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21/12/2025

Daniel Link: “Mientras pueda recitar los poemas que aprendí en la infancia, sé que aún puedo seguir pensando, escribiendo”

Fuente: telam

El escritor y catedrático acaba de publicar una edición corregida y aumentada de sus memorias lectoras “La lectura: una vida...”, en donde recorre espacios y bibliografías mientras recuerda a los maestros y, también, a los discípulos que lo formaron

>Es uno de los grandes maestros de literatura de la Argentina. Docente, académico, investigador, filólogo, periodista cultural, editor, Daniel Link (Córdoba, 1959) dirigió en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) la maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos, la maestría en Humanidades Digitales y el Programa en Estudios latinoamericanos contemporáneos y comparados. También fue por muchos años profesor titular de la cátedra de Literatura del Siglo XX en la UBA.

Daniel fue becario del Conicet y editor de la obra de Rodolfo Walsh. Es autor de muchos libros -varios de ellos traducidos a diferentes lenguas-, entre ellos libros de poemas, ensayos como La chancha con cadenas, Clases. Literatura y disidencia (reeditado hace muy poco por Eterna Cadencia), Suturas. Imágenes, escritura, vida; Fantasmas. Imaginación y sociedad; La lógica de Copi, La lectura: una vida (traducido al francés y publicado por editorial Gallimard) el libro de relatos La mafia rusa y la novela Los años 90.

Lo que sigue es la transcripción de una conversación que mantuvimos semanas atrás en un estudio de radio; una charla que podría haber continuado por varias horas porque Link responde a todo con generosidad y genuino interés y con cada respuesta despierta en el interlocutor un nuevo campo para abordar, para preguntar, para saber. Lo que hace es agitar la curiosidad y el ansia de saber en el otro, algo que es, en definitiva, lo que hace todo buen docente.

(Risas) Bueno, es difícil porque yo en algún punto creo que los libros dan cuenta de eso, ¿no? Uno cambia de posición; cambia también el ser. Yo soy padre y soy abuelo pero no soy todo el tiempo padre y abuelo. No soy todo el tiempo profesor. No soy todo el tiempo poeta. Entonces, eso me parece que es lo estimulante porque te obliga a pensar cada vez que te ponés en un lugar distinto: a ver, bueno, en este lugar qué soy. Cómo soy. Para qué estoy. Así que en este momento soy el autor de La lectura: Una vida. Es decir, una persona ya vieja que piensa en su pasado. Cosa que me viene pasando mucho porque, efectivamente, soy una persona ya vieja que piensa en su pasado.

— Mirá, la circunstancia de escritura de este libro es muy específica. Yo estaba escribiendo otro libro, La lógica de Copi, un libro muy difícil para mí porque tenía que jugarme a decir cosas de verdad. Es decir, cosas que tuvieran una verdad fundada naturalmente en lecturas, etcétera. Entonces en ese momento — Por eso, digo.

— Es una ficción. Te obliga a pensarlo. Bueno, estoy encadenando esto con esto, con esto, con esto: ¿qué hay detrás de ese encadenamiento? ¿El azar? ¿La mera contingencia? ¿O uno puede encontrar en eso, qué sé yo, algún tipo de ley que encadena una cosa con otra? Que es en última instancia lo que seguramente determina una personalidad, ¿no? Es decir, cómo se van encadenando los acontecimientos a lo largo de una vida. Así que bueno, sí, tuve que pensar en todo eso. Tuve que pensar en cómo las lecturas y las personas que me enseñaron a leer me habían formado. Pero, sobre todo, cómo la escritura misma te va llevando a un lugar que, a lo mejor, vos veías de una manera y resulta que al escribir se transforma en otra cosa.

— Lo que aparece mucho, lo que insiste en tu libro es sobre todo la infancia. Vos vas contando todo lo que tiene que ver con tu vida hasta un relativo presente. Pero aparece mucho el niño que fuiste. Aparece también Córdoba y el sufrimiento al llegar a Buenos Aires. Eso te construyó, también.

— Sí, bueno, yo creo que, no solo a mí, sino que para todas las personas la infancia es como un momento en el que hay cosas que se van en algún sentido cristalizando, tanto sea por la vía del trauma como por la vía de la apertura hacia un mundo determinado. Así que sí, la infancia me parece determinante. Vos fijate que eso tiene que ver también con una hipótesis histórica: a mí me preocupa mucho la situación actual de la lectura y la escritura en los niños y las niñas. Mi nieta tiene 8 años y no escribe manuscrito. No le enseñaron a escribir en cursiva, cosa que me parece como rara, ¿no? Es decir, nosotros escribíamos en cursiva sí o sí desde primer grado y ella ya está terminando segundo y no puede ni escribir su propio nombre en cursiva. Y eso me parece que tiene que ver con un cambio histórico muy importante que pasó durante nuestras vidas, o sea que somos los testigos de esos cambios. Pero en algún punto uno tiene que ser capaz también de evaluar qué cosas de ese cambio nos favorecen y cuáles no, porque la tecnología obviamente tiene aspectos positivos. Y me parece a mí que entonces hay infancias que no llegan a acceder a esos niveles de lectoescritura a los cuales nosotros accedimos tan rápidamente.

