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16/11/2025

Demasiado joven para retirarse, demasiado grande para que ser contratado: el limbo laboral después de los cuarenta años

Fuente: telam

En un mercado que celebra la juventud, los mayores de 40 y 50 años enfrentan prejuicios de contratación. Sin embargo, la ciencia, la economía y la experiencia demuestran que la edad no es un límite, sino una ventaja: más sabiduría, más plasticidad y más estabilidad emocional. Lo que falta son empresas capaces de verlo

>Robert De Niro mira a cámara con los mismos ojos deslumbrantes que el joven Vito Corleone. Habla tímido, cuenta que desde hace un tiempo hizo “todo lo que se supone que hay que hacer cuando uno se retira”: clases de cocina, viajes, ejercicios, grupos sociales. Y que, al principio, estuvo muy bien… hasta que dejó de estarlo. Ahora es Ben Whitakker, el protagonista de la película The Intern (Pasante de moda) y ya no maneja los hilos de la Camorra, pero la situación es igual de complicada. La escena tiene la mezcla de pudor y dignidad que conocen bien quienes, después de los cuarenta, todavía tienen ganas de trabajar, y de que alguien los elija.

Las personas de más de cuarenta y cincuenta años enfrentan hoy una paradoja: acumulan saber, criterio y estabilidad emocional, pero se topan con un mercado que asocia juventud con talento y edad con obsolescencia.

Los informes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD) confirman lo que muchos sospechan: los empleadores tienden a dudar en contratar o retener trabajadores mayores, preocupados por su adaptabilidad o por el costo de entrenamiento. En el lenguaje burocrático, eso se llama “baja empleabilidad”; en la vida real, se traduce en currículums que nadie responde.

En la Argentina, ese filtro se volvió una categoría existencial. Un estudio de Adecco estimó que más de 800.000 personas mayores de 45 años buscan reinsertarse en el mercado sin éxito. Muchas tienen títulos, décadas de experiencia, redes construidas y una vida laboral sólida. El IAE las bautizó “generación invisible”: no están jubiladas, no están inactivas por decisión propia y no están “desactualizadas”. Están fuera porque nadie vuelve a llamarlas.

Los datos de Bumeran revelan que el 61% de las personas que trabajan en Argentina asegura haber presenciado o vivido discriminación por edad al buscar empleo. En un extremo, los jóvenes “no tienen experiencia”; en el otro, los mayores “ya tienen demasiada”. Entre ambos, un continente entero queda atrapado: quienes tienen entre 45 y 60 años, demasiado viejos para que los contraten y demasiado jóvenes para jubilarse.

La paradoja es que la ciencia no solo desmiente esa creencia, sino que la da vuelta. Un estudio del National Bureau of Economic Research (NBER), que analizó millones de casos, demostró que la edad promedio de los fundadores de startups exitosas es de 45 años. No son los veinteañeros de Silicon Valley los que lideran los emprendimientos más rentables, sino quienes ya atravesaron varias crisis y aprendieron a anticiparlas.

También la ciencia cognitiva viene rompiendo el prejuicio. Investigadores del MIT y de la Universidad de Boston publicaron Age and Cognitive Skills: Use It or Lose It, donde comprobaron que las habilidades intelectuales no sólo no disminuyen después de los cuarenta, sino que pueden seguir creciendo si se las mantiene activas. El cerebro adulto no se apaga: se afina. Pierde velocidad, pero gana precisión.

A partir de los cuarenta, el trabajo se mide distinto. No por ascensos, sino por sentido. No por premios, sino por vínculos. Un informe de Bain & Company, Better with Age, muestra que los adultos mayores priorizan la autonomía y el propósito mucho más que el sueldo o el cargo.

The Intern se detiene en la primera mañana de Ben en la oficina: un ecosistema diseñado para veinteañeros, lleno de escritorios comunitarios, botellas de kombucha y bicicletas colgando. Él no encaja en lo estético, pero encaja en lo humano. No imita la velocidad del resto: aporta método, pausa, la rara habilidad de no confundirse cuando todo alrededor parece acelerarse. Esa diferencia —que no se compra en ninguna carrera corta— es la misma que traen tantos trabajadores de mediana edad.

¿Por qué, entonces, cuesta tanto valorarlos?

En América Latina, CEPAL y OIT alertan que cada vez más personas mayores trabajan en la informalidad porque ni el mercado laboral las incluye ni las pensiones alcanzan. Es la trampa perfecta: demasiado viejos para el empleo formal, demasiado jóvenes —y demasiado pobres— para retirarse.

Una joven colega rompe en llanto y Ben, sin teatralidad, saca un pañuelo del bolsillo. Ella le pregunta por qué lo lleva. “Porque las mujeres lloran”, dice él, con una mezcla de humor antiguo y ternura moderna. Más allá del guiño generacional, la escena condensa un tipo de inteligencia emocional que el mercado suele subestimar: escuchar, registrar al otro, sostener sin invadir. Eso no aparece en un CV, pero transforma equipos.

En el mundo, algunas compañías están empezando a verlo. L’Oréal lanzó el programa For All Generations, con la premisa de ser “la empresa para todas las edades”, y declaró que el 16% de su plantilla global tiene más de 50 años. El plan incluye entrenamiento durante toda la carrera, salud, bienestar y transición hacia la jubilación, pero sobre todo: mezcla de generaciones en todos los equipos.

La película vuelve a aparecer como espejo en una de sus escenas centrales: la CEO —joven, brillante, agotada— se quiebra en medio de una crisis. Todo el equipo corre, improvisa, exagera. Ben no. Ben respira. Escucha. Ordena. Esa capacidad de regular emociones ajenas —de devolver escala y claridad— es uno de los hallazgos más consistentes de los estudios sobre adultos de mediana edad. Y es, paradójicamente, uno de los talentos menos reconocidos por quienes contratan.

En Argentina empiezan a haber tenues movimientos en otra dirección. La Ciudad de Buenos Aires, junto con la Asociación Civil Diagonal, lanzó “Experiencia Activa”, un programa para acompañar a mayores de 45 en el regreso al trabajo con talleres técnicos y emocionales.

Pero nada alcanza. La CEPAL advierte que el envejecimiento poblacional avanza más rápido que la capacidad de los sistemas previsionales y los mercados laborales para absorber a los mayores. En muchos países, combinar trabajo y pensión es difícil; en otros, inexistente. La informalidad funciona como prótesis —y como condena— para millones.

Ben cuenta que trabajó cuarenta años en la misma empresa. Lo dice sin nostalgia: lo dice con identidad. Ese tipo de continuidad, tan común en quienes hoy tienen entre cuarenta y sesenta, terminó siendo una forma de músculo invisible: aprender a sostener proyectos largos, atravesar etapas difíciles, esperar resultados.

El trabajo después de los cuarenta no debería ser una lucha por permanecer, sino una oportunidad para liderar distinto. La sabiduría, la estabilidad emocional y la plasticidad no son reliquias del pasado: son los recursos que el futuro necesita.

Fuente: telam

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