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10/11/2025

La belleza de la semana: “Objeto”, de Meret Oppenheim, la taza forrada en piel que escandalizó al surrealismo

Fuente: telam

Hace casi 90 años, la artista germano-suiza rompió los esquemas del movimiento que al poco tiempo abandonó, con una pieza que marcó una manera de dialogar con los objetos cotidianos en el arte contemporáneo

>Hace no mucho, un dibujo de la artista argentina Lola González, en la muestra En la obra, González coloca a la famosa taza en primer plano en una escena hogareña, de descanso, en la que una mujer, en segundo plano, parece estar inmersa en un profundo sueño, y un poco más atrás se utiliza a una biblioteca como metáfora de la ilusión, de el poder de las palabras para enardecer la imaginación.

El uso de los libros, en ese sentido, me pareció interesante desde la perspectiva que el legado de lo creativo parece haberse corrido, en estos días, hacia las pantallas tormentosas y la I.A., como signo de época.

Recordé, frente a la pieza, una escena de Star Trek, la serie original de finales de los ‘60, en la que en ese futuro galáctico, en la que los cuerpos podían teletransportarse de un planeta a otro, todavía había bibliotecas. Había en ese gesto del director como un statement en el que parecía decirnos que el conocimiento, el goce de la lectura, sería analógico o no sería.

Viajando en el tiempo, aquella taza peluda de Oppenheim causó impacto en la historia del arte moderno. Detrás de su aparente sencillez, logro transformar la percepción de los objetos cotidianos y el papel de la mujer en el surrealismo.

Un crítico llegó a escribir: “La taza y el platillo forrados en piel, con la cuchara incluida para rematar, dan una idea de toda la locura que ha desatado la exposición de arte surrealista en Nueva York”. La repercusión fue tal que la propia artista sintió que la fama de la obra eclipsaba el resto de su producción.

La presencia de figuras como el escritor Hermann Hesse, autor de El lobo estepario y Demian, en el círculo familiar marcó sus primeras creaciones, que desde la adolescencia combinaron escritura y artes visuales, plasmando sueños en textos e ilustraciones. Entre 1931 y 1932, produjo una serie de dibujos que reflejaban una tendencia depresiva que la acompañaría durante gran parte de su vida, con obras impregnadas de pesimismo y cuestionamiento de los arquetipos tradicionales, influida por su formación cercana a la Bauhaus y otros movimientos de vanguardia.

En 1933, Giacometti y Hans Arp la invitaron a participar junto a Salvador Dalí, Max Ernst y Vasili Kandinsky en la sexta edición del Salon des Surindépendants, consagrándola como la integrante más joven del grupo surrealista.

El origen de Object se remonta a un encuentro casual en el Café de Flore de París en 1936, cuando Oppenheim, con 22 años, se reunió con Pablo Picasso y Dora Maar. La artista llevaba un brazalete de ocelote, un felino de América, que habia sido diseñado junto a la italiana Elsa Schiaparelli.

Más allá de la anécdota, resultaría erróneo atribuir el uso de las pieles a aquel diálogo con el artista y la fotógrafa, ya que su fascinación por la piel y los textiles venía de antes. Antes de ese almuerzo, ya había colaborado con Schiaparelli, diseñando guantes cubiertos de piel con las puntas de los dedos cortadas y un anillo forrado en el mismo material.

A pesar de su repercusión, la junta directiva del MoMA se negó a adquirir la obra. Quien sí lo hizo de manera personal y la donó luego, fue el director fundador Alfred Barr, para quien el set hacía “real, de forma concreta, la improbabilidad más extrema y bizarra” generando “tensión y emoción en la mente de decenas de miles”, que se habían “expresado con rabia, risa, asco o deleite”.

Del mismo año, Mi enfermera, donde un par de zapatos de tacón atados boca abajo se servían en bandeja como si fueran muslos de pollo, ponía el foco en la opresión de los roles impuestos a las mujeres y su consumo sexual.

Su regreso fue lento, alejada de los surrealistas, durante los ‘50 exploró nuevos materiales y se acercó más a la performance, con obras como Pareja (1956), en la que un par de botas unidas por las puntas se inutilizan mutuamente, cuestionando la dependencia, o Banquete de primavera (1959), donde tres hombres y tres mujeres comían sobre el cuerpo desnudo de una mujer, que tiene una profundísima actualidad.

Banquete... fue el punto de quiebre con los surrealistas, con quienes no expuso nunca más después de que Breton le pidiera que reprodujera la pieza para la Exposición Internacional del Surrealismo (EROS) de París (1959-1960), por la que fue criticada por cosificar a las mujeres, cuando su intención pasaba por reflejar la abundancia que ofrecía la Madre Tierra.

A finales de los ‘60, cuando tuvo su primera restrospectiva, retomó el camino que le había dado notoriedad con su serie “souvenirs”, a partir de textiles inspirados en Object y luego dialogó con la tradición romántica centroeuropea a través de pinturas de paisajes abstractos y visiones de la naturaleza que concebían el cosmos como una totalidad, como marca de la temática de la Guerra Fría.

En 1964 presentó Radiografía de mi cráneo, en la que incorporó anillos y aretes a una prueba radiológica, desafiando visualmente lo establecido y exhibiendo su auténtica naturaleza.

Pero regresemos a Object. Déjeuner en fourrure y por qué mantiene intancto su impacto, al generar una contradicción inquietante. Por un lado, la piel representa la suavidad, una textura que resulta atractiva al tacto, pero a su vez su conceptualizació, la idea de llevar pelo a los labios, genera rechazo, sino repulsión.

Esta ambigüedad, este juego entre atracción y rechazo, fascinaba al surrealismo y la obra lo ejemplificó de manera única. Y es, a su vez, un poder que se ha perdido en el arte contemporáneo, o que es raro de encontrarse, ese cruce entre opuestos para generar sentidos desde lo poético.

Por ejemplo, Queso de pelo corto, una pieza de 1992–1993 a partir de cera de abejas y cabello humano, provoca esa sensación de inquietante atractivo, jugando con lo proyección de su consumo y las posibilidades de la experiencia.

Quizá, porque vivimos en un mundo con cada vez menos espacio para la poesía, para buscar crear una representación de lo bello que no sea solo efecto, shock, que se centre en el efectismo. Por supuesto, esto no es una regla general, que nadie se ofenda, a fin de cuentas hay una sola taza peluda (como concepto, no como objeto).

O, más acá en el tiempo, y sin ánimo de comenzar a hacer un listado de objetos artísticos porque sería interminable, el también cordobés Pablo Peisino presentó en Happy house, en la galería The White Lodge, Los incunables, una serie de libros para acariciar, llevando la experiencia de la lectura a lo tactil, lo que por un lado es un gesto afectuoso, que nos habla sobre la mediación de la caricia, y, por otro, una traslación crítica del libro como objeto decorativo.

En estos dos casos, la aproximación hacia el objeto tienen, en un punto, una cuestión de la memoria emotiva muy potente. El objeto intervenido, llevado a un plano de la experiencia personal, de la pasión envolvente de la juventud, y mientras que en los libros se produce una reafirmación con cierta nostalgia, creando una reproducción imperfecta, pero que invita al tacto a la vez. Como los libros reales.

Fuente: telam

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