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06/11/2025

Neurosis, deseo insatisfecho y la trampa del entretenimiento: qué significa hoy vivir en el aburrimiento

Fuente: telam

De Heidegger a Han y Agamben, un recorrido desde la filosofía y el psicoanálisis para pensar cómo la falta de estímulos profundos transforma la percepción del tiempo y la identidad en nuestras sociedades

>Distintos pensadores contemporáneos coinciden en ubicar el aburrimiento en el centro de nuestra experiencia actual de la vida. Así lo hizo el filósofo Martin Heidegger en sus lecciones de 1929, cuando lo definió como un “temple de ánimo fundamental”, y también el psicoanalista Jacques Lacan en el seminario Las formaciones del inconsciente:

Vivimos en el aburrimiento. Antes que una posibilidad coyuntural, este afecto pareciera designar un trasfondo existencial. Y, por cierto, relativo al hombre (pos)moderno: si para los griegos el estado anímico privilegiado era el asombro –según Aristóteles, a partir de este encontraba su origen la filosofía–, la secularización del mundo habría llevado a una destrucción del ocio en aras de la productividad y el ser-para-el-consumo. Los resultados son conocidos: el aburrimiento y el cansancio. En esta ocasión analizaré algunas publicaciones recientes sobre el primero.

En su libro La sociedad del cansancio (2010) Byung-Chul Han analiza el pasaje de la sociedad disciplinaria a las formas actuales de vida comunitaria a partir de la noción de rendimiento. Lo propio de nuestro tiempo sería un “exceso de positividad”. A la sociedad de hospitales psiquiátricos, cárceles, escuelas (y otras instituciones estudiadas por Michel Foucault), le sucedería una sociedad de gimnasios, centros comerciales y otras variantes que mutan el encierro por el confort maximizado:

“La sociedad del rendimiento se desprende progresivamente de la negatividad. […] se caracteriza por el verbo modal positivo poder sin límites. Su plural afirmativo y colectivo ‘Yes, we can’ expresa precisamente su carácter de positividad. Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley.”

El exceso de positividad se manifiesta en un exceso de información y estímulos. Este hecho hace que la atención perceptiva del sujeto contemporáneo esté siempre fragmentada y dispersa. Ahora bien, los logros culturales de la humanidad –según Han– se deben a una atención profunda y contemplativa; y, en nuestros días, “esta es reemplazada progresivamente por una forma de atención [caracterizada por] su escasa tolerancia al hastío [que] tampoco admite el aburrimiento profundo”. Dicho de otro modo, la sociedad contemporánea es aquella que rechaza el aburrimiento en busca del entretenimiento –que nada tiene que ver con la plenitud de la experiencia–. El sujeto de nuestro tiempo busca estar ocupado de manera continua. A su posición le cabe el equívoco que desplaza entre “hacer algo” y “no hacer nada”, porque esa nada es la que rechaza. Por esta vía, Han desliza el campo semántico del aburrimiento hacia un valor positivo, en la medida en que el “aburrimiento profundo” puede ser una variable propicia. Así es que retoma una referencia a Walter Benjamin para afirmar que el aburrimiento sería de importancia para la creación. Para este pensador, el aburrimiento es “el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia”. El aburrimiento es el afecto que implica una relajación espiritual, que motiva el “don de la escucha”, la adquisición de una capacidad contemplativa que renueva la percepción aturdida:

“Quien se aburra al caminar y no telere el hastío deambulará inquieto y agitado, o andará detrás de una u otra actividad. Pero, en cambio, quien posea una mayor tolerancia para el aburrimiento reconocerá, después de un rato, que quizá andar, como tal, lo aburre. De este modo, se animará a inventar un movimiento completamente nuevo.”

