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10/11/2025

“El beso de la mujer araña”: una obra que desafía el tiempo y las fronteras culturales

Fuente: telam

La nueva adaptación cinematográfica revive el debate sobre la vigencia de la novela de Manuel Puig, cuya capacidad para interpelar normas sociales y políticas sigue generando resonancia en contextos contemporáneos

>Se ha estrenado en Estados Unidos y en algunos países de Latinoamérica la nueva adaptación cinematográfica de la cuarta novela del escritor argentino Tan solo tres años después de su publicación, el director teatral italiano Marco Mattolini la llevó a los escenarios de su país y al año siguiente se representó la versión española, adaptada por el propio Puig y dirigida por José Luis García Sánchez. Pero fue sobre todo la repercusión de la propuesta de Mattolini –fervorosamente aplaudida por parte de críticos y espectadores– la que despertó en cine el interés por esta novela.

La primera (y, hasta hace unos meses, única) película inspirada en El beso de la mujer araña, dirigida por Héctor Babenco, llegó a las salas de cine en 1985, nueve años más tarde de la aparición del formato narrativo original. A estas relecturas les sucedió un musical (en el que se inspira el último filme), estrenado en 1992 en el West End de Londres y en 1993 en Broadway, así como otras versiones independientes.

Esta afluencia de aproximaciones a la novela tiene su origen en el hecho de que en el momento de su publicación fue considerada revolucionaria. Y es que ya su confección formal es rompedora.

El beso de la mujer araña fue concebida casi en su totalidad mediante el empleo de diálogos directos entre los protagonistas de la obra: Luis Alberto Molina (un homosexual de 36 años condenado por corrupción de menores) y Valentín Arregui (un preso político de 26 años que cumple condena por su pertenencia a un grupo marxista). Ambos personajes conversan para matar el tiempo en la celda que comparten en una penitenciaría de Buenos Aires en el año 1975.

En apoyo al personaje, Puig incluyó nueve notas a pie de página, como si la novela se tratara en algunos puntos de un ensayo. Dichas notas, que pueden ser leídas u obviadas sin que ello afecte a la acción, son paráfrasis de discursos psicológicos reales que elucubran sobre el posible origen de la homosexualidad. La localización de estos datos no fue inocente, tal como declaró el autor en varias entrevistas:

En la última nota, y tras la máscara de la ficticia doctora A. Taube, se esconde la voz de Manuel Puig. Este perseguía, según varios investigadores de la obra, bien educar a un lector ignorante en cuanto a la homosexualidad, bien deslegitimar a aquellos que, como en el caso de ciertos sectores políticos argentinos de la época, expresaban opiniones negativas preconcebidas sobre la misma. Gracias a esas notas, pero especialmente a la última, el lector puede llegar a conocer también el punto de vista del autor.

Es precisamente la ignorancia la que posibilita la aparición de la primera nota, justo después de que Valentín le confiese a su compañero de celda: “yo de gente de tus inclinaciones sé muy poco”. El diálogo a tres entre Valentín, Molina y las notas desaparece cuando se produce un acercamiento real entre los dos personajes. A partir de entonces, ya no son necesarias.

Para que los protagonistas pudieran entablar una relación sincera, Puig necesitaba un canal que los uniera, pues eran demasiado distintos entre sí. Este canal no fue otro que el cine.

Valentín exterioriza el sufrimiento que le causa cumplir con el desapego emocional que le exige la lucha política, así como la añoranza de una mujer que no es su novia y que, además, es de clase alta. También aborda temas como la represión sexual, las torturas policiales y las misiones que ha llevado a cabo con su grupo marxista. Pero, sobre todo, cuestiona a Molina, a quien trata de inculcar que ni mujeres ni hombres homosexuales deben “dejarse basurear”.

Este espacio, que es símbolo de falta de libertad, se proyecta sobre los personajes: no solo están presos físicamente, sino que también lo estaban internamente. En este rincón de una inhumana penitenciaría de la que no pueden salir se sienten, por primera vez, realmente libres. Los veintidós días que han compartido les han otorgado, a cada uno de manera distinta, un sentimiento cercano a la felicidad. La violencia real y simbólica que castigaba a Valentín y Molina (y, por extensión, a la sociedad) por no ceñirse a un orden establecido, que les constreñía dentro y fuera de los muros de la cárcel, no puede derrocar la dignidad que Manuel Puig les confiere. Al final, ganan ellos.

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Fuente: telam

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