25/04/2025
“Vivimos el tiempo de los sin vergüenza”: así fue el discurso de Juan Sasturain en la inauguración de la Feria del Libro

Fuente: telam
Infobae Cultura publica íntegro el texto que leyó el periodista y escritor, ex director de la Biblioteca Nacional, en la ceremonia de apertura de la 49.° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
>Esto tendrá una dedicatoria y cabe explicarlo: la idea de uno es no defraudar expectativas, que son saludablemente genuinas, dadas las circunstancias. Pero uno (discípulo confeso de Groucho Marx) no tiene ni la voz ni la vocación vocera ni le da el cuero para ocupar este lugar central / ocasional / bajo los reflectores sin salvedades. La sensación de impostura en esta arena de lo que no deja de ser un circo. Por eso, correspondería que, como en el chiste memorable, ahora aparezca el presentador y con megáfono le explique al público presente: Señores y señoras, por ausencia del hombre bala, les ofreceremos una perdigonada de enanos… Y en el dibujo de Fontanarrosa aparecían los cinco enanitos asomados a la boca del cañón…
Por eso esta conferencia inaugural está dedicada al autor de Inodoro Pereyra. Y, coherentemente, de salida, uno pone la exposición bajo la tutela reflexiva del insuperable Etchenique –no mi veterano detective, Julio Argentino- sino el polígrafo Ernesto Esteban Etchenique, otro personaje creado por el tremendo rosarino. Dice el polígrafo, en uno de sus inspirados Aforismos: “Te puedes hacer una armadura con papel. Pero no te pelees”.
Porque de eso se trata: de literatura, de autores y lecturas. Lo que a uno le gusta compartir.
Así que cabe arrancar con estas palabras de ocasión. Qué momento. Primero y antes de entrar en el tema de esta conferencia inaugural en sí, algunas salvedades –cuatro en este caso- que en general no salvan pero explican. Se ruega no confundirlas con paraguas sino con estrictas precisiones. Por eso de las salvedades, uno teme que el resultado final no será breve. Mejor. Porque si no, por el absurdo, uno tendría la obligación tácita de ser bueno, según el consabido Gracián. Ya que no se puede garantizar la calidad, uno acepta y abraza, macedonianamente, la digresión. Asume el laberinto, corre hacia adelante sin tener clara la luz del final.
Pareciera que se viene un tren de frente.Fue el consecuente Alejandro Vaccaro –entonces presidente de la entidad, y hoy miembro de la comisión directiva- el que se sentó frente a uno cierto lejano mediodía de primavera en una de las mesas que dan a la Avenida de Mayo de la Confitería London - tan cara a Cortázar y a sus entrañables personajes de Los premios- y fue él quien se autocalificó como vocero de una decisión que, como solía –dijo-, había sido de conjunto, colectiva. No necesariamente unánime. Y uno agradeció como ahora y dijo que sí, que era un orgullo y sería un honor. Y cuando, semanas después, en el auditorio Jorge Luis Borges de una Biblioteca Nacional bella, ancha y ahora un poco ajena, vestida una vez más para la ocasión, el eficaz y querido -acá también saludablemente presente- Ezequiel Martínez, hizo pública esta designación con los consabidos fundamentos que uno suele sospechar contaminados de sinceras demostraciones de afecto, entonces –digo- uno no estuvo ahí, pero se enteró por los diarios que –confiesa, asqueado- ya no suele leer. Ni la tele ni las redes cuentan como medios, por un supuesto de salud. Y uno después no quiso ni supo hablar con nadie pública ni privadamente del asunto. Hasta hoy.
Así, acá está uno, ocasionalmente arriba como habitualmente abajo cuando acá estuvieron –sin irnos muy lejos, nada más que unos últimos años- los amigos Piñeiro, Saccomanno, Kohan o Heker. Y uno se siente orgulloso y un poquito intimidado de calzar en el sitio y la circunstancia –lo mismo pero parecido, como diría el gran Leónidas Lamborghini- en que uno fueron esos otros. Y uno adhirió entonces y adhiere ahora al decir diverso pero coincidente al fin de esos otros, firma al pie de lo dicho que aplaudió en su momento.Un amigo, el benemérito Héctor Chimirri, decía que siempre uno tenía que tener un traje. ¿Para qué, Gordo? Para asumir. Pilcha para asumir. ¿Asumir qué? No importaba. Uno tiene un saco, éste, que está en todas las fotos de los últimos diez o quince años de entreveros culturales, si a uno se le concede el derecho al barbarismo.
