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29/10/2025

De la pluma de Monroe a la flota de Estados Unidos: el retorno de la defensa hemisférica

Fuente: telam

La actual postura naval de EEUU no es un acto de agresión, sino la evolución natural de una doctrina tan antigua como la propia República

>Dos siglos separan la pluma que firmó la Doctrina Monroe de los cascos de acero que hoy patrullan el Caribe. Sin embargo, su mensaje es el mismo: los imperios extranjeros no tienen un reclamo legítimo en el Hemisferio Occidental. Desde la advertencia de Monroe hasta el corolario de Roosevelt, desde los tratados de la Guerra Fría hasta la actual fuerza naval frente a Venezuela, Estados Unidos ha declarado y defendido repetidamente un perímetro hemisférico. Este ensayo traza esa continuidad —política, moral y estratégica— y sostiene que la actual postura naval de EEUU no es un acto de agresión, sino la evolución natural de una doctrina tan antigua como la propia República.

En 1823, el presidente James Monroe se presentó ante el Congreso y trazó una línea en la historia: “Los continentes americanos no deben, de ahora en adelante, ser considerados como sujetos a futura colonización por ninguna potencia europea” (Monroe, 1823). No era solo una declaración diplomática, sino civilizacional. La joven república, aún frágil tras una generación de revolución, afirmaba la soberanía moral y geográfica sobre todo un hemisferio. La Doctrina dio al Nuevo Mundo un escudo contra el Viejo. También dio a Estados Unidos su destino.

En ese momento, América no poseía ni la flota ni el prestigio global para imponer esa declaración. No obstante, sembró una idea que sobreviviría a las monarquías que enfrentaba. El hemisferio, en esta visión, no era un territorio salvaje a repartir, sino una zona compartida de independencia bajo la mirada vigilante de Estados Unidos.

Ochenta años después, Theodore Roosevelt convirtió el ideal de Monroe en músculo político. El Corolario Roosevelt (1904) declaró que los delitos crónicos o la inestabilidad en las Américas podían invitar al “ejercicio de un poder de policía internacional” (Roosevelt, 1904). Fue el nacimiento del intervencionismo como deber hemisférico. De la República Dominicana a Nicaragua, de Haití a Panamá, los Marines estadounidenses se convirtieron en custodios de la estabilidad y garantes de la exclusión occidental.

El Corolario surgió directamente de la crisis venezolana de 1902–1903, cuando potencias europeas bloquearon Caracas por deudas impagas. Roosevelt temía que la palanca financiera se convirtiera en un pretexto para el retorno imperial al Nuevo Mundo. Esa lógica —la deuda como control— aún resuena hoy.

Los críticos lo llamarían más tarde imperialismo. Roosevelt lo habría llamado realismo. Creía que la paz en el hemisferio no dependía de la buena voluntad de potencias lejanas, sino de la mano firme de Estados Unidos.

La Política del Buen Vecino de Franklin D. Roosevelt, en la década de 1930, suavizó la imagen de la intervención, pero la lógica estratégica nunca desapareció. Cuando llegó la Segunda Guerra Mundial, el Hemisferio Occidental se convirtió en una fortaleza. Las bases estadounidenses se extendieron de Cuba a Brasil, asegurando que ningún buque del Eje amenazara la puerta del Atlántico. La lección perduró: la unidad hemisférica no era sentimental; era supervivencia.

Después de 1945, la Unión Soviética reemplazó a Europa como intrusa. El Tratado de Río (1947) unió a las Américas en un sistema de defensa colectiva. La Alianza para el Progreso y la Doctrina Reagan fusionaron después el anticomunismo con el desarrollo y la ayuda militar. El hemisferio se convirtió tanto en campo de batalla como en bastión. Guatemala, Chile, Nicaragua y Cuba se transformaron en escenarios donde la ideología probó los límites de la visión de Monroe.

