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17/11/2025

La belleza de la semana: Ludolf Backhuysen y el romance eléctrico entre el cielo y el mar

Fuente: telam

Sabemos poco de este pintor nacido en Emden en 1630 y fallecido en Ámsterdam en 1708. Su biografía es su obra: la exploración a fondo del género de la pintura de marina y unos ambiciosos autorretratos

>El Mar de Frisia tiene la llanura de marea más extensa del mundo. Son quinientos kilómetros que recorren las costas de Países Bajos, Alemania y Dinamarca. Durante el crepúsculo, el sol se desparrama entero sobre la bahía como si estuviera agonizando. Ludolf Backhuysen vivía en Emden, una ciudad que por entonces pertenecía al Reino de Hánover. De chico caminaba descalzo por esa enorme playa soñando con atravesarla, dejar atrás la calma ensenada y vivir la tempestad mar adentro.

Hay dos biografías. Una es de Arnold Houbraken, de 1753. La otra, de Gerlinde de Beer, de 2002. Esta última se nutre de la primera y de una serie de documentos familiares que un descendiente legó al Rijksprentenkabinett, la Imprenta Nacional, en 1905. Se trata de un libro que, pese a su gran contribución, asegura Lawrence O. Goedde, tiene una “tendencia a la exageración o la inexactitud en los detalles”. ¿Será una cosa producto de la otra, es decir: la fascinación emerge de la poca información?

Hubo un tiempo contiguo en que uno tomaba alguna cosa de este mundo y simplemente no sabía qué era. Visto desde esta parte del tiempo, ese desconocimiento luce precioso. ¿Nostalgia? No, no, es otra cosa. Uno entraba a una librería de usados, se pasaba las horas navegando entre anaqueles, aspirando todo tipo de ácaros, encontraba un libro y si el nombre de su autor, de su autora, lo desconocía por completo, ahí terminaba la historia. No tenía un asistente robótico espiando en su bolsillo al cual preguntarle.

Ludolf Backhuysen comenzaba siempre como un bosquejo. Se sentaba en la costa y, con lápiz y papel, boceteaba el horizonte, la línea divisoria: el sol, las nubes, los pájaros, arriba; el mar, la gente, los barcos, abajo. Después agudizaba la vista y centraba su atención en las olas. ¿Cómo se dibuja una ola? ¿Cómo se congela con el trazo lo que solo existe en el movimiento? Ya no alcanzaba con la mirada panorámica, había que atravesar la playa, dejar atrás la calma ensenada y vivir la tempestad mar adentro.

Los muertos todavía nos hablan. Algunos, incluso, gritan. Los que fallecieron en los últimos años han dejado un tendal de información. Como en La invención de Morel de Bioy Casares, en los perfiles de las redes sociales cada muerto sigue con vida, reproduciendo en loop su presencia holográfica. Son las salas del museo digital, donde cada muerto expuso para siempre su obra autobiográfica. Todos hablan; algunos, incluso, gritan. Los anónimos de la ancestral era pre internet asimilaron el silencio.

El hombre del que conocemos mucho de su obra pero poco de su vida baja del barco. Su salud no soportó el viaje como imaginaba. ¿Toce? ¿Vomita? ¿Tiene fiebre? Tiene 77 años. En el Sacro Imperio Romano Germánico y en aquella época, era mucho. Recostado en la cama, con un pañuelo frío en la frente, se apaga de a poco. Aún saborea el recuerdo del viaje último: las grandes olas, las intensas tormentas, la tempestad. Quizás, en el final, en el último suspiro, develó el enigma del romance eléctrico entre el cielo y el mar.

Fuente: telam

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