En Las Crónicas del Ángel Gris se sostiene que el hombre prudente se tira sabiamente a menos.Por definición lingüística –con Jakobson, De Saussure a mano- el que habla es la primera persona, el ubicuo yo. Sin embargo, también el que habla es uno. Son pronombres: personal o indeterminado, según la vieja clasificación. Al que habla hoy acá le gusta ese sujeto genérico y personal a la vez. Porque hay una diferencia entre decir yo o decir uno, que no es sólo de matiz. Uno es una tercera, pero personal. Es un uso nuestro no exclusivo para nada pero sí muy argentino. La clave la reveló sin querer un amigo cubano muy gracioso hace casi cuarenta años.
Anécdota cubana: “Juanito, canta el tango número uno” pidió Alberto Molina – escritor cubano, actor de telenovelas, morocho de bigotitos- en un ruidoso viaje en micro, parte de un encuentro de escritores de policial a fines de los ochenta. Y ahí, cuando uno entendió a qué se refería este amigo, arrancó con la melodía de Mores: “Uno busca lleno de esperanzas, el camino que los sueños prometieron a sus ansias…”Eso es Discépolo. Lo personal y lo colectivo son indisolubles. Por eso uno siente, con el corazón que aún tiene, que –como ha explicitado con humor y corrosión el inoxidable Rudy hace un tiempo- estos son tiempos discepolianos. Un cambalache. Un cambalache. Tal cual.
Pero el caso más rico y revelador del uso de ese uno es lo que hace Calé – Alejandro del Prado autor de los dibujos y los textos de esa obra maestra del humorismo argentino que es Buenos Aires en camiseta (que a uno le quedó pendiente de edición en la serie Papel de Kiosco en la editorial de la Biblioteca Nacional)- en la que el empleo del sujeto uno no es ocasional sino sistemático. Uno ha escrito sobre eso. Existencialismo costumbrista de barrio, de vereda, de café y de club, con tango y fóbal. La película, el corto de Martín Schorr de los sesenta es ejemplar. Una secuencia, por ejemplo: uno se va a sacar una foto y se imagina así (dibujo); la foto es así (dibujo) pero uno se ve así (dibujo). Ese uno se corre del ejemplo personal y busca la solidaridad identitaria con el otro, el común sentimiento del lector / espectador.Quedamos entonces en que el que habla es uno.
El plural de ese uno es alternativo: puede ser el yo de un nosotros o el de todos o algunos o muchos o todas esas cosas a la vez, porque tiene que ver con la otra pata de la comunicación: el receptor. A quién se dirige uno.
Uno, en cambio, no se dirige a estos todos presentes en tanto clientes / socios / cómplices / copropietarios / usuarios / modernos cabanos / inversores / seguidores de pantalla / apostadores / trolls y todas las variables de la enfermedad utilitaria.
Salvedad cuatro: sobre el tono de exposición
“La intolerancia, la estupidez y el fanatismo pueden combatirse por separado, pero cuando se juntan no hay esperanza”.
Así, uno se ve tentado a volver sobre viejos tópicos, tristes tópicos que se reiteran en el tiempo y la historia compartida: cuidado con los que no tienen sentido del humor, (negro, tonto, absurdo o de equívoco salón, como éste) suelen carecer también del sentido de la Historia y de la perspectiva del juicio, usos y costumbres, plasticidad, esa cintura cultural requerida por y para la convivencia.
En síntesis: uno cree que puede hablar sin solemnidad de cosas serias. Serias en serio, como lo que pasa. Por eso, por todo eso, uno reivindica el rigor formal y le gustaría disponer de la maestría de Wimpi o de la dupla César Bruto-Oski a la hora de exponer frente a todos ustedes estas serias divagaciones que no presumen de trascendencia pero que son conscientes de que hay una memoria no distante, recia y polémica, a la que cabe acompasarse.
Porque no hace tanto tiempo –había una presidente lectora entonces- que el brillante escribidor que acaba de partir llevándose la justa gloria literaria, el Nóbel y el apoyo explícito a flagrantes depredadores como gesto final, se cruzó con nuestro propio sensible argumentador serial: entre el penúltimo Vargas Llosa y el brillante objetor Horacio González (de pie, plis) acá, en diferido, se confrontó de lujo.