De esta manera, el aburrimiento puede ser más que un afecto estático (“Estoy aburrido”) y convertirse –al ganar profundidad– en una vía de transición hacia el descubrimiento. Si, como dije anteriormente, en la experiencia griega del mundo el asombro ocupaba una posición iniciática, en el corazón de la vida moderna podemos ubicar la duda cartesiana. Para Descartes, el dudar no es un acto intelectual, sino una elección, un hecho de la voluntad, una afirmación fuerte de la negatividad del sujeto. Ahora bien, de acuerdo con la perspectiva de Han, en el mundo contemporáneo –en tanto mundo de “positividades”– solo la permeabilidad al aburrimiento podría permitir una recuperación del sujeto:

“Incluso Nietzsche, que reemplazó el Ser por la voluntad, sabe que la vida humana termina en una hiperactividad mortal, cuando de ella se elimina todo elemento contemplativo. Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie.”

En esta misma dirección, que ubica el aburrimiento como invariante antropológico fundamental, avanza Giorgio Agamben en su ensayo “Aburrimiento profundo” al delimitar este afecto en su condición estrictamente humana. Agamben comienza su elaboración con un comentario de las lecciones heideggerianas de 1929. Destaca el valor de que Heidegger dedique casi 180 páginas a este tema, mientras que en Ser y tiempo la reflexión sobre la angustia ocupa apenas 8 páginas. Sin embargo, es curioso que Agamben diga que en la conferencia ¿Qué es metafísica? (pronunciada en julio de 1929) el aburrimiento no es nombrado, cuando su mención es explícita e incluso fundamenta el carácter originario de este respecto de la angustia. Asimismo, el comentario que realiza Agamben de las lecciones es tendencioso, ya que conduce la manifestación esquiva del aburrimiento de acuerdo con un doble movimiento: por un lado, el ser-dejados-vacíos en que las cosas se sustraen y no tienen nada para ofrecernos, complementado por un segundo movimiento, en que, por otro lado, el rehusarse devela las posibilidades del Dasein (el hombre):

“El ser-tenido-en-suspenso como segundo carácter esencial del aburrimiento profundo entonces no es otra cosa que esta experiencia del revelarse de la posibilitación originaria (es decir, de la potencia pura) en la suspensión y en la sustracción de todas las posibilidades concretas específicas.”

No cabría objetar la exposición de Agamben como tal, dado que su propósito es definido: delimitar lo que diferencia al hombre del animal. Este segundo movimiento de la experiencia es lo que hace del hombre un ser singular:

“El Dasein es simplemente un animal que ha aprendido a aburrirse, se ha despertado del propio aturdimiento y al propio aturdimiento. Este despertarse del viviente a su propio ser aturdido, este abrirse angustioso y decidido, a un no abierto, es lo humano.”

En las lecciones reunidas en el volumen Conceptos fundamentales de la metafísica, Heidegger sitúa su análisis a partir de una relación inmediata, para lo cual recurre a un análisis del pasatiempo que lo encubre:

Por un lado, el aburrimiento (Langeweile) estaría vinculado con el vacío, con una espera de la que nada se extrae, rayana en la indiferencia impaciente. Una especie de “No pasa nada”. Estar aburridos es que no pase algo, lo que sea, cuando se materializa una nada que es bien firme e inquietante. En el aburrimiento dejan vacío las cosas que se deniegan, y el Dasein queda detenido en un tiempo moroso. Retomemos el ejemplo que Heidegger utiliza como hilo conductor:

Este ejemplo permite dar cuenta de lo que Heidegger llama el estar “aburrido por”. Sin embargo, el aburrimiento reconoce una mayor profundidad. En efecto, el desarrollo heideggeriano se propone un pasaje que avanza de lo determinado (estar aburrido por algo) hacia la indeterminación que, para el caso, se pone de manifiesto en el estar “aburrido en”. En este punto, el ejemplo es el de una velada vespertina a la que se asiste luego de una jornada de trabajo inquieto. Por esta vía, el pasatiempo ya deja de estar localizado y queda absorbido por toda la circunstancia. El aburrimiento se reconoce en el tamborilear ocasional de los dedos, gestos anodinos que lo hacen más esquivo, pero que no obstante lo indican en una forma más existencial, relativa al sujeto mismo. De esta manera, los dos rasgos esenciales del aburrimiento (la morosidad, el “darse largas” del tiempo, y el ser “dejados vacíos”) se reformulan:

