29/03/2025
La hija de desaparecidos que buscó su identidad durante 25 años y pide que se cuente la historia completa: “Viví un infierno”

Fuente: telam
En Jorgelina Molina Planas se conjugan jirones de sentimientos condensados en sus 51 años de vida: la guerrilla, la represión, la guerra de Malvinas, el drama de la adopción, un nombre impuesto y el ocultamiento, por años, de una verdad que alcanzó luego de un larguísimo proceso de un cuarto de siglo. Su reclamo porque se cuente la historia completa y el recurso del arte como sanación
>La suya es una historia de vida que se resume en una larga búsqueda de la verdad, y trascendió cuando días atrás se hizo escuchar en las redes sociales en el día de la conmemoración del 24 de marzo. Aseguró que la frase que debería unir a los argentinos es la de “¡Nunca más La Violencia, ni la Mentira, ni la Manipulación, ni un Golpe de Estado, de ningún lado, ni de ningún partido político! ¡Respetemos la Democracia, las leyes, la Justicia y que La Verdad y la Memoria nos hagan Libres!”.
Ella se llama Jorgelina Paula por su tío paterno, Jorge Molina, integrante del ERP, cuyo nombre de guerra era “Pablo”. Su papá era José María Molina. Del pueblo santafesino de Felicia, los dos hermanos, inseparables, hicieron el secundario en el Liceo Militar de esa provincia. Luego entraron a cursar arquitectura. Allí Jorge Molina conoció a Cristina Isabel Planas, una entrerriana que había estudiado para maestra en el histórico Normal de Paraná.
Si bien ambos habían comenzado su militancia en el Partido Comunista, con el tiempo pasaron al PRT-ERP. El nombre de guerra de ella era “Paula”, y en la organización a los hermanos se los conocía como Molina grande y Molina chico.Pero antes de conocerlo, ella estaba en pareja con Carlos y tenía un hijo, Damián, cinco años más grande que Jorgelina. En 1972 quedó detenida en el Penal de Trelew, donde fue liberada días antes de la llamada masacre de Trelew. Rompió la relación cuando conoció a Jorge Molina en una suerte de pensión que sus compañeros bautizaron “el nido”, y el 5 de agosto del año siguiente nació la protagonista de esta historia.De su papá le contaron que era gracioso, divertido y muy pintón y que, de buenas a primeras, se encontró en una suerte de ultimátum de Cristina sobre si lo que habían iniciado era algo serio.
Al papá lo mataron, junto a otros guerrilleros, en la Masacre del Rosario, ocurrida en Catamarca el 11 de agosto de 1974, durante el gobierno constitucional de Isabel Perón. Jorgelina tenía un año.La criatura permanecía al cuidado de una vecina. Su mamá iba todos los días a las siete de la tarde y le dedicaba el poco tiempo que tenía: la bañaba y le daba de comer, y nadie podía interrumpirla. Ella dejó dicho que si una tarde no aparecía era porque algo malo le había pasado. Eso ocurrió el 15 de mayo de 1977 cuando, junto a otros compañeros, fue secuestrada de la casa que ocupaban y no apareció más.
La señora que la cuidaba tenía parientes en Coronel Suárez e intentó dejarla con ellos, pero no quisieron comprometerse, ya que conocían quién había sido la madre. La mujer tenía el encargo de Cristina de localizar en Rosario a Damián, el hermano de Jorgelina, pero era una misión casi imposible, si no tenía ninguna dirección o teléfono.El 19 de mayo de 1977 fue enviada al hogar de menores “Leopoldo Pereyra”, de Banfield, que depende del obispado local. Esa nena recién llegada, educada y de carácter independiente, llamó la atención del padrino de la institución, quien solía concurrir de visita. Se llamaba Hugo César Meisner y era oficial de la Fuerza Aérea.
