La guerra gaucha de 1905, Leopoldo Lugones pone al gaucho frente a los realistas y los hace morir de miedo. Aquel hombre, escribe, “representaba en persona al incendio vituperándoles su derrota; mostraba ¡en fin! al alcance, un poco de carne rebelde”. En aquellos días donde se acercaba el centenario, la figura del gaucho se erigía como posible figura central de una nación todavía en disputa simbólica. El rasgo era la rebeldía, la valentía, el desacato, quizás demasiado a contramano del monigote usado para justificar la supremacía de la patria terrateniente y su nostalgia aristocrática.

Si el gaucho no existe y es, en realidad, un fantasma enojado, un mito que se encarna en los explotados rebeldes de cualquier tiempo, entonces La rosca falseada (Ediciones del Camino) de Germán Maggiori es un libro de gauchos. El primer cuento del libro, sin dudas; de hecho se llama “El último gaucho”. Habla de tiempos pretéritos donde la relación entre Estado y patrones era casi pornográfica (¿acaso ya no lo es?). Dixon, el agrimensor, patrono del progreso científico, le dice a Aldave, gaucho que no quiere usar el barbijo: “Usted no importa nada. Su presencia en el mundo se ha vuelto innecesaria”.

“Entréguese, amigo, porque si se resiste se va a hacer matar inútilmente”, le dijo el oficial Pablo Berton en un pasillo de la pulpería La Estrella. Eran las dos de la tarde de un día fresco de abril, año 1874, ciudad de Lobos. Del otro lado de la puerta, en la habitación, estaba Juan Moreira. “¿A quién he de entregarme?” “A la Policía de Buenos Aires”. “¡Me cago en la Policía de Buenos Aires!”, respondió el gaucho y “abriendo la puerta de par en par apareció en el umbral sereno y altivo, teniendo amartillado en cada mano uno de los trabucos”. Así lo narra Eduardo Gutiérrez en Juan Moreira.

Juan Moreira fue llevado al cine cinco veces. La última, la de 1973, a cargo de Leonardo Favio, es la más conocida. Pero la más importante no fue en la pantalla, sino en el teatro, cuando el propio Gutiérrez la reescribió como “mimodrama” para que sea representada en el circo. José Podestá la llevó al escenario el 10 de abril de 1886. Fue en Chivilcoy. Por tal motivo se la considera la pieza fundadora del teatro rioplatense y argentino. Luego siguió su camino a La Plata y llegó a Europa: Francia, Italia y España. Por todos esos lugares anduvo el fantasma de Moreira.

La Policía lo buscaba por homicidio y resistencia a la autoridad. Esa tarde en Lobos el choque fue inevitable. Hubo balacera, piñas, cortes, sangre, muerte. Gutiérrez describe con especial detalle esta batalla. Se lo lee entusiasmado: “¡Aún no estoy muerto! ¡Aún no estoy muerto, maulas! -gritó, y blandiendo la daga arremetió al grupo que lo cargaba”. Finalmente Moreira muere, porque ese es su destino. La épica es tan grande que los milicos temen que sea inmortal. “Los labios del cadáver estaban sonrientes: parecía que aún provocaban a la lucha con palabras despreciativas”.

Vicente Rossi tenía algo personal con el tema. Su cruzada no era solo idiomática, aunque partía de ahí. Por empezar, escribía gáucho, con tilde en la a, para distanciarse del gaúcho brasileño. Discutió el Martín Fierro de José Hernández de pe a pa. Lo hizo en sus Folletos Lenguaraces, treinta y un textos que autoeditó y repartió entre 1927 y 1945, y desde entonces fueron inconseguibles hasta que en 2023 la Biblioteca Nacional los reeditó en dos tomos de casi 500 páginas cada uno, con una gran contextualización a cargo de Fernando Alfón titulada “Vicente Rossi, uruguayo desgarrado”.

¿Qué significaba el gaucho? “El primer indio que tuvo noción de raza y de tierra propias, necesidad de lucha, instintividad de patria, cuando ésta no se esbozaba en la imajinación de nadie, ni el barbaro ni el palurdo la tenian de la propia” (SIC). Todo escrito con su singular redacción, “dado el encono de Rossi contra las cosas de España, exhortó a rebelarse contra la ortografía de la Real Academia y, mientras se fuera formando una ortografía nativa, su modo de desobediencia fue emplear una ortografía personal”, cuenta Alfón en la introducción de este trabajo de reedición.

El primer Borges, el más criollista, estuvo muy influido por Rossi, sobre todo por sus Folletos Lenguaraces. Y si bien —escribe Alfón— “Borges impugnó la doctrina de Rossi”, “esbozó una defensa de su prosa”. Contaba, además, con el don de la injuria estética. Rossi criticaba a José Hernández porque, decía, estaba “contajiado por el cosmopolitismo en que vivía”, y señala que había un gran “error” en el que “tropiezan todos”: “No se les ocurre relacionarse con el sujeto antes de ocuparse de él; juzgan a un ser épico y lejendario del siglo XVIII en una pulpería de fines del siglo XIX”.

En su segunda novela, El viento de la pampa los vio, Juan Ignacio Pisano pone a bailar un elemento disonante sobre un escenario rural de apocalipsis: gauchos zombis. Vestidos con sombreros y ponchos, bien barbudos, sobre caballos endemoniados, arrasan con todo. No es un tema que le resulte extraño: Pisano es Doctor, docente e investigador especializado en literatura gauchesca. Su último libro es un recorrido por el gran inicio. Ficciones de pueblo. Una política de la gauchesca (1776-1835) se publicó en 2022 por Eduvim (Editorial Universitaria Villa María).

En el principio está la colonia y un tal Juan Baltasar Mazie, sacerdote y educador nacido en el Virreinato, que escribe un poema en 1777 donde habla de un “guaso”, a quien más tarde se lo conocería como gaucho. Es un homenaje a Pedro de Cevallos, primer virrey del Río de la Plata y capitán de tropas a cargo del triunfo español sobre los portugueses por la Colonia del Sacramento, por lo que fue leído en público. De ahí parte Pisano: “El letrado más importante de ese período en la región imaginó a un plebeyo rural entonando un canto de aclamación a su virrey”. El origen de algo más que un mito.

Ricardo Güiraldes hizo el camino clásico del intelectual rioplatense burgués de principios del siglo XX: se fue a estudiar a Francia y volvió con los ojos alucinados. En realidad llegó a Europa con un año —nació en San Antonio de Areco en 1886—, pasó su infancia en París y en la adolescencia vivió en una estancia de la familia. En 1910 se fue a Francia nuevamente. Se fue a vivir la bohemia, la vida intelectual, las posibilidades del mundo. Curioso: al regresar escribió una novela muy local, Don Segundo Sombra, publicada en 1926. Era un gesto vanguardista: buscaba renovar la literatura gauchesca.

Basada en la historia de Segundo Ramírez, el narrador lo describe así: “Oímos un galope detenerse frente a la pulpería, luego el chistido persistente que usan los paisanos para calmar un caballo, y la silenciosa silueta de don Segundo Sombra quedó enmarcada en la puerta”. “A la memoria de los finados”, escribe Güiraldes. “Al gaucho que llevo en mí, sacramente, como la custodia lleva la hostia”, agrega después. Es la dedicatoria inicial de Don Segundo Sombra, la forma extraliteraria en la que el autor —fundador de la revista Proa y miembro del Grupo Florida— busca deshacerse de los ropajes burgueses.

Fuente: telam

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