17/05/2025
“Nadie quería hablar de la muerte de mi bebé”: el duelo invisible de una madre después de perder a su hija de dos meses

Fuente: telam
Sofía pasó 45 días en Neonatología y murió por un diagnóstico poco frecuente. Su mamá, Jessica Ruidiaz, atravesó la pérdida en silencio. Un año después, fundó “Era en abril”, la primera organización latinoamericana dedicada al acompañamiento del duelo perinatal
>El 27 de abril de 2006, Jessica Ruidiaz (44) salió de la clínica de la Esperanza, en el barrio porteño de La Paternal, en estado de shock. Desorientada, caminó unos metros junto a su marido por la vereda. Se tocó el pecho, vio el rosario que llevaba colgado, se lo sacó y lo tiró contra el asfalto. Tenía 25 años y acababa de recibir la peor noticia de su vida: Sofía, su hija de dos meses, había fallecido.
Se llama “huérfano” al que se quedó sin padres; “viudo” o “viuda” a quien perdió a su pareja; pero no hay en el diccionario una definición para quién perdió un hijo. La escritora colombiana Bella Ventura inventó un término para describir a esa condición humana: “Alma mocha”.Jessica dice que así vivió durante mucho tiempo: como si le hubieran arrancado el alma. “Al principio me acuerdo de que sentía los brazos fríos. Cuando salía, necesitaba tener algo en el pecho: un cuaderno, la cartera… Lo apretaba fuerte porque tenía la sensación de que me faltaba algo. Me faltaba mi hija”, le cuenta a Infobae.En ese contexto, un año después de la muerte de su hija, fundó Sofía nació el 27 de febrero de 2006 por cesárea. “Era hermosa y enorme: pesó 3,800 kilos. Nunca voy a olvidar su carita ni su primer llanto, fue sublime, mágico”, cuenta su mamá. “Después de los controles de rutina nos dijeron que estaba perfecta y nos dieron el alta de la clínica. Solo tenía un Dos semanas más tarde, Jessica llevó a su hija a hacerse unos chequeos al hospital: “Primero fuimos a ver una dermatóloga por el tema del hemangioma. La revisó y me explicó que no había nada raro, que con los años, se iba a ir achicando”, recuerda. En la ecografía, en cambio, se llevó una sorpresa: a Sofía le detectaron líquido en la pleura. Le recomendaron subir a la guardia y mostrarle el informe a la neonatóloga.
“La médica miró los estudios, me preguntó si Sofía comía bien, si dormía. Le dije que sí. Su respuesta fue: ‘No sé para qué te mandan acá, esto es normal en los recién nacidos. El líquido se reabsorbe solo. Andá tranquila, mami’. En ese momento yo no sabía que no podía haber líquido en la pleura. Tampoco se me ocurrió hacer una interconsulta en otro lado. Confié en su palabra y volví a mi casa”, dice.Llegaron al hospital en remise, con Sofía casi desvanecida. Según Jessica, los médicos la reanimaron durante un largo rato. “Cuando se estabilizó me preguntaron si se había ahogado con leche. Yo estaba segura de que no, pero me quedé con una sensación espantosa de culpa. Ahí, mis amigas se acordaron de la ecografía que le había hecho el día anterior. Como la tenía en el bolso, se las di. Enseguida reaccionaron”.
El diagnóstico fue un quilotórax bilateral espontáneo: una condición médica muy poco frecuente que provoca acumulación de un líquido de apariencia lechosa (llamado linfa) en la pleura y que dificulta la respiración porque comprime los pulmones.Esos 45 días fueron durísimos. Sofía tenía drenajes en los pulmones, respirador artificial y se alimentaba a través de nutrición parenteral. Durante ese tiempo, Jessica y su pareja prácticamente no se movieron del lugar. “Salíamos de verla llenos de impotencia. Dormíamos en la sala de espera, sentados, o nos íbamos a alguna estación de servicio. Alguna vez también alquilamos una habitación en un hotel. Como vivíamos en Avellaneda, casi no volvimos a nuestra casa: queríamos estar cerca”, recuerda ella.