El título general de la conferencia que no termina de empezar es triple:
Un elogio, una reflexión y una modesta proposición. Tres partes cómoda o forzadamente ensambladas. Resultó un laburo. Porque uno habla y describe sus emociones / sensaciones desde tres lugares distintos, elogia, como lector y se enorgullece de este momento brillante para la lectura de nueva y sorprendente literatura argentina; después reflexiona, como escritor sobre el gesto de aventurar ficciones a través de un ejemplo excepcional que acaba de mostrar la vitalidad y vigencia absoluta de los clásicos. Y finalmente, como argentino a secas, experimenta el bochorno de una situación colectiva difícil de soportar y propone algo desde ese lugar.
Con esos retazos de originalidad y conscientes autosaqueos están hechas las partes del todo que sigue.
En principio y antes que nada de coyuntura, un motivo o pretexto ejemplar. No casualmente tal vez, ayer, 23 de abril, se celebró en muchos países el Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor. Y se celebra o se instituyó hace tres décadas ese día porque –más allá de discusiones, cuestiones de horas, de tipo de calendario y otras minucias de precisión inverificables ya- ese día puntual, digo, el 23 de abril de 1616, en Madrid y Córdoba, España, y en Stratford-upon-Avon en Inglaterra, morían, a la vez y a tres voces, el castellano Miguel de Cervantes Saavedra con 68, Gómez Suárez de Figueroa, el llamado inca Garcilaso de la Vega, peruano del Cuzco a los 77, y nada menos que William Shakespeare, ahí mismo donde había nacido, hacía nada más que 52 años. Y si la coincidencia final entre los padres del Quijote y Hamlet era conocida hace mucho, sumarle al brillante autor de los Comentarios Reales, hacerlo calzar al Inca, hizo justicia al sumar la pata latinoamericana para la celebración.
Escribir, editar, comprar y almacenar libros son actos generalmente saludables para y en el concepto de la equívoca cultura que supimos conseguir. Conversar / opinar sobre ellos, sobre su heroica historia e incierto porvenir, una casi compulsión que suele convocarnos. Incluso preocuparnos, como ahora y casi siempre.
Y la lectura no existe. Existen personas que leen. Y al hacerlo se hacen (más) personas, se llenan de más personas, se encuentran con más personas en diálogo personal, si cabe la redundancia. Leer es compartir, conocer, abrirse callado pero atento a lo que ese otro como uno tiene para decir.
Tiempo de abrirse, entonces, de saber escuchar en la atenta y verdadera soledad productiva y fecunda del mano a mano ante el libro: eso, el libro abierto, usado y manoseado, sin distancia social ni otro protocolo que las ganas de entregar la atención a lo que otro tiene y sabe, y que por suerte uno no tiene ni sabe todavía.
En el hermoso poema “Gotán”, que creo que está en Cólera buey, de Juan Gelman, el poeta se refiere a su poemario del 62 que fue muy leído y por el que todo el mundo lo admiró y reconoció. Incómodamente, el último verso dice: “Yo nunca escribí libros”. Qué bárbaro.
¿Qué es un best seller? El libro más vendido, se traducirá. No. Según mi pésimo inglés, eso sería best sold. Cuestión de participios, del paradigma del verbo to sell. Seller significa vendedor. Un best seller, entonces, para la editorial, es el que le resulta mejor vendedor, el que da mayores beneficios, el empleado del mes, digamos.
Cita a ciegas
Lector de lectores
los colores del cielo. Es la chica
si habrá nubes o sol, esta mañana.
costumbre del pulgar lo comunica
en vulgaridades de primera plana.
cautivo de esa luz opaca, cree
por vivir, y que la noche lo provee:
cierra, apaga, silencia, calla y lee.
En este segundo momento, uno, desde la condición asumida de escritor, de narrador de aventuras o de ficciones en que lo aventurero, la peripecia de personaje es componente central, trata de describir cuál y cómo fue la experiencia iniciática que a uno lo formó / deformó, en un camino sintetizado en la fórmula de leer aventuras a la aventura de escribir. Como en el caso del humor, de la canción y de la historieta, uno ha estudiado los relatos de género (entre ellos los de aventuras) dentro de ese poderoso corpus reducido por años de ceguera y prejuicio a la categoría de literaturas marginales. Uno ha escrito largamente sobre eso.
