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31/10/2025

Nazis, drogas, un conde y una estatua romana: “La Diosa de Thyssen”, el nuevo libro de Federico Fahsbender

Fuente: telam

El periodista y escritor indaga en la vida y la muerte de Federico Zichy Thyssen, el heredero argentino del magnate del acero que financió a Adolf Hitler. Aquí, un adelanto exclusivo

>“Nazis, drogas, un conde y una estatua romana”, dice el título de esta nota. ¿Cómo puede unirse todo esto en una historia completamente real y completamente argentina?

Debería haber sido uno de los hombres más famosos de la Argentina. Sin embargo, no lo fue. El conde estaba demasiado ocupado con el caos de su vida como para cultivar su propia leyenda.

Fue un magnate y estanciero con cientos de miles de hectáreas, un aventurero a bordo de sus aviones privados, cazador que le disparaba a grandes ciervos con los mismos rifles que usa el rey de Inglaterra y uno de los mejores criadores de caballos árabes del mundo, con un reloj Patek Philippe en su muñeca, habitué taciturno del desaparecido restaurant La Bourgogne en el Alvear Palace Hotel, donde siempre pedía el mismo plato.

Después, estaba el origen de su fortuna. Argentino por accidente de la historia, hijo de un conde húngaro, Federico Augusto era el heredero de una de las mayores fortunas del acero alemán que lleva su apellido, más precisamente, de su abuelo, Fritz Thyssen, quien financió el ascenso de Adolf Hitler.

Se exilió aquí a los seis años junto a su madre, su padre y su abuelo, condenado en los juicios a los colaboracionistas del Tercer Reich, luego de que el nazismo lo encerrara en campos de concentración.

En noviembre de 2021, la Venus fue subastada en Sotheby’s por una fortuna impensada: 24,5 millones de dólares. Se convirtió en el mármol romano más caro de la historia. Hoy, la Venus se exhibe al público en el Metropolitan Museum de New York, donde su actual propietario la cedió en préstamo.

Sotheby’s, al subastarla, detalló todos sus previos dueños; incluía una larga lista de lords escoceses, hasta el magnate de la prensa William Randolph Hearst. Sin embargo, en aquella lista, Sotheby’s no mencionó a Federico Zichy Thyssen. Apenas marcó “coleccionista privado”.

Allí, el cadáver del conde fue secuestrado por las autoridades frente a su viuda, su última esposa, la número seis en su vida, la decoradora dominicana Rachel Román Núñez y su última hijastra, Franchesca Giraldez, en medio de un escándalo. Fue ser enviado a la Morgue Judicial por orden de un juez, donde se le practicó su correspondiente autopsia; horas antes, una hija de Zichy Thyssen había denunciado su muerte como sospechosa.

Lo que reveló esa autopsia, que atraviesa un capítulo completo de La Diosa de Thyssen, fue al menos inquietante.

Los problemas habían explotado en secreto años antes. El conde tenía seis hijos de matrimonios anteriores. También, una adicción furiosa a los opioides como el Demerol, que lo llevó a inyectarse diez veces al día o más. Vivía al límite: un furioso accidente de auto en la Costa Azul de Francia terminó con sus dos piernas rotas.

Y en el medio de todo esto, la estatua, la diosa de Thyssen, con su propia historia, desde la Antigua Roma hasta Barrio Parque, atada al caos de su amo.

Así, Fahsbender fue tras la historia. Para el periodista y escritor, comenzó en mayo de 2015 en Infobae, cuando Sin embargo, en el mundo del conde, nadie quería confirmar que el dueño original había sido Zichy Thyssen. El rastro de papeles, finalmente, diría la verdad.

Así, Fahsbender dedicó cuatro años de su vida a investigar el misterio de la Venus y el conde. Entrevistó a quienes marcaron la vida y la muerte de Federico Zichy Thyssen. Están su querida amiga y confidente, la princesa Laetitia D’Arenberg, su chef favorito, Jean Paul Bondoux, el curioso pintor que fue una de las claves para negociar la subasta de la estatua, hasta Héctor Konopka, el forense que analizó su cadáver, decenas de diálogos entre otros actores clave que eligieron el anonimato-.

