10/11/2025
El retorno maquillado del viejo enemigo
Fuente: telam
El crecimiento de las ideas socialistas en Estados Unidos refleja un proceso histórico ignorado por generaciones, según exiliados que destacan la actual legitimación política y cultural de discursos antes considerados marginales
>El resurgimiento de las ideas comunistas en Estados Unidos no es un fenómeno reciente ni es culpa de la “paranoia” de la ultraderecha o del histérico y reaccionario exilio cubano. Es la consecuencia tardía de un proceso histórico que comenzó hace un siglo y que fue advertido, una y otra vez, por los diferentes grupos de exiliados que conocían de primera mano la naturaleza del socialismo real… mientras, como en la película de Néstor Almendros, “nadie escuchaba”.
En paralelo, la Unión Soviética desplegó una red de espionaje e influencia cuya magnitud solo se comprendió en toda su dimensión décadas más tarde. Los documentos del proyecto Venona, las confesiones de desertores y los materiales del Archivo Mitrokhin confirmaron que la infiltración comunista en instituciones norteamericanas, incluidos el Departamento de Estado, sectores de la administración federal, el entorno del New Deal e incluso el proyecto nuclear, no era una fantasía cinematográfica. No todo lo dicho en tiempos del macartismo fue exacto o justo, pero la cómoda tesis de reducirlo todo a “histeria anticomunista” quedó desmentida: muchas sospechas tenían fundamento.
Hoy, con el archivo histórico sobre la mesa, resulta evidente que no eran ellos los delirantes, sino los más lúcidos. Sabían, por experiencia, que el socialismo se instala con promesas y se consolida con censura, comités, presos políticos y exilio.
Aquí aparece el giro perverso del lenguaje: decir “comunista” en el debate público se ha vuelto casi un suicidio retórico. No porque el comunismo haya sido rehabilitado, sino porque la palabra se percibe como un insulto vacío, un cliché de caricatura. Quien advierte sobre tendencias, métodos o discursos que toman de la tradición marxista-leninista es etiquetado de conspiranoico y, si además es cubano, se activa de inmediato el eco del vocabulario del régimen: “gusano”. El término “comunista” se usó tanto, tan mal y tan torpemente, que al pronunciarlo muchos dejan de escuchar antes siquiera de examinar la evidencia.
Por eso no basta con el matiz cómodo de “esto no es comunismo, es socialismo democrático”. El exilio cubano, los exiliados de la Unión Soviética y bloque comunista, los venezolanos, los nicaragüenses, todos los que han visto la película completa, saben que la ruta empieza siempre con palabras aceptables: reformas, justicia social, redistribución, inclusión, derechos. El lenguaje viene edulcorado; las estructuras de poder, no tanto.
La respuesta no está en inflar insultos, sino en afinar el diagnóstico. Hay que dejar de regalarle el lenguaje a la izquierda. El problema es el socialismo como proyecto: la doctrina que subordina a la persona al colectivo administrado, que erosiona la propiedad, debilita los contrapesos, justifica la ingeniería social desde arriba y, en su versión consecuente, termina necesitando dosis crecientes de coerción.
Fuente: telam
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