He aquí, entonces, un aburrimiento que toca al sujeto como vacío, en un tiempo detenido (y ya no demorado). Sin embargo, esta forma no es definitiva, ya que –en un tercer tiempo– investiga un aburrimiento de mayor radicalidad, basado en la experiencia del “uno se aburre”: Es ist einem langweilig –en la que es puede reconocerse también en cláusulas impersonales como es blitzt, es donnert, es regnet, “hay relámpagos, truena, llueve”; es decir, un “hay” que subvierte la experiencia del sujeto como vacío–. En este caso, además, fracasa el hilo conductor del pasatiempo:

En efecto, si algo caracteriza a este temple de ánimo es el poner en forma la “escucha”. De este modo es que puede trazarse una distinción más propicia con los otros dos modos del aburrimiento:

Me parece fundamental el modo en que Heidegger, a través de su exploración del aburrimiento, explora la constitución de un espacio potencial, que atraviesa la certidumbre del individuo, incluso la idea de un sujeto constituyente, para mostrar su carácter receptivo, basado en la escucha. En cierto sentido, podría decirse que no otro movimiento se propone en un psicoanálisis cuando se trata de trascender la apropiación yoica del sentido en vistas de que advenga no solo un sujeto dividido (entre lo que dice y lo que quiso decir, entre lo que dijo y se escuchó, etc.) sino una estricta posición de analizante.

Los neuróticos siempre están lidiando con el aburrimiento. Este es un afecto típico en la neurosis obsesiva, palmario en la posición ante la exigencia, redundante en el agotamiento que produce el goce de cumplir y producir lo esperado. Esta condición se verifica en la relación analítica en el particular énfasis con que este tipo clínico evalúa sus asociaciones, reduciéndolas a temas de conversación, que pasan de ser “más o menos interesantes” a “monótonos”. El diagnóstico, entonces, es concluyente: “Me aburro de decir siempre lo mismo”. No obstante, en esta sanción es que más se comprueba el carácter defensivo y, por lo tanto, electivo, de ese afecto. Rechazo del inconsciente y del saber por la vía de la consistencia yoica; fracaso de la repetición que, justamente, pierde su condición fallida y ya no produce diferencia. Por otro lado, el aburrimiento también es un afecto omnipresente en la histeria. Sin embargo, con un matiz diferente. Sin recaer en el trampantojo narcisista, este tipo clínico se orienta hacia lo que los “clásicos” han llamado una “bella indiferencia”. No porque nada le interese, sino por el desinterés progresivo, cambiante, desvanecido. A esta condición –estructural, en el deseo insatisfecho– Lacan se refiere en el seminario Las formaciones del inconsciente:

El deseo de “otra cosa” –o, mejor dicho, la “Otra cosa” del deseo– impone al deseo histérico un circuito de decepción incesante, sostenido en la identificación con la falta en el semejante. Por esta vía, el histérico siempre está recayendo en el aburrimiento como un modo cortocircuitar la realización del deseo. De este modo, podría afirmar que el neurótico efectúa un uso defensivo del aburrimiento. Podría decirse: “se aburre para no actuar”, o bien “se defiende del acto por medio del aburrimiento”. Después de todo, para el neurótico pareciera siempre más “conveniente” extraviarse en el aburrimiento antes que comprobar la incidencia del acto pleno de consecuencias. El aburrimiento es una manera de sustraerse al conflicto por la vía de la indeterminación yoica (“No sé qué quiero”, “No me interesa nada”). Escribí este artículo a partir de retomar la pregunta de por qué nos cuesta cada vez más aburrirnos. En la sociedad tecnológica, “matamos” el aburrimiento, no hacemos ya su experiencia. Esto no asegura que estemos menos aburridos; más bien le quitamos su profundidad, incluso su alcance creativo, para que se convierta en un mero estado de embotamiento. Me gusta la palabra “embotamiento”. La leo literalmente: convertirse en bot. Así es que reproducimos información, consumimos noticias que en el fondo no nos interesan y olvidamos el trasfondo de nuestra existencia. Incluso nuestra neurosis pierde potencia y queda apenas un adormecimiento.

Fuente: telam

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