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02/07/2025

A tres años de la muerte de Miguel Etchecolatz, el genocida que no habló, se burló de sus víctimas y fue repudiado por su propia hija

Fuente: telam

Comisario general de la Bonaerense durante la dictadura, fue el jefe operativo del “Circuito Camps”, una red de 29 centros clandestinos de detención, tortura y muerte, por donde pasaron las víctimas de “La noche de los lápices”, el periodista Jacobo Timerman, los integrantes del grupo Graiver y miles de detenidos desaparecidos. Fue condenado nueve veces a prisión perpetua. El cinismo de sus palabras finales y el rechazo de su propia familia

>En medio de un clima político convulsionado por la intempestiva renuncia del ministro de Economía Martín Guzmán, el sábado de 2 julio de 2022 la noticia de la muerte del genocida Miguel Etchecolatz, a los 93 años, quedó relegada a un segundo plano. Hacía unos días que había sido trasladado desde la Unidad 34 de Campo de Mayo a una clínica por el agravamiento de su estado de salud, pero ni siquiera la inminencia de la muerte lo hizo arrepentirse de sus crímenes, de los que se había jactado cada vez que debió sentarse en el banquillo de los acusados en los nueve juicios por delitos de lesa humanidad en los que fue condenado a prisión perpetua, en 1986, 2004, 2006, 2014, 2016, 2018, 2020, 2021 y 2022, y que fueron unificadas en una pena única de reclusión perpetua.

Estaba integrada por 29 Centros Clandestinos de Detención y Tortura (CCDyT), la mayoría de ellos ubicados en dependencias de la propia policía bonaerense, en los que estuvieron detenidas ilegalmente miles de personas –muchas de ellas nunca más aparecieron–. Chupaderos como “Arana”, “El Pozo de Banfield”, “El Pozo de Quilmes”, “Comisaría Quinta”, “Puesto Vasco”, “El Sheraton” y, el más sofisticado de todos, “La Cacha”, formaron parte de sus dominios. Por ellos pasaron, entre muchas otras víctimas de la represión ilegal, los estudiantes secuestrados en “La Noche de los Lápices”; el director del diario La Opinión, Jacobo Timerman; los integrantes del Grupo Graiver y el llamado “Grupo de los 7″, los jóvenes militantes detenidos-desaparecidos a quienes el capellán de la Bonaerense, el cura Christian Von Wernich, pretendió hacer colaborar mediante engaños y promesas de liberación.

Lejos de ser un burocrático asesino de escritorio —como lo había sido su admirado criminal de guerra nazi Adolf Eichmann— Etchecolatz gozaba torturando y asesinando por mano propia luego de que sus esbirros secuestraran a las víctimas. Su manera de actuar fue descripta con terrorífica precisión por Jorge Julio López cuando declaró en uno de los juicios del Circuito Camps. Frente al tribunal, López relató los tormentos a los que lo había sometido el propio comisario: “Subila, subila un poco más (a la picana) que este gringo que está acá en la parrilla, que este en otro lado donde yo lo picaneé se dio vuelta, porque allá era floja (la picana)’. Y se me ponía cerca, pero con una capucha, una capucha peluda y de mono. ‘¡Hacete el guapo como te hiciste aquella noche!’, me decía el comisario. Resulta que ese día a mí no me hacía mucho la picana porque era con batería. Sentía el cosquilleo. ‘Ahora acá vas a sentir’, me decía a mí. Y les pedía a los otros: ‘Prendela directo desde la calle la máquina’”, explicó a los jueces. “¿Quién le decía esto?”, le preguntó uno de los magistrados a López y el testigo, sin dudar, señaló a Etchecolatz.

Después de esa declaración, Jorge Julio López fue desaparecido por segunda vez, esta vez en democracia. Lo secuestraron el 18 de septiembre de 2006, cuando salió de su casa para dirigirse al tribunal que ese día iba a dictar una nueva sentencia contra Etchecolatz. Desde un primer momento se sospechó que el ladero de Camps había sido el ideólogo en las sombras de ese secuestro. Él mismo se ocupó más adelante de darle cuerpo a esa sospecha. A fines de octubre de 2014, el exdirector de Investigaciones de la Bonaerense enfrentaba el tramo final de otro juicio como acusado, frente a un tribunal presidido por Carlos Rozanski, el mismo que lo había condenado después de escuchar el testimonio de López.

