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27/12/2025

Lo que los venezolanos piensan de Estados Unidos y nadie quiere escuchar

Fuente: telam

Trump, Venezuela y la verdad incómoda que no entra en el análisis internacional y el dilema de quienes recuerdan la soberanía para cuestionar acciones contra Maduro, pero la ignoran al desconocer la voluntad de los venezolanos expresada en las urnas

>Venezuela es uno de esos países que el mundo explica con una facilidad sospechosa. Desde lejos, claro. Desde escritorios prolijos, con buena conexión a internet, café caliente y teorías que funcionan de maravilla siempre que no haya que vivir ahí. Se habla de sanciones, de petróleo, de geopolítica, de equilibrios regionales. Se discute qué debería hacer Estados Unidos, qué no debería hacer, qué conviene decir y qué conviene callar. Se opina mucho. Se escucha poco.

Ese reflejo automático explica buena parte de los errores con los que se lee hoy el conflicto venezolano. Porque mientras el debate internacional se ordena en función de simpatías o rechazos personales, los venezolanos siguen sin ser consultados. No como metáfora del sufrimiento, no como causa noble, sino como sujetos políticos concretos que llevan años viviendo dentro de un experimento fallido que el mundo insiste en teorizar.

Cuando se cruzan ambos planos —el dato masivo y la voz individual— el mapa que aparece resulta incómodo para casi todos. Porque no confirma los relatos más repetidos. Porque no encaja del todo en los marcos ideológicos disponibles. Porque dice algo que no queda bien decir: Venezuela no se siente amenazada desde afuera, se siente secuestrada desde adentro.

No es una metáfora. Es una experiencia cotidiana. “Todo es temor, todo es un riesgo. Aquí no hacen falta cárceles, somos prisioneros en nuestro propio país”, dice Carmen desde Caracas. Otro entrevistado lo resume sin vueltas: “En Venezuela la delincuencia es política de Estado”. Y Alicia, desde Miranda, agrega una línea que no entra en ningún paper: “Vivimos una degradación continua que nunca encuentra piso”.

Los datos confirman ese clima. El 91 % de los venezolanos tiene una imagen negativa de Nicolás Maduro, y la forma en que lo nombran no deja demasiado margen para el debate académico: dictador, narcotraficante, terrorista. El 9 % restante, probablemente está ocupado resolviendo cómo sobrevivir.

Desde esa experiencia concreta también se desarma otro de los grandes lugares comunes del análisis internacional: el del petróleo como causa central del conflicto. Durante años se nos explicó que todo giraba alrededor del petróleo venezolano, como si un país pudiera reducirse a un barril. Los venezolanos hablan de cosas más simples y brutales: no poder pagar combustible, hacer filas interminables en las estaciones de servicio para llenar el tanque, convivir a diario con la escasez crónica de combustibles en un país sentado sobre una de las mayores reservas petroleras del mundo. “Los ingresos no alcanzan ni para comer; en Venezuela solo subsisten los enchufados”, dice Mario desde Carabobo haciendo alusión a quienes viven gracias a sus vínculos con el régimen.

En ese relato cotidiano, China, Rusia, Irán y Cuba no aparecen como aliados solidarios ni como sofisticados jugadores geopolíticos. Aparecen como socios extractivos. Como acreedores. Como presencias que no trajeron prosperidad ni orden, sino más dependencia, más deuda y menos soberanía. Desde esa vivencia concreta, la idea de que Estados Unidos “quiere el petróleo venezolano” no suena indignante. Suena ingenua.

Ese vínculo no solo persiste: se intensificó. En el último trimestre, la imagen positiva de Estados Unidos en Venezuela alcanzó el 72 %, la más alta de toda América Latina, incluso por encima de Chile, un país históricamente alineado con los intereses estadounidenses. El dato incomoda porque aparece donde muchos analistas esperarían rechazo, pero no ocurre.

“Trump representa la esperanza para nosotros. Quizás no es exactamente como me gustaría que fuera, pero es el único que puede ayudar a liberar al país de este régimen maligno. Y si eso sucede, para nosotros será un héroe nacional”, agrega Mario, desde Carabobo.

Ese mismo criterio de frialdad se aplica a la oposición interna. María Corina Machado no emerge solo como símbolo emocional, sino como el liderazgo con mayor credibilidad empírica del país. Su imagen positiva alcanza el 79 %, un nivel excepcional incluso en comparación regional. Para dimensionarlo: esa cifra se ubica en torno a 15 puntos porcentuales por encima de la imagen positiva de Claudia Sheinbaum, habitualmente señalada como la mandataria con mejor imagen de América Latina.

La diferencia no es menor. En política latinoamericana, quince puntos no separan opiniones: separan climas sociales. Ninguno de los principales líderes de la región —ni Luiz Inácio “Lula” da Silva, ni Javier Milei, ni Gustavo Petro, ni siquiera el recientemente electo José Antonio Kast— tiene en sus respectivos países niveles de aprobación cercanos a estos.

La sociedad venezolana quiere salir del régimen, pero no a cualquier precio. Observa, evalúa, espera señales reales. No grita todo el tiempo. Aprendió a desconfiar incluso hasta de sus propios sentimientos.

El problema de Venezuela no es lo que el mundo opina sobre ella. Es que el mundo muchas veces prefiere no escucharla pedir auxilio.

Fuente: telam

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