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04/11/2025

Cinco datos de “Para leer al Pato Donald”, el libro de Mattelart que entendió a Disney en clave política

Fuente: telam

El ensayo hizo conocido al sociólogo que murió hace días y que lo escribió con Ariel Dorfman. Sostenía que la historieta transmitía ideología

>Publicado en 1971, Para leer al Pato Donald nació en el Chile de la Unidad Popular, en un momento en que el gobierno de Salvador Allende impulsaba una transformación profunda del sistema de comunicación y del acceso a la cultura. Ariel Dorfman, entonces profesor en la Universidad de Chile y asesor editorial en la estatal Quimantú, y Armand Mattelart, sociólogo belga radicado en Santiago, elaboraron un análisis que pronto se convirtió en un texto emblemático de la crítica cultural latinoamericana.

Cinco décadas después, y tras la muerte de Armand Mattelart el 31 de octubre, la obra conserva su vigencia como un ensayo sobre la comunicación de masas y el colonialismo cultural. A continuación, cinco claves permiten entender su estructura y su legado.

Una de las ideas centrales del libro es que el universo de Disney borra cualquier rastro del trabajo como fuente de riqueza. En el mundo del Pato Donald, nadie fabrica, cultiva ni produce: todo se reduce a comprar, vender y acumular. Los personajes —Donald, sus sobrinos, el Tío Rico— viven de la circulación del dinero y no del esfuerzo.

Dorfman y Mattelart interpretan esta ausencia como una operación ideológica: la historieta elimina el conflicto entre clases y oculta la explotación del trabajo humano. Al no mostrar la producción, se naturaliza el capitalismo como un sistema de consumo perpetuo.

El segundo eje del libro es la exaltación del individuo como único agente posible de éxito. En los cómics de Disney, los personajes actúan por interés personal, guiados por la competencia y la acumulación. No existe la solidaridad de clase ni la acción colectiva.

El Tío Rico encarna esa moral: su obsesión por las monedas y los cofres de oro representa la legitimación del capital como valor supremo. Donald y sus sobrinos participan de esa lógica; cada aventura es una carrera por obtener recompensas, trofeos o tesoros.

Los autores subrayan que los viajes y las búsquedas no promueven la curiosidad científica ni la cooperación, sino el afán de conquista individual. “El oro, el poder y la aventura son el modo de existencia del capitalismo”, escriben. El lector infantil aprende que el éxito se alcanza por ingenio o fortuna personal, no por transformación colectiva.

Una de las aportaciones más influyentes del libro es su lectura de los cómics como instrumentos del imperialismo cultural. Cuando los patos viajan a otros países —llamados “Bananalandia”, “Patagonia del Sur” o “Tropicolandia”—, esos territorios representan versiones caricaturizadas del Tercer Mundo.

Dorfman y Mattelart sostienen que el cómic “exporta una visión del mundo donde los pueblos periféricos sólo existen para proveer materias primas, aventuras o exotismo”. La historieta, en consecuencia, no solo entretiene: funciona como vehículo de un discurso colonial que legitima la dependencia económica y cultural.

El libro describe esta operación como una forma de “colonización del imaginario”, en la que la cultura de masas impone un modelo de civilización y un lenguaje universal que neutraliza la diversidad.

La cuarta clave del libro analiza cómo las historietas representan las relaciones humanas. En el universo Disney no hay padres ni hijos, sino tíos, sobrinos y primos: una familia sin genealogía, sin nacimiento ni herencia.

El poder, además, se representa de modo autoritario: los tíos ordenan, los sobrinos obedecen. La autoridad se ejerce sin justificación, como si fuera natural. Esa verticalidad reproduce el orden jerárquico de la sociedad capitalista.

En cuanto al género, Dorfman y Mattelart observan que las mujeres —Daisy, Minnie o la abuela Pata— son personajes decorativos. El mundo Disney refuerza la división sexual del trabajo: los hombres buscan tesoros o compiten, las mujeres cuidan, esperan o premian.

La quinta clave es el descubrimiento del mecanismo ideológico que da cohesión a todo el sistema Disney: la naturalización. Para leer al Pato Donald sostiene que el poder de estas historietas radica en su aparente neutralidad.

La diversión, el humor, la ternura, se convierten en vehículos de una moral que justifica la propiedad privada, la desigualdad y la dominación. El capitalismo se vuelve invisible, disfrazado de juego.

Esta clave final resume la tesis del ensayo: el entretenimiento popular no es neutral, sino un instrumento de formación ideológica.

Con el tiempo, Para leer al Pato Donald se transformó en un clásico de los estudios de comunicación y cultura en América Latina. Su tono polémico y su mirada crítica marcaron una generación de investigadores.

Fuente: telam

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