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19/04/2025

Hormonización y cirugías de género: un libro afirma que la medicina está olvidando su juramento de no dañar

Fuente: telam

Sometidos a ideologías identitarias, algunos profesionales dejan de lado su misión humanitaria esencial. Personas sanas, incluso menores de edad, son convertidas en pacientes de por vida, esterilizadas, y posiblemente privadas de vida sexual plena

>Cuando en 2022 escribieron La fábrica del niño transgénero -preocupadas por la rapidez con la cual cierta medicina derivaba a menores a tratamientos de hormonización para cambiar de género-, las francesas Caroline Eliacheff, psiquiatra infantil, y Céline Masson, psicoanalista, creyeron -“ingenuamente”, dicen hoy-, que “un consenso se formaría en lo atinente a los menores”.

Cuando dicen “lo atinente a los menores”, las autoras se refieren a una situación análoga a la de la Argentina en materia de tratamiento a niños y adolescentes que se declaran trans, que dicen ser del sexo opuesto al de nacimiento. En ambos países la legislación es ultra permisiva, abundan servicios de salud que aplican tratamientos con bloqueadores de pubertad a niños de 10 u 11 años (para frenar el desarrollo sexual), luego, hormonización cruzada para desarrollar caracteres sexuales del género deseado -a partir de los 15 ó 16 aproximadamente- y, finalmente, cirugías (mastectomías, histerectomía, castración, fabricación de seudo órganos sexuales, etc). Todo ello a partir de aceptar la autopercepción de adolescentes que se autodiagnostican a partir de interacciones en las redes donde el lobby transgenerista es muy activo; también allá, escuela y autoridades preconizan la llamada “transición social” aceptando como algo natural e incluso festejable la declaración de un niño o niña o de un adolescente de pertenecer al sexo opuesto al de nacimiento.

“No habíamos tomado conciencia de la amplitud de la presencia proselitista [de las asociaciones militantes] (y o de sus defensores) en todos los mecanismos del Estado , en los partidos políticos, en la universidad, en los Ministerios (en particular en Educación y Salud), en los municipios, en otros organismos dependientes del Estado (...) y por supuesto en los servicios de salud dedicados al tema”, reflexionan hoy Eliacheff y Masson, a partir de las agresiones que recibieron luego de su primer libro.

La transición de género es presentada como “un viaje al encuentro de sí mismo”, o como una terapia de prevención del suicidio, a la vez que se ocultan o minimizan los efectos secundarios de estos tratamientos y el carácter irreversible de la mayoría de ellos. Los bloqueadores de pubertad son comparados al botón pausa de un reproductor de video. Se detiene el desarrollo por algunos años y luego se lo reanuda sin problema...

En aquel primer libro (febrero de 2022), analizaban el crecimiento exponencial de casos de disforia de género entre adolescentes, sobre todo mujeres, dato que los promotores de estas prácticas relativizan. Y que se repite en otros países, incluido el nuestro, como lo confirman las cifras de los casos recopilados por la En su nuevo libro (febrero 2025) Eliacheff y Masson se preguntan por qué tantos médicos ponen en práctica métodos dañinos para esos menores, denuncian el abandono de la responsabilidad adulta -siempre en nombre de la autonomía progresiva- y postulan una alternativa al tratamiento que se da a la disforia de género adolescente que incluye una distinta definición del malestar.

En el posfacio del libro, el catedrático Didier Sicard, profesor honorario de medicina interna en la Universidad de Paris Cité, que por casi una década presidió el Comité consultivo nacional de ética, señala que la medicina va camino a dejar de ser un humanismo y eso es alentado “por la financiarización creciente en detrimento del cuidado”.

Sicard enumera algunos de posibles efectos secundarios de la hormonización sin motivos médicos de cuerpos adolescentes: cáncer de hígado, meningiomas, desmineralización ósea, esterilidad, ausencia de vida sexual. En definitiva, dice, se convierte a esos niños en “material de laboratorio, (lo que) parece ser la última de las preocupaciones de una medicina deshumanizada”.

