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26/12/2025

La argentina que sobrevivió al tsunami de 2004, donde murieron su bebé y su marido: “La culpa es lo más complicado de procesar”

Fuente: telam

Carolina Vardabasso Blanco es rosarina y una de las sobrevivientes de la catástrofe natural más grande de la historia de la humanidad. El 26 de diciembre de 2004 estaba de vacaciones en Tailandia cuando se desató un inesperado maremoto en el Océano Índico, que en catorce países dejó 228.000 muertos. Entre las víctimas, su esposo y su hijo

>A veces la vida se quiebra sin aviso. No da señales, no negocia, no distingue. Avanza como una ola que lo arrasa todo y deja, detrás, un silencio imposible de explicar. La historia de Carolina Vardabasso Blanco empieza mucho antes de esa ola, pero también vuelve a empezar después. Porque hay personas que no solo sobreviven: vuelven a nacer con las cicatrices del agua todavía marcadas en el cuerpo y en el alma.

Ese día, ella estaba de vacaciones en Phi Phi Islands junto a su marido, Diego Talevi, y su bebé de doce meses, Bruno, cuando un maremoto en el Océano Índico provocó olas de treinta metros que impactaron en catorce países y provocaron 228.000 muertos.

Teníamos cinco días libres entre Navidad y Año Nuevo y volver a Rosario o a Buenos Aires nos demandaba dos días de vuelo. Así que optamos por ir para allá, entusiasmados por el hecho de que todo se hace caminando y era un destino ideal para ir con chicos”, recordó Carolina en una entrevista que brindó a la Revista Para Ti.

Cuando salieron de la habitación, el agua ya le mojaba los tobillos. Unos pasos más y le llegaba a la cintura. Ella nunca vio la ola de frente. El agua venía por detrás, empujando, creciendo, robando el suelo bajo los pies. El primero que percibió el peligro fue Diego. Con gravedad serena, le ordenó: “Dame el gordo y vamos”. Ella, aún en la incredulidad de quien no imagina una tragedia de esa magnitud, le hizo caso y lo siguió.

Después no hubo tiempo. Solo fuerza. El mar la arrancó del mundo conocido. La golpeó contra escombros invisibles, la hizo girar, la cubrió por completo. No veía nada. Intentó aferrarse para que no se la llevaran las olas, pero todo se le escurría de las manos. Carolina fue arrastrada por la fuerza del agua unos ciento cincuenta metros.

No veía nada, solo barro y escombros. Y lo único que escuchaba era el ruido del agua en toda su magnitud. Supongo que pude hacer una respiración más, porque en un momento el movimiento cesó y me di cuenta de que podía respirar. Cuando abrí los ojos, tenía un techo arriba de mi cabeza y el agua abajo. Veía apenas un pedacito de luz: me sacaron desde un primer piso”, detalló.

En cuestión de minutos, el paraíso se había evaporado y el paisaje se asemejaba al infierno. “Todo estaba roto. El resort, los coches, las personas. El bullicio de la vida se había convertido en silencio de muerte”, contó Carolina, a quien le costó reconocerse cuando se miró al espejo. “Estaba toda hinchada y negra por los golpes”, admitió.

Durante las primeras catorce horas, el cerebro, en defensa propia, bloqueó todo: “Trataba de anotarlos en las missing lists, con el objetivo de encontrarlos a ellos, no a mí. Creo que el cerebro también bloquea: si vos pensás en lo peor, te paralizás”.

Un día y medio después de su internación, llamó a su mamá, Teresa, para decirle que ella estaba bien. Pasaron varios días hasta que Carolina supo la verdad. Y fue precisamente su madre, quien le dio la terrible noticia. “No me tuvo que decir nada, cuando me dijo que los habían encontrado ya lo sabía”, señaló.

Ya de regreso al país, Carolina vivió dos años en el departamento que había comprado con Diego en Buenos Aires, aferrada a lo único que quedaba del proyecto compartido. Hizo terapia hasta cuatro veces por semana. Lloró de madrugada y se levantó igual. La culpa fue uno de los dolores más difíciles. Hipótesis infinitas, autoflagelación constante. “Con el tiempo entendí que no había nada que pudiera haber hecho. Que simplemente me tocó”, afirmó.

“Aprendí que por más que no quieras, al otro día te vas a levantar igual. Por más que me haya querido morir, nunca intenté suicidarme. Creo que hay algo innato o que forma tu familia que hace que a pesar de todo quieras sanarte. No hay una forma de retroceder lo que pasó. Tenés que aprender a sobrellevarlo, es la única manera”, enfatizó.

Carolina admitió que le llevó mucho tiempo sacarse la culpa: “Es hasta que te das cuenta de que no hubieras podido hacer nada. Hasta que entendés que un segundo no hubiera cambiado la situación, es un largo proceso”.

Y enumeró los tres aprendizajes que le dejaron tantos años de terapia: “Uno: que desgraciadamente las personas aprendemos de las cosas malas que nos pasan y vamos por la vida sin disfrutar de las cosas que nos hacen felices, día a día. Ir a la plaza 10 minutos a tomar sol, y no lo hacemos porque tenemos que producir. Entonces cuando no las puedas tener, es cuando las vas a valorar. Dos: que por más que se toque fondo, sea quien sea, siempre se puede salir. Es una cuestión de actitud más allá del apoyo que uno puede tener. Tres: la más importante es aprender que las cosas malas no solo le pasan a los otros, sino que nosotros somos el otro, o sea no quedamos fuera de ninguna excepción, no estamos de ninguna excepción lo que vamos fuera de nada”.

El mar se llevó todo. Pero no pudo con ella.

Fuente: telam

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