— Por eso, es así. Porque no había otra forma.

— Sí, sí. Yo creo que eran prácticas escolares que nosotros inclusive vivíamos con odio. O sea, tener que memorizar poemas en el momento no era grato. Ahora, 50 años después yo tengo todavía eso en la cabeza; en el momento que desaparezca de mi cabeza, yo sé que ya estoy liquidado. Pero mientras yo pueda recitar los poemas que aprendí en la infancia, sé que todavía puedo seguir pensando, escribiendo, trabajando. Entonces me parece que tiene esa onda, esa larga onda. Por otro lado, vos te acordarás que en la última novela de — Justo mencionás Cae la noche tropical y me acuerdo de estar en la UBA conversando con Silvia Delfino en días cercanos a la muerte de Puig y con Silvia diciendo algo así como que lo más duro era que ya no iba a haber más novelas de Puig. En tu libro decís algo parecido con respecto a la obra de — Sí, sí, melancolía, pero al mismo tiempo es un desafío porque decís: bueno, yo tengo ocho novelas de Puig. Geniales todas. Entonces yo digo: está bien, hubiera preferido que hubiera otras pero ya que no las hay, trabajo con esas ocho y trato de encontrar cosas nuevas en ellas. Con Josefina Ludmer, lo mismo. Yo estoy trabajando ahora con esta noción que ella pone en El cuerpo del delito que es la de “los muy leídos”. Viste que ella lanza categorías, no las explica nunca. Y “los muy leídos” me parece que puede entenderse tanto como, qué sé yo, aquellos que forman canon, Martín Fierro, en el caso de Argentina, la generación del 80 desde ya, o también aquellos que son muy leídos porque se expanden mucho, aunque no sean canónicos.

— ¿Quiénes serían?

— Claro.

— Compartimos nosotros dos y Martín Kohan la presentación de No entender, el último libro de Beatriz Sarlo, publicado poco después de su muerte. Y pensaba que Beatriz dejó ese libro, que nos sorprendió. Ella es otra de las personas que aparecen mucho en tu libro…

— Eso, a partir de esto que pasó.

— Bueno, en el caso de Beatriz también hay que señalar que ella participó del debate público y fue una persona mucho más popular que la mayoría de la gente que nosotros conocimos en el mundo académico de la literatura.

— Pero no lo hizo tanto en lo que tiene que ver con la parte de la literatura sino con esa última etapa de su vida, que tenía que ver también con la política. Ella estuvo siempre relacionada con la política pero no en los medios masivos. Ahí está, eso es lo que la hizo en ese sentido más popular, pienso. En cambio, entre tus maestros está Enrique Pezzoni.

— Que es una persona que para muchos a lo mejor no es tan conocida y que es fundamental para la formación de una generación que, a su vez, siguió formando gente.

— Hablás de la miseria política.

— No claro. Tu maestra de primaria es tan importante como cualquiera de estos nombres.

— Es interesante lo que decís de Elvira porque, además, en tu libro aparece muy claramente algo que muchos a lo mejor o no sabían, u olvidaron, y es todo lo que ella tuvo que ver con lo que fue el CBC y con la cátedra de Semiología, con la que estudió tanta gente. Y está muy bien narrado el trabajo intern de la cátedra, cómo buscaban los materiales. Bueno, eso es cultura argentina.

— Tu pulsión fundacional.

— Hay que pensar en otra cosa.

— Y ahora acabás de crear ni más ni menos que carreras de profesorado y licenciatura en Letras en la UNTREF.

— Una locura hermosa.

— Les damos más.

— ¿Cuánto tiempo estuvieron trabajando en esto?

— Es una barbaridad.

— Tu autobiografía lectora naturalmente está llena de nombres pero no es una lista. Es un libro que está compuesto también por títulos de libros. Eso sí me resultó muy interesante: el modo en el que abordás esos títulos muchas veces es como si estuvieras dando clase.

— Por ahí escribías sobre ellos.

— Es muy lindo lo que contás del cine de Olivos. Que se ponían a hablar para ver si habían coincidido en alguna función. Me parece hermoso eso.

— Hablás de La novicia rebelde.

— Bueno, todo eso vos lo vas encadenando muy bien, porque una vida es eso también.

— Tal cual.

— En la primera edición hubo una omisión. Una gran omisión

— Fue una muerte temprana y siempre es trágica la muerte temprana.

— Me acuerdo muy bien, sí.

— Una gran herramienta.

— ¿Te acordás de cuándo fue que te diste cuenta?

— Claro.

— Sin dudas. Daniel, tu lugar en la universidad llega en realidad ya como docente. Porque tu formación fue en el Profesorado.

— ¿En serio?

— No me digas. Está muy bien explicado en tu libro lo que significó ese profesorado durante ese período.

— El “Joaquín”.

— Y van a transmitir o no la literatura.

— Vos sentiste que te lo marcaban.

— ¿Compañeros, docentes?

— Sí, sí, sí.

— Ahora tenés que tener un post doc.

Fuente: telam

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