Miércoles 24 de Diciembre de 2025

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24/12/2025

La verdadera historia de Papá Noel, el obispo del siglo IV que aprendió a viajar en el tiempo

Fuente: telam

Las raíces del personaje imaginario más exitoso y perdurable de todos los tiempos combinan relatos paganos y celebraciones cristianas hasta llegar a la figura de Nicolás de Myra

>La noche antes de Navidad, un hombre que viaja desde el Polo Norte en un carruaje volador tirado por nueve renos irrumpe en millones de casas. Deja regalos que tira por la chimenea, si es que hay, y la mayor parte de las veces nadie lo ve. Los niños insisten en que es real, y lo es, pero solo cuando uno llega a ser adulto lo logra conocer. Antes no se deja ver. El planeta se acomoda a la maratón que durante una noche de fines de diciembre tiene a todos en vilo. Las aerolíneas ajustan sus horarios. Se hacen estadísticas de ventas; todos los comercios se adornan de rojo con carteles deseando “Feliz navidad” y “Próspero año nuevo” en mil idiomas. Este hombre no tiene pasaporte, ni acta de nacimiento, ni domicilio fijo, aunque se dice con certeza que vive en el Polo Norte. Papá Noel es posiblemente el personaje imaginario más exitoso que se haya creado jamás. También es uno de los más antiguos.

En el mundo antiguo, diciembre no era festivo por casualidad. Era peligroso. El solsticio, el día más corto del año, marcaba un momento en el que la luz se volvía muy escasa, los días demasiado cortos y fríos. Ya las cosechas habían sido realizadas y los alimentos estaban almacenados. Casi todas las culturas respondieron a las largas noches de oscuridad y frío con ruido y luz: grandes fogatas, banquetes, canciones, regalos. De manera casi contradictoria, el día más corto anuncia que el siguiente ya empieza a alargarse y si la luz iba a volver, los humanos tenían la intención de recibirla con fuerza.

Los regalos en las Saturnales no eran caridad. Eran recíprocos. Todos daban y recibían. El objetivo no era la moralidad, sino la unión. El invierno crudo podría generar grietas en una sociedad; el intercambio ritual la volvía a unir. Esta estructura sobreviviría casi intacta a la caída de Roma.

El 25 de diciembre ya tenía un significado en Roma como el “cumpleaños del Sol Invicto”, promovido por emperadores que entendían de óptica y astronomía. Después del solsticio, los días se alargaban; la luz regresaba. El cristianismo respondió sin negar el simbolismo, más bien convirtiéndolo. Al fin y al cabo, Cristo había sido descripto como la luz: “La luz brilla en las tinieblas”, de acuerdo al Evangelio según San Juan, “y las tinieblas no la han vencido”.

Surgieron dos fechas. No se anulaban entre sí. Se repartían el trabajo. El 25 de diciembre respondía a la pregunta de cómo Dios entró en el mundo. El 6 de enero respondía a cómo el mundo se dio cuenta. Además, con el cristianismo, el regalo deja de ser un intercambio entre iguales y se convierte en un acto ético dirigido al necesitado. La caritas introduce una asimetría fundamental: dar ya no es reafirmar pertenencia, sino cumplir un deber moral de ricos a pobres.

Sin embargo, nada de esto explica al hombre del trineo. Esa figura entra por una puerta de servicio, no por la teología, sino por la biografía y el robo de restos de un santo oriental. Nicolás de Myra fue una persona real: un obispo del siglo IV que vivió en lo que hoy es Turquía. No era un teólogo formal, sino que sabemos de él a partir de testigos de sus intervenciones. Sabemos que daba dinero a los pobres, y su gesto más famoso fue dejarle a un marinero empobrecido la dote para sus tres hijas, que de otro modo irían directo al prostíbulo. Cuenta la historia que tiró las monedas por la ventana y cayeron dentro de zapatos y medias que colgaban cerca de la chimenea para cercarse. Desde ese entonces en muchos lugares se dejan zapatos o se cuelgan medias en las chimeneas.

A finales de la Antigüedad y principios de la Edad Media, Nicolás se convirtió en el santo patrón de los niños, los marineros y los comerciantes: personas que se desplazaban, personas que carecían de poder, personas que dependían de la suerte. Su festividad, el 6 de diciembre, se asoció con pequeños regalos, especialmente para los niños. No eran lujos: manzanas, nueces, monedas.

Ya para finales de la Edad Media, la fiesta de San Nicolás se había convertido en una celebración para los niños. En las escuelas y pueblos del norte de Europa, el 6 de diciembre era un día de golosinas y castigo. Los niños buenos recibían dulces. Los niños malos recibían castigos simbólicos: casi siempre carbón dentro de las medias colgantes. El regalo venía como recompensa de haberse portado bien.

