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17/04/2025

Murió Carlos Tomba, aviador en Malvinas, condecorado y elogiado por un piloto británico por dominar un Pucará con un ala perforada

Fuente: telam

Este miércoles falleció en la ciudad de Mendoza. Cuando estalló la guerra, viajó a las islas para asistir a los Pucará en cuestiones técnicas, pero convenció a sus jefes de pelear. Su última misión y los detalles del mes que pasó como prisionero de los ingleses

>Siempre contaba que su primer cara a cara con la realidad de la guerra había sido el 1 de mayo de 1982 cuando, en un ataque de aviones Harrier a la Base Cóndor en Darwin provocó la muerte del primer teniente Daniel Jukic y de siete suboficiales que lo asistían en el despegue para hacer frente al ataque de una escuadrilla de Harriers. Le impresionó ver los cuerpos de sus camaradas caídos.

Tomba falleció este miércoles. Tenía 78 años y por su desempeño en la guerra había sido condecorado con la medalla “La Nación Argentina al valor en combate”.

La Base Cóndor era una pista de 400 metros sobre turba, desde donde operaban 14 aviones Pucará.

Participó en media docena de misiones de combate, que consistían fundamentalmente en vuelos rasantes para dificultar las operaciones de los helicópteros ingleses.

Esa formación fue la que impidió que impactase un misil, que pasó entre dos aviones. Procedieron a esconderse en una nube, luego dieron la vuelta por un cerro cuando les ordenaron destruir una posición británica que reglaba el fuego de artillería sobre posiciones argentinas.

Cumplida esa misión, se dirigieron volando a baja altura hacia el Estrecho de San Carlos. Divisaron una fragata, quien les tiró, y los pilotos observaron cómo los proyectiles impactaban en el agua. Eran las once de la mañana.

Nigel Ward, el piloto británico, se maravilló por la forma en que Tomba piloteaba y lograba dominar al Pucará, aún con un ala perforada y con partes del fuselaje que se desprendían.

Una segunda ráfaga hizo que el motor se incendiara, y comprobó que la palanca de mando no le respondía. Volando a cinco metros del suelo, debió eyectarse. En ese instante, el Harrier se alejó.

Solo recordó el instante en que accionó el mecanismo, y volvió en sí cuando caía en paracaídas y la turba amortiguaba el contacto con el suelo.

Al atardecer llegó a una suerte de refugio de pastor de ovejas, donde pensaba pasar la noche. Casi no tenía abrigo y tenía principio de congelamiento. Debajo del buzo de aviador, solo tenía el pijama que le había dado su esposa.

Cuando escuchó el ruido característico de un helicóptero Bell, supo que era argentino. Debió disparar dos bengalas para que pudieran verlo. Estaba tripulado por dos oficiales y un suboficial mecánico que habían despegado en una máquina que no podía volar de noche. Habían ido sin autorización, solo para buscarlo.

Prisionero hasta el 14 de julio

De Ejército estaba el teniente Carlos Chanampa, los subtenientes José Eduardo Navarro y Jorge Zanela, los sargentos primeros Guillermo Potocsnyak, Vicente Alfredo Flores y José Basilio Rivas y el sargento Miguel Moreno. De la Fuerza Aérea, Tomba, el teniente Hernán Calderón y el alférez Gustavo Enrique Lema. Y por la Armada el capitán de Corbeta Dante Juan Manuel Camiletti y el sargento infante de marina Juan Tomás Carrasco.

Los mantuvieron encerrados en una pieza de dos por tres en el viejo frigorífico de San Carlos. En una de sus paredes tenía incrustada una bomba argentina de 250 kilos, sin explotar. Aún conservaba su paracaídas.

Dormían en el piso, vestidos, acurrucados, hasta con la boina puesta. Pero lo problemático fue el baño. En uno de los rincones de ese reducido espacio, había un tacho de 200 litros cortado al medio. Cuando alguien lo usaba, el resto debía darse vuelta, hasta que pudieron conseguir una manta con la que improvisaron un biombo. Cada tanto, debían llevar el tacho a desagotar su contenido a orillas del mar.

Luego de un día y medio sin probar bocado, les llevaron algo de comida, que nunca supieron si era un guiso o una sopa de pollo. Tenían hambre, pero no cubiertos. Fue Tomba el que tomó la delantera: “Yo voy a comer con la mano”, y todos lo imitaron. En una nueva visita al basural, se hicieron de cucharas y de latas.

Evocó que los primeros días habían sido los peores. Cuarenta y ocho horas sin agua, y después una lata de paté. Como no sabían lo que pasaría al día siguiente, sólo comían la mitad de su contenido.

Fue Tomba el que vio cajas con misiles con las siglas “USAF”, del ejército norteamericano.

El piloto, contó hace unos años a Infobae, urdió un plan de escape. Creyó encontrar un punto débil en la seguridad y una noche trepó una pared con la intención de perderse en la oscuridad. Un culatazo en la boca lo regresó a la realidad.

Recuerda haber vivido situaciones risueñas. Era el día 40 como prisionero, estaban en San Carlos y les habían permitido bañarse por primera vez. Los hicieron desnudar, le dieron a cada uno una toalla y les ordenaron correr 200 metros hasta una casilla. Allí, sobre el techo, un inglés les arrojó agua caliente.

Fuente: telam

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