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30/10/2025

Gauguin y su obra maestra, entre el existencialismo y la desesperación

Fuente: telam

El pintor francés creó en Tahití su icónica pieza “¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?“ mientras enfrentaba enfermedades y pobreza, para plasmar una síntesis de espiritualidad y emociones profundas

>En cada momento de la vida”, escribió Oscar Wilde en De Profundis, “uno es lo que va a ser tanto como lo que ha sido”.

Después de terminar la pintura —un friso de profundos azules y verdes ondulantes, con cálidos brotes de marrón, verde y dorado y destellos de rojo—, Gauguin se internó en las montañas cerca de su casa en Tahití e intentó quitarse la vida. “No sé si la dosis [de arsénico] fue demasiado fuerte”, explicó a su amigo, “o si el vómito contrarrestó el efecto del veneno, pero tras una noche de terrible sufrimiento, regresé a casa”.

Gauguin había planeado la obra que George Shackelford, curador de la exposición histórica Gauguin Tahití (2003), considera “uno de los grandes monumentos del arte occidental”, desde hacía tiempo. Esperaba que fuera su obra maestra, un testamento final, una pieza que resolviera, como él mismo expresaba, la “paradoja entre el mundo de los sentimientos y el mundo del intelecto”.

Sin poder costear mejores materiales, pintó sobre una sección de lienzo grueso de arpillera, o yute, de más de 3,6 metros de ancho y 1,35 metros de alto. Cubrió la superficie áspera de manera irregular con una capa de base blanca, antes de aplicar sus formas fluidas y colores intensos. Buscaba abarcar prácticamente todo: su propio arte, las artes en general, sus experiencias en Tahití, su filosofía, su percepción de lo espiritual, toda su improbable vida.

Dos meses después de salir de Marsella, se encontró en una isla devastada por enfermedades, alcoholismo, adicción al opio y pequeñas luchas de poder colonial. La religión polinesia había quedado relegada, suplantada por el protestantismo y el catolicismo.

Tenía 43 años cuando llegó a Tahití. Primero se vinculó con una joven anglotahitiana llamada Titi, pero la encontró demasiado habladora —además de “pulida por el contacto con... europeos”—, por lo que la reemplazó por Tehamana, una niña de 13 años cuya madre se la ofreció como esposa a la que era entonces la edad legal de consentimiento. Gauguin, sin mencionar que ya estaba casado, se enamoró de ella, asegurando que nunca había conocido a una “mujer” tan autosuficiente. Mientras, en París, su amante embarazada y abandonada, Juliette Huet, dio a luz a una hija.

Después de dos años en Francia, regresó a Tahití. Se mudó a un terreno alquilado a cinco kilómetros de la capital, Papeete, donde construyó una choza de bambú y hojas de palma y se emparejó con una joven de 14 años, Pahura.

Arruinado y dependiente de la morfina para calmar el dolor en su pierna, con episodios de tos con sangre y hospitalizaciones recurrentes, atravesó un periodo difícil. Ese diciembre, Pahura tuvo un bebé, que murió poco después de nacer. Al mes siguiente (enero de 1897), su hija Aline, de 20 años, falleció en Copenhague por una neumonía.

No hay consenso entre los estudiosos sobre el momento exacto de creación de la obra, lo cual resulta apropiado por su pretensión de atemporalidad. La mayoría piensa que Gauguin pintó ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos? antes de este fallido intento, aunque Prideaux sugiere que fue después.

A pesar de la agitación y los infortunios de la biografía de su autor, en este extraño friso hay algo silencioso y envolvente. Cuanto más tiempo se observa, más escurridizo se vuelve.

Gauguin no tenía interés en la alegoría. Fue un gran escritor (las dos primeras partes de su relato sobre Tahití, Noa Noa, se publicaron por esa época). Pero pintaba precisamente para evitar los rodeos y las interpretaciones obvias.

Las fuentes sobre las que se basaron las composiciones de Gauguin eran tan diversas que sugerían un diletantismo despreocupado. Pero él se veía como un sintetizador, un hombre en busca de vínculos comunes que condujeran a verdades más profundas. Su obra maestra bebe de fuentes tahitianas y polinesias; de la imaginería cristiana (la figura central de la pintura, aunque aparentemente masculina, sugiere a Eva del Antiguo Testamento alcanzando la manzana); figuras de los frisos del templo Borobudur en Java; fotografías pornográficas; arte egipcio y griego; Rafael; Poussin; Puvis de Chavannes; y Un domingo en La Grande Jatte de Georges Seurat.

Al igual que Degas, también era un gran reutilizador de su propia obra. Así, ¿De dónde venimos?... es una antología de las figuras, ideas y paletas de color usadas en otras pinturas tahitianas, que luego produjo más derivaciones.

El color es la clave de ese estado. Antes de que se convirtiera en obsesión de las vanguardias, estaba convencido de que el color tenía una relación estrecha con la música. Sentía que su uso solo podía ser “enigmático”. Intuía que las verdades más profundas surgen a partir de la simulación y el engaño.

Fuente: The Washington Post

Fuente: telam

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