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10/12/2025

Su madre le enseñó matemática para alejarla de su padre poeta, fue la primera programadora del mundo y perdió todo en el hipódromo

Fuente: telam

Ada Lovelace creció en la era victoriana. Fue hija de Lord Byron, que la abandonó cuando tenía apenas un mes. Fusionó la ciencia con la imaginación, y adelantó lo que el mundo pondría en marcha hacia 1950. Pero una adicción terminó con su carrera

>Eran los años victorianos en el Reino Unido. Años en los que allí y en el resto del mundo, la vida de las mujeres, incluso las de las mujeres de las familias aristocráticas, no se caracterizaba por el acceso a la educación superior. Sobre todo si esa formación era en el ámbito científico.

Ada nació hace exactamente 210 años en la capital británica, y su nombre al nacer fue Augusta Ada Byron. Era la única hija reconocida de Lord Byron, que para ese entonces ya era un famosísimo poeta en los círculos intelectuales de Europa, y de Anne Isabella Milbanke. Su madre era parte de una familia de alcurnia y dedicaba su vida a la matemática, algo poco frecuente para una mujer de esos años.

A medida que su hija crecía, Anne Milbanke se preocupaba cada vez más por la posibilidad de que Ada heredara la inestabilidad emocional de su padre, eso que llamaba “la locura poética” de Byron. Para evitar ese destino a toda costa, Milbanke previó una educación distinta de lo habitual para su hija.

La salud de Ada, frágil para una niña de sus condiciones económicas, impactó directamente en su formación. El brote de sarampión a sus 14 años paralizó sus piernas durante casi un año y usó ese tiempo para estudiar obsesivamente los temas que más la atraían.

Para impulsar la educación matemática y científica de su hija, Anne contrató a tutores renombrados de la época, como William King, William Frend y Mary Somerville, una prestigiosa matemática y astrónoma escocesa que se convirtió en mentora y amiga de Ada.

Cuando Ada tenía 17 años, fue justamente Somerville quien le presentó a Charles Babbage, el matemático e inventor que cambiaría su destino. Era 1833 y Babbage ya había ganado fama en el mundo científico por su proyecto de la “Máquina Diferencial”.

Babbage quedó cautivado por todo lo que esa joven ya sabía y por la velocidad a la que aprendía. La llamó “La Encantadora de los Números” y se hicieron amigos, lazo que los uniría hasta el final de sus vidas y que implicaría una colaboración intelectual constante en la que aprendían el uno del otro.

Ni las exigencias victorianas de etiqueta hacia las mujeres, ni la triple maternidad detuvieron la vida científica de Ada. En 1839 volvió a volcarse de lleno al estudio de la matemática. Su tutor de entonces, Augustus De Morgan, sostuvo que la capacidad de su discípula era digna de “una investigadora matemática de primer nivel mundial”.

Un ingeniero italiano especializado en matemática, Luigi Menabrea, escribió en un artículo en francés describiendo el invento de Babbage tras escucharlo en una conferencia en Turín. Después de eso, Babbage le encargó a Ada que tradujera el artículo al inglés.

La “Nota G” fue la que torció la carrera de Ada y la que, además, pasó a la historia. Allí, Lovelace describió con enorme detalle y paso a paso el método para que la Máquina Analítica calculara una secuencia numérica ya existente, los Números de Bernoulli. Ese paso a paso sería nada menos que un algoritmo reconocido hasta hoy como el primer programa informático publicado de la historia.

Aquella traducción, aquellas notas explicativas y, sobre todo, esa “Nota G” demostraron algo que distinguía a Ada de otros científicos de su época. Lovelace podía pensar la matemática más allá de la aritmética y, según ella misma describía, se apoyaba no sólo en sus estrictos conocimientos científicos sino también en su intución y su imaginación para desarrollar sus postulados.

Definía esa forma de trabajar como “ciencia poética”, una mirada que se oponía de raíz a todo lo que su madre había querido para Ada. Y que la acercaba a ese padre con el que había convivido nada más que su primer mes de vida y al que no había vuelto a ver.

“Supongamos que las relaciones fundamentales entre los sonidos fueran susceptibles de tales expresiones y adaptaciones: la máquina podría componer piezas musicales todo lo largas y complejas que quisiera”, escribió Ada en su célebre “Nota G”.

La vida de Ada se convirtió en una tragedia estrepitosamente. A fines de la década de 1840 empezó a apostar en carreras de caballos de forma cada vez más problemática. Junto a un grupo de amigos matemáticos, intentó desarrollar un modelo para predecir cuáles serían los caballos ganadores: querían hacer saltar la banca. Pero el intento de los apostadores fracasó gravemente y se endeudó por miles de libras, una suma millonaria para su época.

Un cáncer de útero deterioró su salud muy gravemente en medio de la debacle causada por la adicción al juego. Pasó sus últimos meses bajo un sufrimiento físico inaguantable y murió el 27 de noviembre de 1856. Tenía 36 años, la misma edad a la que había muerto su padre.

Durante prácticamente un siglo el trabajo de Ada cayó en el olvido. Pero hacia 1950, y en medio de investigaciones en el mundo de la matemática y la computación, su legado científico fue rescatado y reconocido por su enorme influencia.

El reconocimiento que obtuvo a partir de la segunda mitad del siglo XX implicó que Departamento de Defensa de los Estados Unidos nombrara “Ada” a su lenguaje de programación estandarizado en 1980. Además, el segundo martes de octubre se celebra el Día de Ada Lovelace en todo el mundo, una jornada para visibilizar el trabajo de las mujeres en la ciencia, la tecnología, la ingeniería y la matemática.

Fuente: telam

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