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18/12/2025

Qué piden las cartas de Navidad de los niños de Ucrania

Fuente: telam

Después de cuatro años de invasión rusa, los pedidos de los niños dejan de lado los juguetes y se centran en solicitudes de apoyo material y emocional, evidenciando el impacto de la violencia en la vida cotidiana

>Desde 2022, la Navidad en Ucrania ya no se anuncia con campañas, sino con sirenas y sobresaltos. En algún rincón de Nikopol, a sólo cinco kilómetros de la Central Nuclear de Zaporizhzhia, un niño de trece años extiende la carta sobre la mesa, la caligrafía apresurada, la tinta temblorosa:

En su habitación, los estantes cargan memoria de ausencias. “No tengo contacto directo con mis amigos —escribe—, pero mi gata favorita, Asya, que tiene siete años, es lo único que me hace feliz”. Ni los muñecos ni los videojuegos aparecen en su lista. Solo dos líneas, limpias y desgarradas:

La noticia principal se lee entre líneas: en medio de la devastación, los niños de Ucrania transforman los portentos navideños en súplicas mínimas: alimento para quienes aman, dulces que les recuerdan la normalidad perdida. Por instantes breves, la contraparte mágica de la guerra no es el final de los bombardeos, sino la llegada de una bolsa de comida para Asya y un pequeño paquete de caramelos para Maxim.

En otro pueblo sin nombre, Anastasiia y su madre viven un presente al que se asoman sólo de puntillas. El padre lleva mucho tiempo desaparecido; el deseo mayor —que regrese, que la guerra se acabe— lo escribe primero, con mano firme:

En la mesa nunca hay dulces normales. La tiroides y el corazón de la niña no toleran el azúcar ni el gluten. Aun así, no pierde la ternura en la petición:

La escena se dilata entre exámenes médicos, diagnóstico de enfermedades autoinmunes, la sonrisa cansada de una madre con discapacidad que hace equilibrios sobre la felicidad frágil de su hija. Cuando finalmente llega la caja, “caramelos sin azúcar añadido”, la risa vuela por la casa como un pájaro asustado. “No estamos olvidadas” —musita la madre—. El milagro tiene el sabor inusual de lo permitido.

En Dnipró, Nicole todavía no comprende del todo la ausencia del padre. Apenas tiene seis años y la magia aún reside en el color de una pulsera, el hilo dorado de unas cuentas luminosas, el baile de luces sobre su pared al caer la noche. Este Año Nuevo, su carta brota fantasía desde la primera línea:

—¡Hola! Me llamo Nicole, tengo seis años. Estoy en primer grado y me encanta dibujar, bailar, hacer manualidades y tejer joyas. Me fascina la música, la naturaleza y todo lo místico y poco común.

—Para las vacaciones de Año Nuevo, me encantaría recibir un kit para hacer joyas y un proyector de cielo estrellado. También me encantan los dulces. ¡Muchas gracias por los milagros que nos regalan! ¡Felices fiestas de Año Nuevo!

La rutina de mudanzas, los empleos precarios de su madre, la intermitencia de los refugios, todo eso queda suspendido cuando las estrellas —en forma de proyector y cuentas de colores— empiezan a brotar en su habitación. La felicidad, por unos minutos, resulta hipnótica y casi normal.

En la región de Kharkiv, la carta de Denys es tan breve como concreta. Braquiosaurio. Ningún niño del mundo debería dormir sin un amigo. La madre lo recuerda buscando refugio entre mantas, temiendo la noche. Cuando finalmente halla al dinosaurio esperado bajo el árbol, su abrazo deja sin aire a la guerra.

Más de 2.400 menores han muerto y 1.833 han resultado heridos desde el inicio de la invasión ordenada por Vladimir Putin, según cifras de la ONU. La estadística, que duele y desfigura, sólo se humaniza al escuchar sus voces. Los desplazados suman 737.000, los deportados hacia Rusia superan los 19.000, cientos de escuelas han desaparecido bajo los escombros. Casi un millón estudia solo en línea, ahuyentando el miedo con clases a oscuras. La infancia —que antes era vacaciones, juguetes y descubrimientos— se reduce a un dulce sin azúcar, una lámpara de estrellas, un dinosaurio de peluche.

“A través de la campaña Los milagros de Navidad vienen en muchas formas, ayudamos a cumplir tanto sueños simbólicos de la infancia como necesidades urgentes”, repiten los voluntarios. Las cartas —escritas como conjuros en tiempos de invierno— se convierten, a veces, en milagros. Otras veces, solo en la promesa de que algún día los milagros serán innecesarios.

Fuente: telam

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