Viernes 5 de Diciembre de 2025

Hoy es Viernes 5 de Diciembre de 2025 y son las 10:27 ULTIMOS TITULOS:

05/12/2025

El hombre que nadó en aguas heladas para unir las islas Malvinas: “No le podía fallar a mis amigos que estuvieron en la guerra”

Fuente: telam

Guillermo Sivori cruzó el estrecho San Carlos que separa las islas Soledad y Gran Malvina. “Mi objetivo era recordar la gesta de 1982″, explica

>Guillermo Sivori, ingeniero y nadador, nunca pisó las trincheras de las Allí comienza la historia de un hombre que eligió el Atlántico Sur como escenario para honrar a quienes dejaron todo en la guerra. “Quiero dejar bien en alto la gesta de Malvinas. Tanto los veteranos sobrevivientes que volvieron como los 649 soldados que dieron su vida por la patria”, explica Sivori.

Años después de aquel conflicto que marcó una generación, Guillermo —al que en el Liceo Militar todos llamaban Willie— decidió unir las dos islas de Malvinas en un solo gesto físico y simbólico: nadar el estrecho San Carlos, ese canal gélido que separa las orillas de Soledad de Gran Malvina.

Su motivación tiene rostros y nombres propios. “Uno de mis amigos combatió en Gran Malvina y los otros en Soledad, en las cercanías de Puerto Argentino. Entonces, mi idea es unir ambas orillas. Además, la importancia del estrecho San Carlos que en 1982 sufría el asedio de las tropas inglesas. No se podía cruzar nada. Ni provisiones ni armamento”, detalla Guillermo.

Sobre sus hombros cayeron los relatos de aquel estrecho bloqueado, la división física y espiritual entre los combatientes. Al lanzarse a cruzarlo, Sivori buscaba algo más que una hazaña deportiva: “Es un aporte a la batalla cultural, para que el tema no quede en el olvido”, insiste.

Los minutos previos tienen sabor a rito de paso. Guillermo mira el horizonte, siente la presión del viento y el mar, y piensa en los amigos que, más de cuarenta años atrás, enfrentaron la guerra. Luego, se zambulle junto a otros cinco nadadores. El frío los recibe como una bofetada.

“Me tocaba hacer unos 4.500 metros en las aguas heladas del Atlántico Sur. El mar estaba a 7 grados centígrados y el ambiente en 5 grados”, rememora Guillermo, con una calma que parece ajena a las cifras.

Allí, rodeado de esa vastedad, el nadador entra en trance. Nada importa más que la siguiente brazada, la regularidad de la respiración. Todo lo demás —el calendario, la historia, las expectativas— se disuelve en el oleaje.

Cada treinta minutos, la realidad irrumpe bajo la forma modesta de una taza humeante. “Me daban un té caliente, algo de hidratos de carbono y sal”, narra. Pequeños anclajes contra el avance del frío.

La travesía no estuvo exenta de percances. Dos de los compañeros de Guillermo sufrieron hipotermia, y una joven nadadora se descompensó, incapaz de terminar el cruce. El océano no concede treguas y el agua, incluso cubierta por neoprene, muerde hasta el hueso. “Yo estoy acostumbrado al mar, que es muy distinto a nadar en pileta —aclara—. En el océano tenés que hacer la brazada al ritmo de la ola. Si te ponés a pelear contra el mar, listo, perdiste”.

Pero la naturaleza también es una amenaza constante. “Nadaba con las fuerzas que me quedaban. También sentía que me entraba agua por el traje de neoprene y me preocupaba. Quería terminar el cruce. En esos momentos, pensaba: mis amigos estuvieron en condiciones mucho peores y en medio de una guerra. Yo termino de nadar y me esperan con una comida caliente y con abrigo. No les podía fallar”, se sincera Guillermo.

Unos días antes de lanzarse al estrecho, Sivori y su hijo llegaron a las islas para aclimatar el cuerpo y el alma. “Hicimos dos entrenamientos en el mar antes de esperar el día de mejor clima para poder cruzar el estrecho San Carlos”, detalla, como quien enumera los rituales previos al gran salto.

No faltaron las visitas. El cementerio de Darwin, donde yacen 237 soldados argentinos, fue un alto obligado. También sumaron el recorrido de las antiguas posiciones de combate junto a Marcelo Vallejo, un veterano que conoce cada pliegue de la geografía marcada por la guerra.

La costa de la Gran Malvina aparece ya cerca. Desde lejos, las piedras y las rocas dibujan un relieve hostil y hermoso. El bote que acompaña a Guillermo decide que la travesía llegó a su fin a unos pocos metros de la rompiente. Llevar la brazada más allá sería tentar al océano y arriesgarse a que el mar lo arrastre contra las piedras. “Si me iba más a la rompiente, el mar me podía arrastrar contra las piedras. Era muy peligroso”, admite el nadador, el cansancio dibujado en el rostro.

El regreso a casa no fue sencillo. “Fueron unas 40 horas sin dormir hasta llegar otra vez a Cariló. Recién ahí pude descansar y caí en lo que había hecho. Me saludaron y me agradecieron muchos veteranos porque se volvió a hablar de Malvinas, de lo sucedido en 1982”, cuenta Guillermo, un alivio casi tímido.

Hay imágenes que se repiten: los pies húmedos y el fusil en las manos de quienes combatieron, el frío clavándose en la carne, los ingleses avanzando, el sonido constante del viento. Guillermo Sivori nada, pero lo que impulsa sus brazadas no es solo una causa personal o deportiva. Lleva el mandato de no olvidar lo que sucedió en las islas. Recordar por siempre a los veteranos que después de pisar las rocas del Atlántico Sur, nunca más volvieron a ser los mismos.

Fuente: telam

Compartir

Comentarios

Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!