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08/05/2025

La historia del último Santo Padre italiano: el Papa que no quería serlo y murió a los 33 días de su elección

Fuente: telam

Albino Luciani llegó al cónclave de 1978 convencido de que no sería elegido. Pero, en apenas 24 horas, su nombre se impuso entre 111 cardenales. Aceptó con dudas, temores y una sonrisa tímida. Esta es la crónica de una elección inesperada

>El 25 de agosto de 1978, en pleno verano italiano, tras la misa Pro eligendo pontifice, los cardenales se aislaron en la Capilla Sixtina. Por primera vez, el ingreso fue televisado para todo el mundo. El servicio secreto italiano SISMI instaló un muro magnético para evitar filtraciones. No se podía entrar ni salir. Solo había un teléfono para emergencias.

El cardenal belga Leo Suenens también dejó su testimonio: ”Mi habitación era un horno, una especie de sauna; había una sola ventana, pero estaba sellada. Al día siguiente, con la fuerza de mis manos, pude volar los precintos. ¡Qué regalo divino el oxígeno y un poco de aire fresco!”.

Albino Luciani aseguraba estar fuera de peligro. “Me tocó la celda número 60: una cama de hierro, un colchón y una palangana para higienizarse”, escribió a su sobrina el día previo al cónclave.

Pero al día siguiente, su nombre comenzaría a crecer.

El 26 de agosto, después de la misa y el desayuno, comenzaron las primeras votaciones. A pesar del juramento de silencio, las cifras circularon. En la primera ronda, Luciani obtuvo 23 votos, con 25 votos para Siri,18 para Pignedoli, 9 para Baggio, 8 para König y 5 para el argentino Pironio. En la segunda, Luciani saltó a 53 y en las rondas siguientes encabezó los votos.

Afuera, la fumata fue interpretada como gris. Adentro, se respiraba humo.

El almuerzo fue decisivo. En alguna celda del Vaticano se activaron diálogos discretos. El cardenal Jaime Sinn, de Manila, se acercó a Luciani y le dijo: “Su eminencia será el nuevo Papa”. Él respondió: “Mi salud no es buena. No tengo la suficiente formación”.

Luciani estaba pálido. Algunos lo vieron angustiado.

“Nos pusimos de pie para aplaudir, pero no lo vimos. Estaba acurrucado en su silla… Casi quería esconderse… Lástima que no podemos contar lo que vivimos, porque fue mucho más hermoso de lo que podrías haber imaginado”. Así describió el estado de ánimo de Albino Luciani el cardenal Vicente Enrique y Tarancón.

El cardenal argentino Eduardo Pironio (declarado beato en 2023) recordaba en su homilía, un año después: “Estaba justo frente a él y lo miraba; y todos nosotros, los cardenales, estábamos esperando su sí. Lo vi con una serenidad profunda, que venía precisamente de una interioridad que no se improvisa.”

La fumata de la tarde volvió a ser gris. Las cámaras enfocaban la chimenea, la plaza estaba en silencio. A las 19.19, finalmente, el cardenal Pericle Felici anunció el esperado Habemus Papam. Luciani apareció en el balcón con paso tímido y sonrisa contenida. Al volver al interior, dijo a sus colegas: “¿Qué han hecho? ¡Que Dios los perdone!”. La prensa distorsionó la frase como una crítica. Era, en realidad, un gesto de asombro.

Esa noche no durmió. Le confesó al obispo de Belluno: “Tengo muchos escrúpulos. ¿Por qué me eligieron a mí?”. Al día siguiente, pidió que todos los cardenales, incluso los mayores de 80 años, permanecieran junto a él en la Capilla Sixtina. Nadie sabe exactamente por qué. Tal vez necesitaba tiempo o compañía.

Rechazó los privilegios, eligió la sencillez, quiso escribir él mismo sus discursos. Aceptó usar el plural mayestático una única vez, y subrayó que su prioridad sería continuar el legado del Concilio Vaticano II: promover la paz, el ecumenismo y la disciplina interna. A sus ojos, la misión no era el poder, sino el servicio.

**Información extraída de la investigación realizada por las autoras y plasmada en el libro ¿Qué han hecho? Juan Pablo I. Conspiración en el Vaticano y milagro en la Argentina , editorial Catarsis, 2022.

Fuente: telam

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