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18/04/2025

“No quiero morir todavía”: la odisea de la mujer que estuvo atrapada 26 horas en la nieve y los dos compañeros que no sobrevivieron

Fuente: telam

Georgina Oñate volvía de un encuentro religioso cuando la camioneta en la que viajaba quedó varada en la ruta provincial número 13, en Neuquén. Pasó más de un día dentro del vehículo: rezó, escribió una carta para sus padres y resistió al frío extremo con una manta. Sus compañeros, que salieron a pedir ayuda, murieron congelados

>La madrugada del jueves 19 de septiembre de 2019, Georgina Oñate estaba sola, hecha un bollito en el asiento delantero de una Toyota Hilux, varada en una desolada ruta de la Patagonia y sin señal en el teléfono. Afuera, azotaba el viento blanco y la temperatura era de cinco grados bajo cero. En medio del silencio, la mujer empezó a rezar. “Dios, no me quiero morir todavía”, decía. Los dos hombres con los que había viajado —Daniel Venegas (27) y Francisco Herrera (52)— habían salido a buscar ayuda la tarde anterior. La escena ocurrió en un tramo nevado de la ruta 13, cerca del paraje neuquino Primeros Pinos, cuando volvían de un encuentro religioso en Aluminé. La camioneta quedó atrapada en una pendiente cubierta de nieve y, tras varios intentos fallidos por liberarla, Venegas y Herrera decidieron salir a pie hacia un puesto de Gendarmería. Oñate quedó en el vehículo, sin abrigo —le había prestado su campera a Francisco—, con apenas una frazada y una fe que, según cuenta hoy, le dio la fuerza para resistir 26 horas de un frío que la llevó al borde de la hipotermia.

“Lo único que hacía era orar. Pensaba en mis padres. En 2012 falleció uno de mis hermanos y no soportaba la idea de que volvieran a perder otro hijo”, recuerda Georgina en charla con Infobae. Casi seis años después, la mujer asegura que su plegaria fue escuchada. Cuando despertó, luego de haberse dormido un instante, vio por el espejo retrovisor tres figuras que se acercaban caminando: eran agentes del Ejército Argentino.

Nacida en Neuquén, Georgina Oñate tiene 37 años y es la segunda de siete hermanos. En 2001, mientras transitaba la adolescencia, su familia se mudó a Plottier, una localidad ubicada a 15 kilómetros de la capital provincial, donde actualmente está construyendo su propia casa. Cuando quedó varada en la nieve, en septiembre de 2019, trabajaba en el hospital local y llevaba, según describe, “una vida muy tranquila”. “Iba de mi casa al trabajo y del trabajo a la iglesia. Eso era lo único que hacía”, recuerda.

La iglesia a la que se refiere Georgina se llama “Casa de Paz” y es evangélica. Allí asiste desde 2012 junto a toda su familia. Es que, después de la muerte de uno de sus hermanos, asesinado a los 19 años tras salir a bailar, los Oñate se refugiaron en la fe. “Nunca se esclareció qué le pasó. La única Justicia en la que creemos es la justicia divina”, asegura Georgina que, como parte de la institución, participa de un grupo de contención para jóvenes con problemas de adicciones.

Transcurrido el encuentro, el miércoles 18, Georgina, Daniel y Francisco se levantaron temprano y dejaron el pueblo a las 11.30 de la mañana. “Estaba lloviendo en Aluminé. Recuerdo que fuimos a devolver la llave de la cabaña y después pasamos por una panadería a comprar algo para comer en el viaje. Ahí, la señora que nos atendió nos comentó que iba a nevar, pero que la ruta estaba bien. Solo nos recomendó apurarnos: ‘Si nieva mucho, tal vez cierren los caminos’, nos advirtió”.

En lugar de volver por el camino original —la bajada del Rahue— decidieron tomar otro trayecto. “Como Daniel no conocía mucho esa zona, Francisco le dijo: ‘Vamos por un lugar diferente, así podés ver otros paisajes’. Íbamos bien. Había nieve a los costados, pero la ruta estaba transitable”, recuerda.