El único argumento que esgrimen los médicos en defensa de estos tratamientos es que buscan aliviar un sufrimiento. Un sufrimiento que es psíquico pero que no se busca tratar primero en ese plano. En cambio, se recurre a terapias destinadas a otros síndromes endocrinos, a la intersexualidad de nacimiento (hermafroditismo), a la pubertad precoz, etc. Pero en esos casos se trataba de la verdadera función de la medicina: corregir un desorden, no provocarlo.

Consciente de que estas prácticas están atravesadas por el debate ideológico izquierda - derecha, Sicard señala que “asimilar la defensa de niños y adolescentes a un comportamiento de ultra derecha es algo increíble”. La medicina no debe someterse a las modas del momento, sostiene.

El libro de Eliacheff y Masson denuncia una actividad médica que roza lo delictivo porque responde a intereses económicos y llama la atención sobre el peligro que esto representa para el futuro de niños y adolescentes.

Eliacheff y Masson denuncian en el libro -y también esto vale para la Argentina- que no existe la suficiente información a los pacientes y a sus familias acerca de los efectos secundarios de los tratamientos y de la existencia de alternativas como una psicoterapia, además de recomendar una espera prudente, porque la mayoría de estas disforias repentinas en la adolescencia desaparecen con el tiempo. Las autoras están convencidas de que, “aunque su sufrimiento puberal es real, [esos adolescentes] no son ‘trans’ (si bien una minoría podrá serlo y hacer su transición más tarde)”.

Los transexuales existieron siempre, dicen, “en todas las civilizaciones, de forma muy minoritaria”. Como todas las minorías, tienen derecho a la no discriminación. Pero actualmente, “su postura victimista ha servido como caballo de Troya” de “un militantismo de género que trata de imponerse a toda la sociedad como un nuevo orden moral”.

Pero los profesionales que piden prudencia, que sugieren por ejemplo una psicoterapia exploratoria, son sistemáticamente tratados de transodiantes, maltratadores, reaccionarios, charlatanes y, obviamente, ultraderechistas (como advierte Sicard).

Esta realidad se replica en casi todos los países occidentales. Sin embargo, los que han sido pioneros en esto Pero, dicen las autoras, muchos servicios médicos siguen todavía con los ojos cerrados las directivas de la WPATH (World Professional Association for Transgender Health) cuyos postulados son que el niño sabe a qué género pertenece y no cambiará de opinión, que no hay contagio social y que el incremento de los casos se debe a la liberación de la palabra.

En la Argentina se da el mismo fenómeno. Se desoyen las advertencias de los sistemas de salud de los países que están dando marcha atrás con estos tratamientos para proteger a los menores de ests terapias invasivas, irreversibles y para nada inocuas. Por caso, el Informe Cass, resultado del trabajo de 4 años de un equipo independiente de especialistas en el Reino Unido que llegó a la conclusión de que los tratamientos de transición están todavía en una etapa experimental y por el cual el gobierno de ese país suspendió los bloqueadores y hormonas en menores de edad, no fue prácticamente publicado aquí, ni mucho menos debatido ni siquiera entre los responsables de esta política.

El 6 de febrero pasado, en nuestro país, el gobierno nacional promulgó el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) 62/2025,Llamativamente, la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) reaccionó expresando “profunda preocupación”, en un comunicado en el que citan los derechos de los niños, mencionan la “autonomía progresiva” del menor, califican de “avance” a la Ley de Identidad de Género (n° 26743), tildan de “documento controversial” al Informe Cass, reiteran toda la doctrina que justifica estos tratamientos, a saber que “la falta de acceso a la salud integral aumenta la prevalencia de depresión, ansiedad e intentos de suicidio”, mientras que los tratamientos de transición “mejoran significativamente la calidad de vida y el bienestar”.

Nótese el eufemismo “acceso a la salud integral”, cuando están hablando de frenar el desarrollo puberal, dar hormonas del sexo opuesto a adolescentes e incluso practicar cirugías mutilantes en menores.

