Martes 20 de Mayo de 2025

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20/05/2025

El ‘Macondo’ argentino existe y lo encontró Diego Angelino

Fuente: telam

En los cuentos del autor entrerriano pasan cosas terribles, pero se toman su tiempo. Son 20 relatos editados en un volumen que no da tregua y que reúne casi cuatro décadas de trabajo

>Chúcaros. Así son los personajes de Inspirado en los pueblos que supo habitar cuando niño, el autor despliega un espacio rural donde los personajes hacen lo que pueden. Y no es un lugar acogedor. Tampoco invita a la siesta. Es que hay algo hostil en este mapa inventado donde las cosas menos pensadas suceden. Y casi nadie la pasa bien, pero no lo saben. Es que no conocen otra cosa, entonces: ¿con qué podrían comparar?

“Se hubiera dicho que el Linye se quedó en Campo del Banco para morir. Como si después de andar tanto dijera justamente eso: he andado mucho y ahora alguna vez voy a morir y no se puede morir andando, hay que quedarse quieto para esperar la muerte”, dice el narrador en “Jaurías”, el sexto de los veinte relatos que conforman la antología del escritor que hoy vive en El Bolsón.

Lo que hubo y ya no hay

La narración desliza en papel de seda y los hechos transcurren como si nada, aunque son tremendos en casi todos los casos. Pero sí hay algo que se parece y mucho a la desesperanza y a la melancolía. Como si la existencia estuviera predeterminada y no hubiera nada que hacer frente a los designios del destino. Como sea, cada historia nos interpela y logra involucrarnos hasta el final.

“Nadie supo cuando murió Viejo Pancho. Un día empezó a llegar desde la galería un olor como a galpón con carros abandonados y cueros destrozados por la polilla. (…) cuando lo tocaron se fue cayendo despacio. El cielo había empezado a oscurecerse y todos batían palmas y agarraban tarros y lo dejaban solo. Él seguía cayendo, lentamente, arrastrando en la caída al viejo banco que se deshizo contra el suelo”. Así termina el cuento número 4, Viejo Pancho, un anciano dispuesto a olvidarlo todo porque “un día descubrió que la memoria es como un caballo mal amansado que da un salto o dobla cuando se le antoja”.

De los veinte hay dos que me gustaron mucho. Uno es Cartas desde el Perú y el otro, El contador de historias. En ese orden. El primero habla de un hijo que no recuerda a su padre más que apoyado en el vano de la puerta. Dice que un día los abandonó sin más. Y fotos no tiene porque su madre había quemado todo. Lo único que conservaban de él era su nombre. Pero un día llegó una carta y él supo. La madre la escondió, sin leerla. Ni ella ni nadie en la casa pudo hacerlo. Hasta que un día: “Una mañana en la que estábamos nuevamente solos, mi madre dijo, intempestiva: ¡Abrila vos! Yo no pienso leerla”. Y a partir de ahí se despliega una preciosidad de 4 inolvidables páginas. Una delicia.

Y el segundo trata de un hombre al que llamaban “el Contador de Historias, pero era una sola vapuleada historia, trajinada y rehecha a lo largo de dos décadas, corregida y perfeccionada de bar en bar o mejor, de un rostro a otro”. Se preguntarán cuál era la historia que contaba este señor una y otra vez. La de un maremoto que le arrancó la vida de raíz, pero siguió hasta que no. “Su metáfora preferida era comparar la vida del hombre con un pétalo, ni siquiera con una flor, sino con sus partes deshechas y moribundas y arrastradas y vapuleadas por las aguas de un torrente. ¡No somos más que esto!, decía, y abría la palma vacía, gastada, surcada por los años”.

Y qué suerte que Angelino le hizo caso.

¿Quién es Diego Angelino?

Fuente: telam

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