26/12/2025
No necesitaba otro reto: solo necesitaba que alguien lo comprendiera
Fuente: telam
¿Qué hago? Si lo desenmascaro, voy a dejarlo expuesto y eso podría agravar sus problemas, los motivos por los que actúa de esta forma. ¿Entonces? Tengo que pensar con rapidez, porque no hay mucho tiempo
>Llevo toda la vida dedicado a la educación. Fui testigo privilegiado de los estragos que causa la enseñanza tradicional, aburriendo y desmotivando a los chicos, priorizando los conocimientos académicos por sobre el bienestar emocional. Yo pienso que el orden de prioridades debiera ser exactamente al revés.
Si no podemos despertar y acompañar la curiosidad y los intereses de los chicos, ¿qué estamos haciendo? Los retamos porque no prestan atención a lo que decimos, pero ¿qué adulto aguantaría pasar ocho horas diarias escuchando y haciendo algo que no le interesa, encima durante doce años? No resulta tan ilógico que de adultos naturalicemos esa aberración y sigamos toda la vida haciendo trabajos que no nos interesan o soportando parejas que no nos entusiasman. Algún día la ciencia podrá cuantificar el daño que ha causado la educación tradicional y tendremos que hacernos cargo de lo que hicimos con tantas generaciones.
Pero no puedo distraerme con estos pensamientos ahora, tengo poco tiempo para encontrar una solución.
Francisco tenía unos antecedentes terribles, como tantos otros chicos. El informe del colegio anterior era simple y contundente: no solo no había aprobado ninguna materia, sino que tenía gravísimos problemas de conducta, desde violencia física hasta desafíos abiertos a la autoridad.
Cuando lo vi por primera vez, sus ojos me produjeron miedo. Tenía una mirada asesina. Implacable. Lo llevé a recorrer la escuela, le conté cómo era la dinámica y lo acompañé hasta la habitación en la que dormiría. No dijo ni una palabra.
—Por supuesto —le respondí—. Solo necesito que me envíe la autorización por escrito.
Cuando salí de su cuarto me quedé pensando. ¿Qué le pasará? No tardé mucho en entender lo que estaba sucediendo. ¿Por qué será que nos cuesta tanto darnos cuenta de lo obvio?
¿Qué podía hacer? Sabía que si lo confrontaba iba a dejarlo expuesto, profundizando sus heridas y haciendo que se cerrase todavía más. Pobre, no necesitaba más personas que le dijeran todo lo que hace mal, sino una, quizás solo una, que lo comprendiera. Alguien que lo hiciera sentirse menos solo.
—Tenés que llamar a los padres para chequear si es cierto lo que creés, y si es así, no puede irse. Si querés no lo retes, pero no podés permitir que se vaya. Sería una irresponsabilidad.
Las horas siguieron pasando y necesitaba resolver algo, porque Francisco se iba el día siguiente.
Sin darle tiempo a pensar, le dije:
Me miró perplejo, y yo fingí normalidad. Le di algo más de plata, le deseé buen viaje, di media vuelta y me fui.
Pasaron los días sin noticias suyas, hasta que dos semanas más tarde apareció sin aviso. Le sonreí, lo abracé, y le dije que se incorporara a las actividades cuando estuviese listo. Al mediodía vino con su bandeja y se sentó a almorzar a mi lado.
—Usted es mejor actor que yo.
—¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Por qué volviste?
—Cuando usted volvió a mi habitación diciendo que había llamado de nuevo mi madre, sentí una de las sacudidas más grandes de mi vida. Era obvio que no había llamado, porque ella sabe poco y nada de mí, y porque todo lo del viaje era un invento. No digo que no le importo, pero está demasiado ocupada con sus problemas.
—La noche que usted me dio el dinero quedé en estado de shock. Y por eso me fui igual. Un poco porque soy desconfiado y otro poco porque necesitaba pensar. Pero en los días en que no estuve acá, pude ver las cosas con claridad. Usted se había dado cuenta de todo y no solo no me retó, sino que me apoyó. Fue la primera vez en la vida que sentí que alguien estaba de mi lado. Y por eso volví.
*Juan Tonelli es escritor y speaker, autor del libro “Un paraguas contra un tsunami”. www.youtube.com/juantonelli
Fuente: telam
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