El cuadro era delicado, pero cuando comenzaron a suministrarle somatostatina hubo una mejoría. “Un día dejó de drenar líquido y decidieron sacarle el respirador. A mí me pareció apresurado. Se los dije, pero no me escucharon. Y al final pasó lo que temía: empezaron a fallar todos sus órganos”, resume Jessica.Sofía murió el 27 de abril de 2006 a la madrugada. Tuvo varios paros y no lograron estabilizarla. Cuando Jessica llegó al sanatorio, le permitieron alzarla por última vez. “Tuve como un impulso: me saqué la remera, el corpiño y la puse en mi pecho. Le empecé a cantar y me quedé así, con ella apoyada sobre mí, hasta que me dijeron que ya estaba. Ahí me agarró una desesperación horrible”.
En ese momento —dice ahora— no pudo ni gritar ni llorar: se quedó en shock. “Nos llevaron a un consultorio y nos dejaron solos. Recuerdo que le dije a mi marido: ‘¿No tendría que haber un psicólogo acá? Siento que me estoy volviendo loca’. Al rato entraron para consultar si íbamos a querer donar los órganos y hacer una autopsia. Se lo preguntaron al papá y él me lo preguntó a mí. Yo me negué. No quería que tocaran más a mi bebé. Con el tiempo me arrepentí. Después se acercó una médica a explicarnos qué había pasado, pero la verdad es que no recuerdo lo que nos dijo: solo veía que movía la boca. Pidió disculpas, aseguró que hicieron todo lo posible y enseguida nos fletaron. Fue todo superrápido >Tras la partida de Sofía, vino el silencio. Jessica recuerda que nadie quería hablar de la muerte de su bebé. “Necesitaba poner en palabras lo que estaba sintiendo y no me escuchaban. Me decían que era joven, que iba a poder tener más hijos, que con el tiempo se me iba a pasar. Todo eso me dolía y me enojaba. Incluso llegué a pensar: ‘Tal vez el problema soy yo, que estoy sintiendo demasiado dolor’”.Con el tiempo, Jessica volvió a refugiarse en la escritura, como había hecho en la adolescencia. Hasta que un día alguien le pasó el contacto de otra mamá que atravesaba una situación similar. “Estuvimos hablando y ahí se me prendió la lamparita. ‘Quizás esto que nos está pasando, de lo que nadie sabe hablar, no está bien’, pensé”.
Ese espacio se convirtió en Era en abril, la primera organización de Latinoamérica dedicada al acompañamiento integral del duelo perinatal y de embarazos posteriores a la pérdida. “Ahí encontré mi vocación. Estudié para ser consultora psicológica y hoy me especializo en acompañar duelos perinatales y embarazos post pérdida”, cuenta.
“La gente no tiene noción del impacto enorme que provoca este tipo de pérdida. No importa la semana de gestación o si fue después del nacimiento. El proceso mental que se desencadena es el mismo. La diferencia son los recuerdos: cuánto tiempo se compartió, qué cosas quedaron. Pero el duelo es duelo y, como mínimo, lleva un año”.
Lo que vuelve único a este tipo de duelo es que ocurre en el momento más feliz. “Estás esperando vida y te encontrás con la muerte. Como sigue siendo un tabú, las mamás quedan sin apoyo y, después de unos meses, todos esperan que vuelvan a ser las de antes. Pero no van a volver a ser las de antes. Nunca”, agrega.
Los hombres, ¿Lo viven igual? “A diferencia de las mujeres, que tienden a buscar ayuda o con quien hablar; los varones, en general, son más reservados. No saben qué hacer con todo esto. Lo que tapan, lo reprimen y se enfocan en el trabajo. Cuando la mujer procesó y está fuerte de nuevo, ahí es cuando suele caer el hombre”.
Después de transitar el duelo, Jessica decidió volver a ser madre. Lo hizo con miedo, con cuidados extremos y con una certeza: esta vez no quería dejar nada librado al azar. “Planifiqué todo. Me cambié de obra social, investigué cuál era el sanatorio con la mejor neonatología y pedí que tomaran mi embarazo como de alto riesgo, aunque no lo fuera”, dice.Los primeros meses con Victoria no fueron fáciles. La sobreprotección, la ansiedad, los miedos volvieron una y otra vez. Pero esta vez Jessica no estaba sola. Había construido una red, había puesto en palabras su dolor y lo había transformado en acompañamiento.
Fuente: telam
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