05/12/2025
“No puedo más”: la historia de una mujer atrapada en un amor que no puede soltar
Fuente: telam
Perdida en un laberinto y sintiéndose incomprendida por su psicóloga y entorno, contacta con el autor de un artículo sobre un amor prohibido, que entiende su situación y le da un consejo que le llena los ojos de lágrimas
>No puedo más. Estoy desesperada.
No tengo escapatoria.
La única amiga a la que le conté mi historia, y que ya está harta de escucharme hablar siempre de lo mismo, me reenvió una historia sobre un amor prohibido. Quien narra la historia sabe de qué se trata. Como dice el eslogan de Alcohólicos Anónimos, “Ya hemos estado ahí”. Sus palabras me hacen sentir comprendida, menos sola. Es la contracara de mi psicóloga.
Al leerlo no me siento expulsada de la vida normal. Sabe que no existe un botón para apretar y arreglar todo de una vez. Que no puedo dejarlo aunque sepa que a la larga esto no va a ningún lado. ¿Cómo voy a dejar lo mejor que me pasa en el día, lo único que me hace sentir bien?
—Contame bien tu historia —me dice.
Le cuento que con Pablo habíamos empezado a salir cuando estábamos en la facultad. Me encantó desde el principio, lo veía seguro e inteligente. Él también estaba fascinado conmigo, por lo que nuestro encuentro rápidamente se convirtió en un incendio. Lo enamoró que yo lo miraba con atención, que me preocupaba por ayudarlo a crecer, a que fuera él mismo y pudiera seguir sus sueños. Nuestra relación fluyó con naturalidad y al recibirnos nos fuimos a vivir juntos felices de la vida.
Me llevó un año entenderlo. En el fondo, Pablo había sido mi único gran amor y todo se encaminaba a que nos casáramos, tuviéramos hijos, termináramos de establecernos y listo. Eso era todo lo que la vida tendría para ofrecerme. Pero yo sentía que no había vivido. Me faltaba probar, experimentar, arriesgarme, equivocarme. Tenía pánico de imaginarme a los cuarenta años con dos hijos en el colegio, trabajando, llena de responsabilidades, y sentir que no había vivido. Hacer un cambio en ese momento sería mucho más doloroso y traumático, en especial por los chicos.
Era consciente de que había cumplido treinta años y que si bien tenía mucho tiempo por delante, elegir un camino así significaba arriesgar una pareja consolidada para salir al mundo en busca de algo totalmente difuso e incierto.
Mi proceso interno nos fue distanciando tanto que cuando hablé con él, mi planteo no le resultó extraño. Los dos sabíamos que íbamos a sobrevivir sin el otro. Eso no quiere decir que no hubiese dolor y desolación en su mirada. ¿Acaso se puede terminar bien con alguien a quien una quiso tanto? ¿Por qué no existe una cirugía que nos evite todo el dolor, que nos quite ese amor sin sufrir y sin que tengamos que romperlo todo?
Después de separarme pasé un par de meses encerrada. Estaba demasiado sensible para salir. Hasta que un sábado mis amigas me llevaron por la fuerza a un bar. Yo no quería salir, no tenía ganas de estar ahí, pero entre trago y trago se me acercó un tipo lindo, tímido e interesante, y nos pusimos a conversar. A pesar de mí misma, de mis resistencias, la charla era genial, y cuando mis amigas decidieron irse yo me fui con él a otro bar.
A la semana me propuso volver a vernos. Al principio dudé. ¿Acababa de separarme y ya iba a engancharme con otro? No seas exagerada, salí, pasala bien, viví, empecé a decirme a mí misma. Repetimos otra muy buena salida.
Una noche, mientras charlábamos después de coger, me dijo que tenía que contarme algo. Tenía novia. Pero no estaba bien con ella y necesitaba blanquearlo conmigo.
Cuando volvió a llamarme la semana siguiente le dije que no quería verlo. Me escudé en el verso de lo correcto, de que no quería interferir en una pareja. Pero pasaron las semanas y él siguió insistiendo una y otra vez, hasta que un día, entre aburrida y necesitada de mimos, acepté. La carne es débil.
Nos vimos una o dos veces por semana durante un mes, hasta que me tiró una bomba atómica: su novia estaba embarazada. Al contármelo se quebró y se puso a llorar como un chico. No había especulaciones en su relato. A todas luces, era un embarazo no deseado que lo ponía en un lugar muy incómodo, porque ella no quería abortar y él no quería quedar atado a ella de por vida. Me salió el instinto materno y lo consolé, como si nada de la situación me implicara. Paradójicamente, fue un momento de tanta intimidad emocional que terminamos cogiendo otra vez.
Con las semanas logré tomar un poco de distancia pero mi pólvora estaba mojada y no pude mantenerme mucho tiempo a salvo. Seguí yendo y viniendo con él durante meses, y en cada recaída estábamos cada vez más enganchados. En vez de diluirse, la relación y las contradicciones se agigantaban.
Cuando nació su beba mi vida ya era un infierno. ¿Cuál era mi plan ahora? ¿Ser su amante hasta que su hija recién nacida fuera grande y pudiera procesar la separación de sus padres? ¿Darle un ultimátum para que se separara con una beba de pocos días de vida?
—Claro, no existe esa opción. Es pura teoría, porque cuando estamos en ese lugar, eso no es posible. Nuestro mundo emocional no funciona de ese modo, si no cualquier persona adicta o con exceso de peso resolvería su problema con solo proponérselo. No hay un botón para activar el enamoramiento, y tampoco hay uno para desactivarlo. Hay algo misterioso cuando nos relacionamos con alguien, es como una inyección de vitaminas, y el cerebro prioriza esa satisfacción porque necesita sobrevivir —me respondió.
—Tratá de vivir este momento lo mejor que puedas. Dejá de torturarte y de torturarlo. Mirá tu vida con misericordia y ternura, sin juzgarla y sin intervenir, como si estuvieras viendo la vida de otro. Con más compasión. Cuanto menos te entrometas, cuanto menos quieras arreglar las cosas, mejor. Porque cada vez que queremos ordenar nuestra vida, apurar sus tiempos, hacemos un desastre peor que el que intentamos solucionar.
Mientras me escuchaba, percibiendo que yo no podía salir del laberinto en el que estaba metida, me hizo una pregunta extraña.
—Le diría que se aleje, que se cuide, que no sea estúpida, que no le conviene.
Después de reflexionar unos instantes, me sorprendí diciéndole:
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
*Juan Tonelli es escritor y speaker, autor del libro “Un paraguas contra un tsunami”.
Fuente: telam
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