El autor obtuvo ese rastro de papeles, miles de fojas de expedientes civiles y penales e informes reservados que encerraban los secretos de la debacle psiquiátrica del conde adicto y el conflicto de los Zichy Thyssen, una guerra de sucesión que representa el fin de una era de la aristocacia y el derrumbe de un linaje, el fin de un estilo de riqueza. El resultado es una investigación sin una línea de ficción que se lee como una novela, y que promete ser uno de los libros del verano.

“Hay mucho de mí en La Diosa de Thyssen, que se convirtió un tren de fascinación, con un poco de brillo, un poco de miseria humana, un poco de oscuridad. La última estación de ese tren es ese mundo del conde, ese jet set que ya no existe”, reconoce Fahsbender:

Infobae adelanta en exclusiva el capítulo que da comienzo al libro:

En diciembre de 2021, una historia circuló en ciertas partes de la aristocracia de la ciudad de Buenos Aires, en el uno por ciento dentro del uno por ciento. Luego, esa historia llegó hasta mí. Indicaba que una estatua de la Antigua Roma, una Venus de mármol, se había vendido por una fortuna, subastada días antes por Sotheby’s de Londres. Los aristócratas susurraban que esa estatua, precisamente, había salido de Buenos Aires. Decidí perseguir a la historia de la diosa, convencido de que había algo interesante sobre qué escribir, con la pandemia del coronavirus todavía en el aire.

Al final de esa tarde, la Venus se vendió por 24,5 millones de dólares, el mármol romano más caro de la historia.

¿Por qué esos aristócratas de Buenos Aires hablaban de ella con una insistencia tan particular? ¿Qué los ataba a esa estatua fabulosa? En el brochure de la subasta, Sotheby’s publicó la procedencia de la diosa, su lista de propietarios, que sus expertos e historiadores reconstruyeron meticulosamente. La lista comenzaba con un largo linaje de lords escoceses; llegaba, incluso, hasta el magnate estadounidense William Randolph Hearst. Y luego, esa lista de nombres se detenía. Los nombres de su último dueño y sus herederos fueron mantenidos en secreto por Sotheby’s con un silencio deliberado. Le pregunté a la casa de subastas: sus representantes en Londres y Buenos Aires se negaron a aclararlo. La intriga se volvía casi perfecta porque, para una buena intriga, se necesita una buena pregunta: ¿a quién le perteneció la estatua de mármol romana más cara para todos los tiempos? ¿Quién fue ese dueño final?

Y fue su nombre lo me llamó la atención, por sobre todas las cosas. Años antes, había visitado su casa, donde conocí la historia de su familia. Sabía que habían librado una guerra despiadada entre ellos en los tribunales porteños, dispuestos a arrancarse los ojos, una guerra, que, hasta donde suponía, no había terminado. Años después, el conde regresaba a mi escritorio.

Entonces, pregunté con más fuerza todavía, me lancé a los laberintos de la historia. Perseguí a sus protagonistas. Alarmados, rápidamente marcaron su distancia. Me decían “nada”, “no”, “no sé”, cosas así. Sabía que me mentían; no soporto que me mientan. También, oí sus verdades a medias. Me encantan las verdades a medias; vuelven doble al desafío, me emocionan más todavía que las mentiras mismas. El rastro de papeles en la Justicia fue el camino. Hallé una serie de documentos que hablaba, precisamente, de una Venus romana que le perteneció, y de cómo un magnate había intentado comprarla años después de la subasta en Sotheby’s. Esa primera pista me mostró el camino. Obtuve un expediente, luego otro. Cada revelación llevaba a una respuesta, pero también, a una nueva pregunta, a un nuevo giro en la historia de la Venus y el conde.

Con el tiempo, acumulé más de diez mil páginas de infidencias y secretos que, para cualquier supermillonario, sería un tabú revelar. Finalmente, gané la confianza de otros alrededor de la diosa y el conde y sus vidas, en intercambios de WhatsApp a altas horas de la madrugada y encuentros fugaces de café que se convertirían en conversaciones que duraron por años. Probar que la Venus le perteneció al conde, más allá de cualquier duda, se convirtió en mi primera obsesión. Lo logré. Los documentos estaban allí. Solo tenía que encontrarlos.

Fue extraño, al final. Siento que me atravesé a mí mismo con mi propia espada. Responder una pregunta, inevitablemente, lleva a otra pregunta, a una nueva habitación en la mansión del conde aún más oscura que la anterior. Esa obsesión, creo, todavía sigue conmigo.

Fuente: telam

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