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17/12/2025

La voz incómoda de Beatriz Sarlo

Fuente: telam

A un año de la muerte de la intelectual, el recuerdo de una figura que trascendió las aulas. Ironía, fuerza y agudeza

>Hace un año murió Beatriz Sarlo. Desde entonces, algo quedó suspendido en el aire: esa forma suya de intervenir en el presente sin pedir permiso, de pensar la Argentina con una lucidez que no buscaba consolar a nadie. No fue una intelectual que dejara frases para el bronce. Dejó una incomodidad activa. Una exigencia.

Sarlo pensaba en caliente, pero nunca resignaba el rigor. Respondía al tiempo que le tocaba vivir sin entregarse a la coyuntura. Incluso en sus últimos años, cuando el debate público parecía acelerarse hacia la simplificación, ella seguía deteniéndose donde otros pasaban de largo: en la fragilidad de la democracia, en el deterioro educativo, en la antipolítica como clima, en la emergencia de nuevas derechas que no se explican solo por errores ajenos. No hablaba desde la nostalgia. Pensaba en presente.

La fortaleza fue una constante en su vida y en su manera de estar en el mundo. Lo dijo con una frase seca, pronunciada poco después de la muerte de su compañero, el cineasta Rafael Filippelli: “Los que somos fuertes, somos fuertes”. No había épica ni consuelo en esas palabras. Había una ética. La misma con la que revisó públicamente sus posiciones, incluso las más difíciles. Volvió sobre la violencia política de los años setenta, sobre la muerte de Aramburu, que había celebrado en su juventud y que más tarde repudió. Decirlo —explicó— era una forma de no mentirse, de permitir que la historia se armara sin coartadas morales retrospectivas.

En la universidad fue rigurosa, firme, incluso temida. Profesora, no performer. Sentada sobre el escritorio, desplegaba recorridos de lectura que desarmaban certezas y armaban otras nuevas. Reordenó la literatura argentina, propuso un canon alterno, leyó el presente siempre en diálogo con la tradición. No enseñaba solo textos: enseñaba operaciones de pensamiento. Leer era entender. Entender era no conformarse.

Tenía ironía, y mucha. Pero sabía cuándo ejercerla y cuándo dominarla. En el aula, evitaba usarla como forma de poder. Tomaba preguntas torcidas, a veces erróneas, y las convertía en entradas para pensar. Reencauzaba. Nunca coincidía del todo con la pregunta: se corría, daba un giro, proponía otra perspectiva. Ese movimiento —ese pequeño desplazamiento— era su marca.

Su voz siguió circulando hasta el final en entrevistas, debates, intervenciones públicas. Parte de esas conversaciones recientes quedó reunida en Como dijo Sarlo, un libro publicado por Leamos -la editorial digital de Infobae- que no funciona como cierre ni como despedida, sino como prueba de algo que sigue activo: la persistencia de sus preocupaciones, el desplazamiento de sus diagnósticos, la negativa a acomodarse.

Quizás por eso su ausencia se siente menos como una pérdida cerrada que como una interrupción. Falta su voz en el debate público, su capacidad de incomodar sin estridencias, de pensar contra la corriente sin volverse marginal. Falta esa inteligencia que no buscaba pertenecer ni liderar, sino entender.

Fuente: telam

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