Cuando misiles soviéticos aparecieron en Cuba en 1962, la Doctrina enfrentó su mayor desafío. El presidente Kennedy la invocó directamente, enmarcando el enfrentamiento como una defensa de la integridad hemisférica (Kennedy, 1962). La crisis terminó no solo en victoria, sino en vindicación. El hemisferio había resistido la ocupación una vez más.

Con la caída del Muro de Berlín, Washington creyó que la historia había terminado y la geografía ya no importaba. La Administración Clinton impulsó la liberalización comercial a través del NAFTA y la Cumbre de las Américas, buscando prosperidad mediante la integración y no la protección. El secretario de Estado John Kerry incluso declaró en 2013 que “la era de la Doctrina Monroe ha terminado” (U.S. Department of State, 2013).

Para 2019, la marea había cambiado. El asesor de Seguridad Nacional John Bolton anunció una “Doctrina Monroe 2.0”, advirtiendo a Rusia, China e Irán que “el Hemisferio Occidental es nuestra región” (U.S. Embassy in Nicaragua, 2019). Fue una reafirmación contundente de una vieja verdad. Cuando Estados Unidos despliega hoy grupos de portaaviones y activos de inteligencia cerca de Venezuela, no está reescribiendo la historia. Está reclamándola.

Rusia provee asesores y activos aéreos a Caracas y Managua bajo el pretexto de misiones de entrenamiento (CSIS, 2025). No se trata de incursiones aisladas; representan una presencia estratégica atrincherada que desafía dos siglos de soberanía hemisférica. En respuesta, la flota estadounidense se alza como escudo y declaración: el hemisferio no está en venta.

Cada generación reinterpretó a Monroe en su propio dialecto:

    La continuidad es sorprendente. De las goletas del siglo XIX a los destructores de hoy, Estados Unidos ha defendido una sola idea: la seguridad comienza en casa y la casa comienza en los bordes del hemisferio.

    No se trata de una política de conquista, sino de tutela. El hemisferio siempre ha sido la obligación moral y geográfica de Estados Unidos. Las potencias extranjeras que explotan la deuda, la corrupción y la desesperanza para atrincherarse en nuestra región no son inversionistas benignos; son colonizadores modernos. Sus métodos han cambiado, pero sus intenciones no. Puertos, redes digitales y concesiones petroleras pueden servir al mismo propósito que antes servían las cañoneras: proyección de influencia.

    Lo que Roosevelt temía de Europa en 1904 —la deuda usada como pretexto de dominación— ha regresado a través del financiamiento y los esquemas de infraestructura de Pekín. Los bancos de desarrollo chinos ejercen hoy una forma de secuestro económico en las Américas, atando gobiernos enteros a cronogramas de pagos vinculados al petróleo y a los minerales. Incluso México, tan cercano geográficamente, se ha convertido en objetivo de expansión industrial y de telecomunicaciones mediante empresas estatales chinas.

    Ignorar esta realidad sería traicionar la misma doctrina que resguardó la independencia estadounidense durante dos siglos.

    La actual fuerza naval cerca de Venezuela es la expresión visible de un principio bicentenario. El acero puede ser nuevo, pero el mensaje es antiguo. El hemisferio es el fundamento de la paz estadounidense. Su defensa no es un acto de agresión, sino de continuidad. La pluma de Monroe trazó la primera línea. Roosevelt, Kennedy y Reagan la reforzaron. Ahora, la flota la mantiene.

    La lógica de la Doctrina Monroe converge ahora con los principios que guiarán la próxima Estrategia de Defensa Nacional y la Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU Ambos documentos definirán la seguridad hemisférica como parte integral de la defensa de la patria. Esto refleja el reconocimiento de que la seguridad del territorio continental estadounidense comienza con la estabilidad de las naciones que lo rodean. El mar Caribe, el golfo de América, el canal de Panamá y el Atlántico Sur no son zonas periféricas, sino extensiones del perímetro defensivo estadounidense.

    Al final, la Doctrina Monroe nunca fue una reliquia. Fue una promesa. Y hoy, esa promesa navega de nuevo.

    Fuente: telam

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