Sin señal en los celulares y sin una pala, intentaron liberar el vehículo con lo que tenían a mano. “Sacamos uno de los carteles de señalización de la ruta para mover la nieve, pero no hubo forma”, recuerda. “Incluso, saltamos arriba de la caja para hacer contrapeso. Tampoco funcionó. Para ese momento, había viento blanco: ese viento con nieve que te pega fuerte y no te deja ver. Así que volvimos a meternos en la camioneta y nos quedamos ahí”, agrega.

Tras un par de horas en la camioneta, Daniel recordó haber visto una máquina de vialidad algunos kilómetros atrás y decidió caminar hasta el lugar. “Él había trabajado con máquinas antes, y decía que muchas veces dejaban las llaves puestas”, cuenta Georgina. Pero no tuvo suerte. “Cuando volvió, dos horas después, lo hizo con las manos vacías. En el galpón no había personal y las máquinas estaban apagadas”, agrega.

Antes de partir, le indicaron que encendiera la camioneta cada una o dos horas para calefaccionarse y que mantuviera las balizas prendidas. “Me quedé mirándolos mientras se iban. Eran como las 17, esa fue la última vez que los vi”, dice Georgina.

Pasaron las horas, el viento blanco se intensificó y, finalmente, cayó la noche. Con la oscuridad llegaron el miedo y la desesperación. “Empecé a llorar. No entendía por qué no volvían. Tenía frío, no había señal, no podía sintonizar ninguna radio de noticias. Estaba en el medio de la nada completamente incomunicada. Ahí empecé a rezar”, cuenta.

En un intento por seguir el rastro de sus compañeros, Georgina salió de la 4x4 y caminó hasta donde los había visto por última vez. La nieve le llegaba hasta las rodillas y, por la cantidad que había caído, no encontró huellas. Tuvo miedo y decidió volver al vehículo.

“Llegué toda mojada y con un frío... Me saqué las zapatillas y, como había algo de sol, puse las medias a secar en el parabrisas. Intenté encender la camioneta, pero había quedado en contacto toda la noche y la batería se agotó. Entré en pánico”, dice. Su primer reflejo fue cerrar las perillas de la calefacción. “Después me acordé de que Francisco siempre tenía trapos de piso escondidos debajo de las alfombras. Los saqué y los puse en la ranura de la puerta para que entrara menos frío. Y me quedé ahí”, cuenta.

Tras escribir la carta, Georgina se quedó dormida. Al despertar, poco después, vio tres figuras acercándose entre la nieve por el espejo retrovisor. Pensó lo peor. “Creí que venían a robarme y agarré un cuchillo. Después, cuando vi el uniforme, entendí que eran rescatistas. Fue un alivio inmenso. Sentí que Dios me había escuchado”.

Tras el rescate, Georgina fue trasladada a un hospital de la zona. Allí se enteró de la peor noticia: Daniel y Francisco habían sido hallados sin vida, congelados, a varios kilómetros del lugar donde se había quedado la camioneta.

Pasaron casi seis años desde aquella noche en la nieve. Georgina dice que todavía está atravesando procesos internos, pero que ese episodio la transformó para siempre: “Dejé de ser la persona que era. Antes me sentía débil, pensaba que no iba a poder soportar ciertas cosas. Y esto me hizo ver que sí puedo, que no soy tan frágil como creía”. Una parte del duelo la trabajó en terapia. Otra, en la iglesia. “Hubo días en los que no me podía levantar de la cama, y ahí estaban: mi pastor, mi familia, mi comunidad. Con un mensaje, una visita, un llamado. Eso me sostuvo”, dice.

Con las familias de sus compañeros ya no mantiene contacto. “Al principio me hablaba con la de Daniel, pero después se tornó una carga. Me hacía mal y decidí alejarme. Por suerte, me entendieron y lo respetaron”, cuenta. En ese “dar vuelta la página”, dice Georgina, aprendió a mirar la vida de otro modo. “Disfruto el presente, no me preocupo tanto por el mañana. Lo que me toque vivir, sea bueno o malo, lo valoro porque estoy viva. Desde 2019, para mí la vida es un regalo”, reflexiona.

Fuente: telam

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