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24/06/2025

Lo que Freud le explicó a Einstein sobre por qué hay guerras

Fuente: telam

En 1932, el científico le preguntó al psicoanalista si era posible librar a la humanidad de las contiendas. La respuesta sigue siendo una de las reflexiones más incisivas sobre la violencia y la cultura.

>La pregunta sobre la guerra y cómo evitarla resuena de manera potente hoy, más de 90 años después de que Albert Einstein se la formulara a Sigmund Freud. En un siglo XXI que “no viene mejor” en cuanto a conflictos bélicos, la relevancia de esta correspondencia de 1932-1933 se mantiene intacta, invitándonos a reflexionar sobre la naturaleza humana y la paz.

Tras la devastación de la Primera Guerra Mundial y ante los inminentes conflictos de la Segunda, el Instituto para la Cooperación Intelectual, precursor de las Naciones Unidas, solicitó a Einstein que abordara un tema relevante para la paz mundial. Einstein, quien admiraba a Freud a pesar de sus reservas sobre la verificabilidad de sus teorías, decidió escribirle en 1931. Su pregunta central era si “existe un medio de liberar a los hombres de la maldición de la guerra”. Reconociendo que la “orientación habitual de mi pensamiento no me abre ninguna visión sobre las profundidades de la voluntad y del sentimiento humanos”, el físico, buscando una perspectiva sobre los impulsos no controlados, planteó al psicoanalista: “¿Existe una posibilidad de enderezar el desarrollo psíquico de los hombres de modo que se los haga capaces de resistir a las psicosis de odio y de destrucción?”.

Freud, confesando sentirse “asustado bajo la impresión de mi —casi hubiera dicho: ‘de nuestra’— incompetencia”, aceptó el desafío de esbozar cómo la psicología aborda la prevención de las guerras.

Freud comenzó su análisis partiendo de la relación entre el derecho y el poder, o, como él prefirió llamarlo, la fuerza. Explicó que, “en principio, los conflictos de intereses entre los hombres son solucionados mediante el recurso de la fuerza”, una dinámica observable en todo el reino animal y también en el ser humano, aunque en este último se suman “conflictos de opiniones que alcanzan hasta las mayores alturas de la abstracción”.

La fuerza muscular fue rápidamente complementada y “sustituida por el empleo de herramientas”, marcando el inicio de la superioridad intelectual sobre la fuerza bruta. El objetivo de esta confrontación era obligar a una de las partes a ceder sus pretensiones, bien por el daño infligido o por la aniquilación.

La evolución clave, según Freud, fue cuando se aceptó que la fuerza fuera dominada por el derecho. Esto ocurrió “por el reconocimiento de que la fuerza mayor de un individuo puede ser compensada por la asociación de varios más débiles”, lo que se resume en la frase “La unión hace la fuerza”. Así, “la violencia es vencida por la unión; el poderío de los unidos representa ahora el derecho, en oposición a la fuerza del individuo aislado”. La conclusión es fundamental: “El derecho no es sino el poderío de una comunidad”.

Para que esta asociación funcione, debe ser “permanente, duradera” y sus miembros más fuertes deben renunciar a la violencia individual, lo que no sucede sin tensiones.

El punto central de la respuesta de Freud a Einstein reside en su teoría de los instintos. Él postula que los instintos humanos se dividen en dos categorías fundamentales:

    Freud enfatizó que “Uno cualquiera de estos instintos es tan imprescindible como el otro, y de su acción conjunta y antagónica surgen las manifestaciones de la vida”. Además, es “sumamente raro que un acto sea obra de una única tendencia instintiva”, ya que los instintos suelen estar “fusionados”. Por ejemplo, “el instinto de conservación, por ejemplo, sin duda es de índole erótica, pero justamente él precisa disponer de la agresión para efectuar su propósito”.

    Aplicando esto a la guerra, Freud señala que cuando los hombres son incitados a ella, existen “gran número de motivos —nobles o bajos, de aquellos que se suele ocultar y de aquellos que no hay reparo en expresar— que responderán afirmativamente”. Entre estos motivos, “seguramente se encuentra entre ellos el placer de la agresión y de la destrucción”, cuya existencia y poderío son evidentes en “innumerables crueldades de la Historia y de la vida diaria”. La satisfacción de estas tendencias destructivas se facilita por su “fusión [...] con otras eróticas e ideales”. En ocasiones, “las motivaciones ideales sólo sirvieron de pretexto para los afanes destructivos”, mientras que en otros casos, “los motivos ideales han predominado en la consciencia, suministrándoles los destructivos un refuerzo inconsciente”.

    La conclusión de Freud no es optimista respecto a la eliminación de la agresión: “serán inútiles los propósitos para eliminar las tendencias agresivas del hombre”. Aunque se mencionan lugares utópicos donde la agresión es desconocida, Freud se muestra escéptico.

    Entonces, ¿qué se puede hacer? Freud propone fortalecer los vínculos afectivos. Si la tendencia a la guerra proviene del instinto de destrucción, “lo más fácil será apelar al antagonista de ese instinto: al Eros. Todo lo que establezca vínculos afectivos entre los hombres debe actuar contra la guerra”. Estos vínculos pueden ser de dos tipos: lazos afectivos similares al amor, pero sin fines sexuales, y lazos por identificación, que establecen “importantes elementos comunes entre los hombres”.

    Finalmente, Freud aborda la pregunta de por qué nos indignamos tanto contra la guerra, si biológicamente es tan natural. Su respuesta es que “no podemos hacer otra cosa. Somos pacifistas porque por razones orgánicas debemos serlo”. La cultura nos ha llevado a “actitudes psíquicas que nos han sido impuestas por el proceso de la cultura”, y la guerra “en la más violenta forma” niega estas actitudes, por lo que “simplemente, no la soportamos más”. Freud concluye que “Todo lo que impulse la evolución cultural obra contra la guerra”.

    Aunque los caminos para evitar la guerra indirectamente “no prometen un resultado inmediato”, la esperanza es que la influencia de la actitud cultural y el temor a las “consecuencias de la guerra futura” puedan poner fin a los conflictos bélicos en el largo plazo. La persistencia de conflictos como los que vemos hoy reafirman la atemporalidad de este diálogo fundamental.

    Fuente: telam

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