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20/12/2025

Rosalía, una exploración contemporánea de lo sagrado

Fuente: telam

La cantante transforma la herencia religiosa en arte contemporáneo, usando imágenes y gestos para conectar pasado y presente

>La relación de Rosalía con la religión católica es cultural, estética y biográfica, más que doctrinaria o militante. Nunca fue una artista confesional, pero el catolicismo atraviesa su obra de manera persistente, igual que en la de gente como Leonard Cohen o Nick Cave.

En su obra, desde su primer disco, Los Ángeles, el imaginario católico es central. En la iconografía (vírgenes, martirios, espadas, velos, procesiones, lágrimas), el lenguaje (culpa, redención, sacrificio, pecado, expiación), y la gestualidad/estética (poses que remiten al dolor sacro o a la santidad barroca). Todo esto no es casual, el catolicismo español, especialmente el andaluz, ofrece un repertorio visual y emocional muy potente, cercano al flamenco y a la tragedia. Es una obviedad, pero está clarísimo que Rosalía bebió mucho de esto y es donde están sus principales referencias musicales y estéticas.

En su segundo disco, El mal querer, inspirado en una novela medieval (Flamenca), el catolicismo funciona, además, como una especie de marco moral opresivo, donde el sufrimiento femenino aparece sacralizado, el amor romántico se presenta como martirio y la violencia se legitima simbólicamente mediante la culpa y la obediencia.

La obra de Rosalía puede leerse como una arqueología sensible del tiempo. Cada disco abre una capa histórica distinta y la hace resonar en el presente mediante lenguajes musicales contemporáneos. En ese movimiento se juega algo más que una experimentación estética, es una búsqueda de sentido en una época que perdió sus rituales, pero no su necesidad de trascendencia.

Con El mal querer, el gesto se vuelve más explícitamente político. Al dialogar con la novela anónima El Roman de Flamenca, ella reactualiza una obra medieval censurada por subversiva, no por herejía teológica, sino por atreverse a pensar a la mujer como sujeto de deseo, inteligencia y autonomía. El medioevo deja de ser pasado remoto para volverse espejo incómodo.

Motomami rompe con toda ilusión de continuidad. El cuerpo irrumpe, fragmentado, expuesto, performático. Es el disco de la carne, del pulso, del presente absoluto. Pero incluso allí –en su aparente secularización– subsiste una lógica ritual de repetición, mantra, trance, descarga. El cuerpo ya no se sacrifica sino que se afirma. Pero la pregunta por el sentido no desaparece, solo se desplaza.

Ese desplazamiento encuentra su forma más radical en Lux. Rosalía no se apoya en una tradición musical específica, sino en una constelación espiritual. Santas, místicas, poetas y pensadoras atraviesan el disco como presencias, no como citas eruditas. Hildegarda de Bingen, Juana de Arco, Santa Olga de Kiev, Santa Rosa de Lima o Simone Weil no aparecen como modelos de virtud, sino como figuras de intensidad. Mujeres que pensaron, crearon y actuaron desde una espiritualidad encarnada, conflictiva, muchas veces dolorosa.

La clave está en la idea de receptáculo. Frente a la narrativa heroica, Lux propone otra lógica: no la conquista, sino la contención; no el clímax, sino el proceso; no el Yo, sino la apertura. La espiritualidad que emerge no es la del poder, sino la de la vulnerabilidad. No la del triunfo, sino la de la entrega.

Cuando Rosalía canta en “Reliquia” que “mi corazón nunca ha sido mío, siempre lo doy”, no enuncia una sumisión, sino una ética. El amor, en esta obra, no es posesión ni fusión, sino distancia compartida, como escribió Simone Weil. Amar es aceptar la separación. Creer, acaso, también.

Vivimos en un tiempo que desarmó los grandes relatos, pero no produjo equivalentes capaces de organizar el sentido. Lux aparece ahí: no como un regreso conservador a la fe, sino como un intento de reinscribir lo espiritual después de su colapso.

En un presente saturado de tecnología, velocidad y ruido, Lux no ofrece respuestas, pero sí una pausa. Una luz tenue, no cegadora. Rosalía no vuelve a la fe de sus orígenes, sino que la atraviesa, la fragmenta y la reconfigura. No reza, canta. No dogmatiza, busca. Y en esa búsqueda, su obra deja entrever una pregunta que sigue abierta: qué forma puede tomar hoy lo sagrado cuando Dios ya no organiza el mundo, pero el mundo sigue necesitando sentido.

Fuente: telam

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