Allí el comisario genocida perpetró quizás la mayor burla de las que hizo objeto a los familiares de sus víctimas. En el momento en que se leía la sentencia que lo condenaba a prisión perpetua, tomó un pequeño papel y lo desplegó. Al terminar la lectura del fallo pretendió entregárselo al Tribunal, pero se lo impidieron. Leo Vaca, fotógrafo de la agencia Infojus que estaba cubriendo el juicio, hizo foco con su cámara en el papelito y disparó. En el papel, Etchecolatz había escrito de puño y letra: “Jorge Julio López”. Una manera de decir: Yo sé lo que le pasó, pero no se los voy a contar.

Uno de los tantos secretos que el genocida Etchecolatz se llevó a la tumba fue el destino de Clara Anahí, la nieta de Chicha Mariani, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. En 2011 —tres años antes del episodio del papelito siniestro con el nombre de López—, durante otro juicio, pidió la palabra y aseguró que podía “aportar datos y elementos de prueba sobre el destino de Anahí Mariani”. El anuncio despertó expectativas, pero se trató de otra de sus crueldades. Si alguien podía conocer el destino de la nieta de Chicha era Etchecolatz, que había dirigido personalmente el operativo del 24 de noviembre de 1976 durante el cual la niña, de apenas tres meses, fue secuestrada tras la muerte de su madre, Diana Teruggi, y de otros cuatro militantes que estaban en la “Casa de los Conejos” de la calle 30 entre 55 y 56 de La Plata.

La de mostrar que sabía —cómo no saber si él mismo había perpetrado los crímenes— y luego negarse a dar información para torturar, aún estando preso, a los familiares de las víctimas, era una de sus actitudes recurrentes durante los juicios. En uno de los últimos, en 2020, se negó a declarar sobre la suerte corrida por unos quinientos desaparecidos en tres centros clandestinos que estaban bajo su órbita con la excusa de que quienes lo juzgaban no eran los jueces que correspondían. “¿Ante quién voy a declarar? Ustedes no tienen autoridad para actuar. Necesito que me interroguen los jueces que estaban en ejercicio de sus funciones en ese momento. Hay mucho para declarar de esos acontecimientos que pusieron en peligro a la patria, pero no lo puedo hacer ante ustedes”, les dijo.

La última declaración del comisario genocida antes de su muerte fue el 11 de marzo de 2022, frente al Tribunal Oral Federal 1 de La Plata que lo juzgaba por crímenes en el Pozo de Arana. Allí montó un número desplegando un banderín con los colores de la bandera ucraniana y dijo: “Soy víctima de un juicio de venganza y ensañamiento”. Después hizo una insólita comparación entre la resistencia ucraniana a las tropas rusas y el genocidio perpetrado por la dictadura contra quienes, según él, pretendían “instalar el comunismo, como están haciendo en Ucrania”. Y terminó, pomposo y desafiante, con las que serían sus palabras finales en público: “La historia y Dios me absolverán”.

Para entonces, hacía años que Miguel Etchecolatz había sido repudiado por su propia hija, horrorizada por la magnitud de los crímenes perpetrados por su padre. En 2014, Mariana Etchecolatz solicitó cambiar su apellido ante un juzgado de Familia de la Ciudad de Buenos Aires. “Debiendo verme confrontada en mi historia casi constantemente y no por propia elección al linde y al deslinde que diferentes personas, con ideas contrarias o no a su accionar horroroso y siniestro pudieran hacer sobre mi persona, como si fuese yo un apéndice de mi padre, y no un sujeto único, autónomo e irrepetible, descentrándome de mi verdadera posición, que es palmariamente contraria a la de ese progenitor y sus acciones (…) Permanentemente cuestionada y habiendo sufrido innumerables dificultades a causa de acarrear el apellido que solicito sea suprimido, resulta su historia repugnante a la suscripta, sinónimo de horror, vergüenza y dolor. No hay ni ha habido nada que nos una, y he decidido con esta solicitud ponerle punto final al gran peso que para mí significa arrastrar un apellido teñido de sangre y horror, ajeno a la constitución de mi persona. Pero además de lo expuesto, mi ideología y mis conductas fueron y son absoluta y decididamente opuestas a las suyas, no existiendo el más mínimo grado de coincidencia con el susodicho. Porque nada emparenta mi ser a este genocida”, escribió en el pedido que presentó al tribunal y le fue concedido.

Fuente: telam

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