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12/05/2025

¿Qué es real en la cultura contemporánea?

Fuente: telam

Los avances tecnológicos, aplicados a la información y el arte, han generado en el sujeto contemporáneo una necesidad de realidad

>Aquel martes, 11 de septiembre de 2001, aún no sabíamos hasta qué punto la imagen icónica de un avión atravesando la segunda torre del World Trade Center de Nueva York nos iba a meter de lleno en los conflictos culturales del nuevo milenio.

Un nuevo comienzo de siglo sucedió en 2020. Lo que en diciembre de 2019 aparecía tímidamente en las noticias fue copando cuota de pantalla a lo largo de enero, febrero y marzo de 2020, convirtiendo la propagación de un virus como el de la covid-19 en una pandemia mundial.

Estos dos acontecimientos tienen un elemento en común: la proyección de la realidad a través de las pantallas, no como una posibilidad de información, sino como el elemento privilegiado a través del cual poder observar lo que sucede. Los medios de comunicación reproducen la máxima “está pasando, lo estás viendo”. Con redes sociales informando 24 horas al día, esperar a la prensa matutina para comprobar cómo va el mundo ha perdido buena parte de su sentido e importancia. La pantalla se ha convertido en la forma en la que asimilamos la realidad contemporánea.

El mundo es virtual

Entre la realidad y la pantalla, el camino trazado ha sido tanto de ida como de vuelta, estimulando la oferta y la demanda de lo real. El sociólogo Zygmunt Bauman llamó a nuestra época una modernidad “líquida”. El filósofo Gilles Lipovetsky la define como la “era del vacío” y Jean Baudrillard había señalado la proliferación de simulacros que acababan sustituyendo a lo real. El gran divulgador filosófico de nuestro tiempo, Byung-Chul-Han, ha explorado estos comportamientos sociales desde la noción del cansancio social o desde conceptos como “psicopolítica”.

El denominador común a todas estas teorías reside en la virtualización del mundo, el incremento de la incertidumbre y la pérdida de fe en las explicaciones tradicionales. En cierto sentido, podríamos hablar de una “cultura de la sospecha” que, sin embargo, no ha impedido la proliferación de nuevos canales virtuales a través de los cuales tratar de entender la realidad.

Lo ‘real’ es ‘parecer real’

El filósofo francés Alain Badiou ha diagnosticado la “pasión por lo real” en nuestras sociedades. Esta pasión camina de la mano de un sujeto individualizado, de una tecnología desarrollada y de una comunicación en red que sugiere la ficción de una comunidad conectada por intereses comunes. Pero a la vez, esconde un concepto ambiguo y peligroso: la necesidad de autenticidad. La conexión en directo parece más “real” que la realidad misma, pues no existe algo que filtre y ordene esa realidad.

La era digital ha dinamitado todo un sistema de mediaciones, prometiendo más realidad. Una realidad más cruda, más directa, quizás más dolorosa, pero absolutamente más auténtica.

Aquí es donde aparece la paradoja: el incremento en la oferta y la demanda de la autenticidad solo se hace posible a través de la creación de nuevos simulacros en televisión, en internet o en el mundo del arte.

Trump es la consecuencia de la ficcionalización de la vida pública, la espectacularización de la política y su reproducción viral a través de pantallas, que dan –paradójicamente– una mayor sensación de autenticidad en la sociedad norteamericana. Marine Le Pen, Giorgia Meloni, Santiago Abascal, Alvise Pérez y demás militantes neofascistas se han apropiado del ecosistema digital para minar la credibilidad del sistema democrático, intoxicar con bulos el debate público, alzar la bandera de la desinhibición discursiva contra discursos oficiales o convencionales e incrementar los niveles de incertidumbre y malestar. Lo han hecho a través de pantallas, pero paradójicamente el impacto sobre la realidad no tecnológica es perfectamente constatable.

Cada ámbito digiere el impacto digital de manera particular, pero cada uno reproduce la misma lógica contradictoria: mientras se generan imágenes que diluyen el valor de una realidad original, la sociedad incrementa su ansiedad por encontrar la autenticidad bajo el discurso, la imagen o la pantalla.

Fuente: telam

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