12/12/2025
“Mi angustia no era por mi cuerpo que siempre odié, sino por un secreto que intenté tapar 30 años”
Fuente: telam
Cuando le plantearon realizarse una cirugía gástrica por su obesidad, su primera reacción fue querer huir. Después de atravesar el miedo a las operaciones, a medida que llegaba al peso ideal su angustia crecía. No estaba contenta. Volvió a pensar en lo que le había preguntado su terapeuta ¿De qué te protege tu obesidad?
>Estoy muy angustiada y no entiendo por qué.
La paradoja es que todas esas amenazas, más que ayudarme a salir de mi estado, me angustiaban y generaban que comiera aún más por ansiedad. Además, ¿para qué pelear por la vida si sentía que no valía la pena, que era una mierda? ¿Para alargar la agonía?
En los meses previos a operarme, durante una de las reuniones preparatorias, el psicólogo del equipo me hizo una pregunta jodida: “¿De qué te protege tu obesidad?”. No supe qué responder.
La intervención salió muy bien y tuve un posoperatorio sin problemas. Bajé otros diecinueve kilos y el médico planteó el objetivo de ir por otros veinte menos para llegar al peso que tenía antes de empezar a engordar durante mi adolescencia.
Se supone que yo también debería estar contenta, pero a medida que me veo más linda, más cercana al ideal a pesar de los colgajos de piel, mi angustia aumenta. No entiendo qué pasa. El terapeuta me dice que es normal sentirse así, que no estoy acostumbrada a sentirme liberada, que a muchos bariátricos les cambia la personalidad. Lo escucho, pero siento que lo mío es otra cosa.
Arrastrada por una amiga, un día vamos a comprarnos ropa. Nos probamos mil cosas distintas y ella insiste en que me ponga prendas como si tuviera diecisiete años. Me calzo un pantalón de cuero negro súper ajustado. Ella enloquece al verme así pero yo solo siento una angustia terrible. La garganta cerrada, un miedo intenso que me hace apretar la mandíbula.
Dejamos las bolsas de las compras en el auto y vamos a un bar a tomar algo, casi para festejar mi logro. No debo tomar alcohol, pero me mojo los labios. Se supone que tengo que estar contenta por todo lo que conseguí, por estar de vuelta en carrera y también, por estar viva. Me siento como una adolescente saliendo por primera vez, algo que de hecho no hice nunca, porque la obesidad me sacó de la cancha antes de empezar. Cuando era el momento de vivir eso, yo era la gorda. La despreciable.A pocos metros de nosotras un hombre me mira sin ningún pudor. Me da vergüenza y al principio lo ignoro, pero la curiosidad me gana y cuando vuelvo a mirar con disimulo, me doy cuenta de que es una mirada de deseo. Siento que una ráfaga de angustia me atraviesa. ¿Qué mierda me pasa? Mi amiga se da cuenta que algo está mal pero no tengo ganas de contarle. No quiero hablar. ¿Además, qué voy a explicarle si no sé ni qué decirle?El agua me tranquiliza, hasta que vuelvo a acordarme del tipo que me miraba en el bar. Un escalofrío me recorre la columna. Entonces irrumpe en mi mente un recuerdo que mantuve sepultado toda mi vida. Durante treinta y cinco años traté de convencerme de que no había ocurrido. Jamás lo hablé con nadie. Pero ahí está de nuevo. Es real. Lo siento en la piel erizada: es la misma mirada que tenía el hijo de puta de mi padrino antes de violarme cuando yo tenía trece años.
Vuelvo a pensar en la pregunta que me hizo el terapeuta: ¿De qué te protege tu obesidad? Tardé muchísimo en encontrar la respuesta. No pude defenderme de mi violador, pero encontré otra forma de defenderme en el futuro: volverme obesa.
¿Cómo no iba a perturbarme que un hombre volviese a mirarme con deseo si esa mirada había sido la antesala de mi infierno?
Dicen que al cerebro no le importa ser feliz, solo le preocupa estar vivo.
Fuente: telam
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