Mas tarde, los protestantes rechazaron el culto a los santos, incluido San Nicolás. Pero no pudieron eliminar el regalo que fue reasignado o otro personaje. En tierras alemanas, provenía del Niño Jesús, Christkind. El Niño Jesús reemplaza a San Nicolás como dador simbólico, y la fecha se desplaza al 24 de diciembre, reorganizando el calendario festivo: se trasladó del 6 de diciembre a la víspera de Navidad. El santo desapareció. El ritual sobrevivió. Pero, en los Países Bajos, Nicolás perduró más directamente como Sinterklaas (una forma abreviada de Sint Nikolaas): llegaba en barco, llevaba un libro con nombres y repartía dulces y castigos a partes iguales. Fueron los holandeses quienes llevaron esta figura al otro lado del Atlántico.

Cuando Sinterklaas llegó a Nueva Ámsterdam, más tarde Nueva York, entró en una sociedad muy necesitada de rituales propios. El nombre Sinterklass apropiado por los norteamericanos se convirtió en Santa Claus. Suenan muy parecido, ¿no?. En los inicios de Estados Unidos, la Navidad aún no era una fiesta importante. Era ruidosa, pública y, a veces, violenta. Pertenecía a los adultos. Eso cambió radicalmente en 1823, cuando apareció un poema en un periódico de Nueva York. Se titulaba “Una visita de San Nicolás”. Hoy en día se conoce por su primera línea: “Era la noche antes de Navidad”. El poema hizo algo extraordinario. En cincuenta y seis líneas, rediseñó la Navidad. Trasladó la festividad al interior de los hogares. Centró la atención en los niños.

Thomas Nast comenzó a dibujar a Santa Claus en 1863, cuando publicó su primera ilustración en Harper’s Weekly durante la Guerra Civil estadounidense; a lo largo de más de dos décadas, hasta 1886, Nast fue quien fijó visualmente la figura moderna de Santa, representado como un personaje bonachón, corpulento y familiar, y estableciendo elementos fundamentales como su residencia en el Polo Norte, el taller, la lista de niños buenos y malos y su rol central dentro del hogar, sentando así las bases iconográficas sobre las que el siglo XX –especialmente la publicidad de Coca Cola que se inspira en las ilustraciones de Nast– construiría la imagen global de Santa Claus. Fue en 1931 que Coca Cola le encargó al artista Haddon Sundblom una imagen de Santa Claus quien inspirado en las imágenes de Nast nos trajo el Santa Claus que todos conocemos hoy.

Papá Noel es otro nombre para Santa Claus. El nombre proviene del francés: Père Noël, Papá Noel, una figura alegórica más que un santo. Noël deriva del latín natalis, nacimiento, y no se refiere a una persona, sino al evento de la Navidad en sí. Cuando la figura cruzó a las culturas de habla hispana en el siglo XIX y principios del XX, lo hizo filtrada a través de las imágenes francesas. Père se convirtió en Papá. Noël siguió siendo Noel. En Italia es “Babbo Natale”, en Portugal y Brasil “Papai Noel”. Esto es porque la fiesta más importante en estos países ya era el 6 de enero con la llegada de los Reyes Magos, su reconocimiento del niño Jesús y la costumbre de dar regalos importantes, con la idea instalada del premio o castigo, que ya pesaba muy fuerte en esa fecha.

Papá Noel o Santa Claus (o tantos otros nombres con los que aparece) perdura porque es un palimpsesto. Bajo el traje rojo se esconde un obispo. Bajo el obispo se esconde un dios sol. Bajo el dios sol se esconde el miedo humano a la oscuridad y una obstinada insistencia en la generosidad. Perdura porque permite a los adultos ensayar la fe sin vergüenza y a los niños creer en la magia.

(“La noche antes de Navidad”)

no se oía ni un ruido, ni el menor movimiento;

con la esperanza firme de que pronto San Nicolás llegará.

mientras sueños de dulces les llenaban el alma;

listos para el descanso, para el sueño enemigo.

salté de la cama, venciendo el sueño;

abrí las postigos, corrí el marco sombrío.

como si fuera de día todo lo iluminaba;

lo que ante mi asombro llegaron a ver:

y un viejo conductor de gestos tan atroces—

¡era San Nicolás! Lo supe sin que por un segundo dudase.

y él silbaba y gritaba, llamándolos fuerte:

¡Vamos, Comet! ¡Vamos, Cupid! ¡Donner y Blitzen!

¡Corran, corran todos, sin freno ni apuro!”

saltaron los renos y al cielo se lanzan.

y San Nicolás junto a sus fieles corceles.

el trotar de las pezuñas justo allí.

y por la chimenea bajó como el viento.

manchadas de hollín, de ceniza espesa.

parecía un mercader abriendo sus secretos.

Las mejillas, rosadas; la nariz, encendida.

la barba tan blanca como campo helado.

y el humo lo envolvía en círculos dorados.

que al reír se movía como gelatina en fondo.

y reí al verlo, sin poder evitar.

me hizo saber que no había nada que temer.

llenó las medias con regalos y con amor.

asintió con la cabeza y subió feliz.

y volaron los renos como pluma al huir.

“¡Feliz Navidad a todos, y a todos buena noche!”

Fuente: telam

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