Uno, una vez más, cree que es necesario hablar de El Eternauta y de su autor intelectual, su escritor, Héctor Oesterheld. Todos los caminos de la necesaria justicia literaria -y de la justicia a secas- confluyen en este tránsito virtual, como en el caso del Martín Fierro en su momento, de la circulación por los márgenes y la periferia cultural no calificada, al centro. No al canon, categoría sospechosa y elitista, por lo general discriminatoria. Al centro o foco de atención y reconocimiento común, identitario en términos culturales. Juan Salvo es uno. Y uno no puede sino reproducir con vencido pudor y bajo el acápite de Delmore Schwartz –“En los sueños comienzan las responsabilidades”- el texto de Oesterheld, el aventurador. Tiene sus trajinados años.
Cuando Oesterheld escribía -desde los primeros cuentitos infantiles en La Prensa o la colección Bolsillitos a sus historietas militantes puras de los últimos meses de la clandestinidad militante- no imaginaba ni inventaba ni conjeturaba; Oesterheld aventuraba. Toda su vida fueron formas de aventurar. Aventurar es imaginar, suponer, proponer con riesgo: poner la convicción y el cuerpo detrás de la imaginación, de la invención. Es decir, hacerse cargo de lo que se crea (de crear) y se cree (de creer).
Vale la pena recordar que para Oesterheld y su lectores deslumbrados y en muchos casos consecuentes -los que como uno apenas tenían doce años, por ejemplo, cuando vieron a Juan Salvo golpearse el pecho como Tarzán bajo la nevada en la puerta de su casa- la aventura no es el pelotudeo -irresponsable o no- de vivir peligrosa o gratuitamente fuera de reglas o de fronteras conocidas, metiéndose en líos o cambiando de trenes, de minas, de camas o de causas sino otra cosa un poco más sutil: tener una aventura es encontrarse en una coyuntura en que está comprometido el sentido último de la vida personal y reconocerlo.
El disparador es lo que se llama una situación límite, en la que el hombre puesto a decidir opta o puede optar entre la verdad, el sentido, o la burocrática alternativa de quedarse en el molde. Y ése es el héroe de Oesterheld. El héroe no existe antes de que las cosas sucedan, no tiene un físico ni una aptitud ni una cualidad particular: es un hombre común al que las circunstancias ponen a prueba y, en su reacción, se revela para los demás y sobre todo para sí mismo como un héroe. Es el que está a la altura del desafío -miedo incluido, derrota incluida- y sigue ahí, se hace cargo de lo que cree, de lo que sueña, de sus convicciones y -sobre todo y como disparador- de sus sentimientos.
La parábola de Oesterheld en sus obras narrativas -de persona a personaje y de nuevo a persona, indisolublemente ligados- está mostrada de un modo ejemplar en la evolución del guionista receptor de la historia en El Eternauta original (y en sus avatares posteriores). Porque si bien Juan Salvo, que pasa de simple padre de familia a combatiente heroico contra la Invasión, es el típico héroe oesterheldiano surgido de las circunstancias, no cabe duda que en este caso, el receptor del relato -como le sucedía a Ernie Pike- también se modifica.
Paradójica, penosa o maravillosamente, en el último episodio de El Eternauta de los setenta –el llamado Eternauta III, que se realizó sin la participación de Oesterheld, ya desaparecido por la Dictadura- aparece y “actúa” Germán, devenido personaje independiente, aunque ya el autor que figuraba en la tapa no esté más... El aventurador había pasado de la historia cotidiana a la historieta y de ésta a la Historia a secas.
No sólo imaginar ni fabular, entonces: aventurar. Uno cree en el escritor como aventurador.
Una modesta proposición
In memoriam de Oski & César Bruto, padres tutelares.
Vayamos por partes, como no decía the ripper, experto en abrir y rasgar pero no seccionar y repartir. El rótulo modesta proposición que encabeza este engendro nos remite al filoso, extraordinario Jonathan Swift quien –además de escribir famosas fábulas y alegorías políticas en clave de viajes fantásticos atribuidos al caballero Lemuel Gulliver (luego domesticadas al constreñirse a un anecdotario festivo de pulgarcitos y gigantes, sin la Laputa volante y sin los onomatopéyicos houyhnhnm, caballos de sabio relincho)- también supo redactar y publicar, Swift, en el siglo de las luces y las tinieblas ominosas, algunas de las más feroces y contundentes sátiras contra el poder criminal del enemigo y opresor inglés que condenó a su patria, Irlanda, al hambre y a la muerte a plazo fijo.
A uno le gustaría que no se perdiera de vista la idea de que es ese mismo espíritu crítico y satírico el que lo anima para intentar estas agónicas reflexiones al borde de la ominosa desesperación.
Fuente: telam
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