Meisner, junto a su esposa Elsa y sus tres hijos comenzaron a visitarla y luego se la llevaban los fines de semana a pasear. Se encariñaron con la niña y ella con ellos, al punto tal que cuando llegaba el domingo se escondía debajo de un sillón para que no la llevasen de regreso al hogar.Los Meisner decidieron adoptarla. Nuevamente, la jueza que la había enviado al hogar, les impuso que como condición la criatura debía adoptar otra identidad, que bajo ningún concepto podía llevar el nombre y apellido de sus padres guerrilleros.
Los Meisner se negaron, alegando que la niña tenía derecho a conservar su nombre y origen.En una oportunidad los Meisner fueron a visitarla y ella les aclaró que ahora se llamaba Carolina. Contó que no volvieron más.
Ella estaba en segundo grado cuando su mamá adoptiva le dio la peor noticia: el vicecomodoro Meisner, un cordobés nacido en la Navidad de 1940, había muerto por el ataque de aviones Sea Harriers mientras piloteaba un Hércules C-130 el 1 de junio de 1982, durante la guerra del Atlántico Sur. Cuando Jorgelina habla de él, lo describe como “un héroe de Malvinas”.Ana Taleb de Molina, su abuela paterna, que vivía en Suecia, comenzó a buscarla por cielo y tierra, escribiendo cartas a organismos de derechos humanos, a entidades internacionales y a la iglesia. Cada carta era acompañada de una foto de cuando ella tenía tres años.
La abuela se dedicó a escribirle cartas para los cumpleaños, en las que incluía fotografías y recuerdos de sus padres, pero nunca las recibió. Obligada, le hicieron escribir una carta donde le contó a la abuela que ya tenía una familia, amigos, una vida y que no necesitaba nada.
Cada vez que Damián se comunicaba, la madre adoptiva era la que más protestaba, y ella prefirió mantenerse al margen para evitar el ambiente de conflicto familiar. Para un cumpleaños la llamó por teléfono, y fue una conversación intrascendente llena de monosílabos, ya que los escuchaban desde otro aparato.
En 1992 comenzó a estudiar Bellas Artes. Cuando hizo su primer grabado descubrió con los años que era similar a uno que había hecho su madre años atrás, lo mismo que con unas tarjetas navideñas.
Fue allí donde, gracias a la complicidad de las monjas, se reencontró con su familia. En 1996 se encontró con su medio hermano, con tíos, primos y con Beba Planas, su abuela materna, quien falleció en 2012.
Cuando su madre adoptiva falleció en 2009, decidió regresar a sus orígenes y solicitó la nulidad de adopción, con lo que perdió los derechos a la herencia. Rompió para siempre con ellos.
Decidió, entonces, contar su historia a través de lo que ella más maneja, el arte y ella se sorprendió cuando, naturalmente, usó muchos colores y texturas, dejando atrás los negros y grises.Hasta el 8 de abril se expone en el Palacio Otamendi, en Sarmiento 1401, San Fernando, localidad donde actualmente reside.
Les cayó mal que no aceptarse reivindicar solo a su mamá, ya que su papá había sido abatido durante un gobierno democrático.
Contó que para ella lo importante es la historia completa, no recortes que impide ver la totalidad. “Es muy ridículo estar discutiendo cosas como si matar está bien. Las dos partes actuaron mal”. Asegura que eso no es negacionismo y que no defiende a la dictadura.
Para ella, es humano reconocer que una persona inocente tiene el derecho de vivir y que no entiende por qué se está discutiendo eso. “Si el que estaba en la guerrilla sabía lo que hacía, debía hacerse cargo de las consecuencias”. Llamó a no romantizar a la guerrilla y a no justificar la violencia según la ideología. “En mi caso, las consecuencias fueron tremendas. Viví un infierno”.
Cuando su primo Lautaro le envió desde Suecia una vieja valija donde la abuela guardaba cientos de cartas y documentos, tomó conciencia de todo lo que había hecho para encontrarla. Mucho de ese material integra la muestra.
Fuente: telam
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