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24/04/2025

La hazaña de dos caballos criollos que unieron Buenos Aires con Nueva York: el homenaje que les dedicaron en la Quinta Avenida

Fuente: telam

Gato y Mancha lo hicieron posible. Montados por el suizo Aimé Tschiffely unieron las dos ciudades en dos años y medio. Atravesaron la hostilidad de terrenos desconocidos, evitaron guerras y sortearon todo tipo de contratiempos

>La partida fue el viernes 24 de abril de 1925 desde las puertas de la Sociedad Rural, y nadie daba dos pesos por ese jinete suizo que con dos caballos estaba a punto de iniciar una larga travesía hasta Estados Unidos. Encima el insistente ladrido del perro que pensaba llevar ponía nerviosos a los animales y decidió dejarlo.

Con esa travesía, el suizo se había propuesto demostrar la nobleza del caballo criollo y su superioridad sobre cualquier otro, uniendo Buenos Aires con Nueva York. Lo que no imaginó es que haría historia.

Nacido en Suiza en 1895, Tschiffely se recibió de docente y se radicó en Gran Bretaña para ejercer su profesión. Tiempo después estaría en Buenos Aires como profesor de educación física en el colegio quilmeño San Jorge, donde trabajó casi una década.

Animado por los relatos de los gauchos y de la pampa de Roberto Cunnighame Graham, le propuso por carta a Emilio Solanet, dueño El Cardal de Ayacucho, médico veterinario, profesor universitario y experimentado criador de caballos criollos, comprarle dos animales. Pero el estanciero atinadamente, se negó.

A cambio, le propuso ponerlo a prueba, para ver si realmente estaba preparado a semejante viaje. En su fuero íntimo, Solanet creía que el hombre no pasaría de Rosario. Durante semanas, lo sometió a rutinas en las que lo hacía cabalgar largos recorridos bajo un sol ardiente o con lluvias torrenciales.

Superadas las pruebas le regaló dos caballos de la tribu del cacique tehuelche Liempichún, en Colonia Sarmiento, Chubut. Ellos eran Gato y Mancha. El primero era un bayo gateado de 16 años y el segundo un overo rosado, de 15. Gato había sido domesticado rápidamente mientras que Mancha era más arisco y tenía todas las características de un perro guardián.

Enseguida Tschiffely aprendió a conocer a sus fieles amigos: Gato era manso y humilde, al que siempre le pasaban todas: caídas, rodadas y tropiezos, mientras que Mancha era el más precavido, el que antes de dar un paso sobre un terreno al que no veía seguro, estiraba la pata izquierda y paraba las orejas.

Mancha era el que desconfiaba de los extraños, no se dejaba ensillar ni montar por nadie, salvo por Tschiffely y dominaba al dócil Gato. “Si mis dos criollos tuvieran la facultad del habla y la comprensión humana, iría con Gato a contarle mis problemas y mis sentimientos; pero si quisiera salir y hacer ronda con estilo, sin duda iría con Mancha”. Era tanto el apego de los animales por el suizo que nunca tuvo la necesidad de atarlos.

Fue difícil el trayecto hacia La Paz y usaba los lechos secos de los ríos para evitar la densa vegetación. En este tramo se quejó de la poca hospitalidad de las etnias quechua y aymará porque no le prestaron ayuda ni le indicaron el camino a seguir.

La preocupación del jinete era la de enfrentar las dificultades para alimentar a los caballos, que hasta comían hojas secas.

De Ayacucho a Lima el trayecto fue un infierno. A la altura y el calor, Tschiffely le quedó el recuerdo de los mosquitos y otros insectos que se ensañaban con él y los animales.

En una parte del trayecto, el guía que los acompañaba desapareció en medio de una fuerte tormenta de nieve, y los caballos estuvieron perdidos cuatro días en la montaña. Tuvieron un merecido descanso en Lima, donde arribaron el 6 de enero de 1926.

La siguiente etapa no sería mejor que las anteriores. Pequeños senderos, cortados por riachos, arroyos y pantanos. Para llegar a Costa Rica, lo auxiliaron dos guías para orientarlo en la espesa selva de Talamanca y abrirse paso a machete. Había días en que no alcanzaban a recorrer ni un kilómetro.

Siguiendo el relato publicado en Caras y Caretas, los indígenas le enseñaron a cazar monos, los que se pelaban con agua caliente y se guisaban con yuca y plátanos. Cuando había suerte comía patos silvestre y puercos de los montes.

En México, un clavo mal puesto por un herrero lastimó una pata de Gato. Fue asistido en Tapachula, una localidad del Estado de Chiapas, y luego llevado a la ciudad capital. Tschiffely debió comprar uno para transportar la carga.

Cuando el 2 de noviembre de 1927 entró a la ciudad de México, lo recibió una multitud. Al frente estaba Gato, ya curado, con un collar de flores que pendía de su cuello, “con su mirada infantil y soñadora”, como lo describió Tschiffely. Ya el suizo era una suerte de héroe nacional, al punto que organizaron una corrida de toros y fiestas en su honor.

En Texas tuvo problemas para obtener agua y forrajes y, cuanto más se adentraba en Estados Unidos, más se veía obligado a cambiar de ruta, ya que los automóviles espantaban a los animales. En la ciudad de Saint Louis, Tschiffely debió dejar nuevamente a Gato y terminó el periplo solo con Mancha, en Washington.

Como en esos días se desarrollaba una exposición equina en el Madison Square Garden, los caballos fueron exhibidos allí por unos días. En Washington, Tschiffely fue recibido por el presidente Calvin Coolidge en la Casa Blanca.

Le propusieron exhibir a los caballos en el zoológico de la ciudad, pero quiso que continuaran sus vidas en el campo de Ayacucho, de donde habían partido.

Años después visitó El Cardal. Asomado a la tranquera, solo le bastó silbar para que los dos fieles caballos aparecieran de la nada al galope. No lo habían olvidado.

Tschiffely falleció en Londres el 5 de enero de 1954. El 13 de noviembre de ese año llegaron sus restos al país y fue inhumado, en medio de un impresionante homenaje gauchesco, en el cementerio de la Recoleta.

Fuente: telam

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