Ofrecen “soluciones milagrosas, explotando la inmadurez afectiva frecuentemente asociada a trastornos psíquicos entre los jóvenes así como el desconcierto de los padres”, dicen las autoras, que además citan otros ejemplos de terapias que causaron más daño que curación, como la lobotomía, método inventado por un neurólogo portugués para curar enfermedades psiquiátricas consistente en cortar las fibras que ligan el lóbulo frontal con el resto del cerebro.

El método fue llevado a los Estados Unidos por el neurólogo Walter Freeman que se asoció a un cirujano e hizo miles de lobotomías, incluyendo la que No todos los médicos creyeron en esto y hubo severas críticas desde el primer momento, sin embargo la lobotomía se siguió practicando casi hasta los años 80.

También evocan el caso de la histeria, enfermedad nerviosa abrumadoramente femenina, tratada a fines del siglo XIX con métodos tan brutales como la ablación del clítoris y la histerectomía. Como con la lobotomía, también entonces hubo profesionales que denunciaron esto como una mutilación y nada más, y que preconizaron un tratamiento psicológico de ese trastorno.

“Si el eugenismo afectó a las histéricas del siglo XIX, el transhumanismo del siglo XXI no deja de tener relación con las demandas actuales de cambo de sexo”, afirman Eliacheff y Masson.

¿No hay acaso un paralelo entre quitar los senos para aliviar el sufrimiento psíquico y castrar a las histéricas como creía el ginecólogo alemán Alfred Hegar que aseguraba que “la eliminación de las glándulas genitales suprimía el mal”‘?, se preguntan las autoras.

Eliacheff y Masson afirman que la transversión se basa en una ideología que “implica un corte con la realidad (la diferencia de sexos) y un cambio de paradigma”. Quienes la promueven necesitan convencer a la gente de que se puede cambiar de sexo para lo cual ejercen presión afectiva sobre las personas, neutralizan el debate y aíslan a los contradictores.

Con lógica woke, se sostiene que hablar de sexo biológco es casi un delito, una violencia contra la comunidad LGBTQIA+, dicen. La crítica es equiparada a la ofensa. Toda diferencia es una injusticia a combatir. Hasta la biología es recusada por discriminadora, intolerante, incluso transfóbica.

En primer lugar proponen usar la expresión Angoisse de Sexuation Pubertaire (ASP), que se puede traducir como Angustia de Desarrollo Sexual Puberal.

Los síntomas son: angustia marcada y persistente que puede llegar hasta el ataque de pánico ante la aparición de los caracteres sexuales secundarios; preocupación excesiva (pensamiento rumiante), vergüenza de su físico, estrategias de ocultamiento de esos caracteres, miedo, ansiedad, tristeza, culpa, desvalorización, temor a la agresión ligada a ese desarrollo (burlas, comentarios), miedo a la sexualidad adulta, cambios de humor, enojos.

Estos jóvenes, dicen, son presa fácil de un discurso mediático e incluso académico que ofrece una solución rápida y radical. Si te sentís mal con tu cuerpo es porque sos trans. Un autodiagnóstico que refuerza el rechazo al cuerpo y la imposibilidad de adaptarse a sus cambios.

El enfoque que proponen Eliacheff y Masson para la ASP es muy diferente: las hormonas deben estar vedadas hasta la mayoría de edad; se debe realizar una evaluación completa (individual, familiar y social) y preconizar un tratamiento psicoterapéutico, incluso psicofarmacológico de ser necesario.

El sitio LGBT al que acudió, cuenta Lou (nombre ficticio), “solo apoyaba la idea de que si un joven o una joven no entra en los estereotipos de género al cual pertenece, entonces forzosamente es trans”. Ella hubiera preferido que le dijesen que “es normal a esa edad sentirse incómoda con el propio cuerpo, que no tiene nada de malo ser un poco masculina, explorar otros estilos”.

A sus 15 no era consciente de los peligros ni de la irreversibilidad de algunas decisiones. El enfoque trans-afirmativo lleva a jóvenes en situación de profundo malestar a optar por cosas que modificarán sus cuerpos de modo definitivo.

Fuente: telam

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