Domingo 12 de Octubre de 2025

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12/10/2025

Liliana Viola y un retrato inusual de Martha Pelloni, la monja que desde los 90 enfrenta al poder, la corrupción y el crimen organizado

Fuente: telam

La periodista y escritora ganó el Premio Anagrama de Crónica con “La hermana”, un perfil de la religiosa que hace 35 años lideró en Catamarca la estremecedora respuesta social al crimen de María Soledad Morales

>Liliana Viola nació en Buenos Aires en el año 1963. Periodista, guionista, editora y dramaturga. En 2008 fue una de las cofundadoras del suplemento “Soy” del diario Página 12 dedicado a la diversidad sexual y que dirigió durante 14 años. Gestora cultural, autora de diversas antologías y espectáculos, Liliana es autora de las biografías Con este trabajo Viola ganó el Premio Anagrama de Crónica, que contó con un jurado integrado, entre otros, por Juan Villoro, Martín Caparrós y Leila Guerriero. En su libro, macerado a lo largo de años y para el que contó además con dos entrevistas con Pelloni, Viola indaga en las razones que llevaron a la religiosa a convertirse en un estandarte de la valentía y el arrojo al enfrentar durante décadas al poder, la corrupción y el crimen organizado.

Una vez más Liliana echa mano a su curiosidad, su desparpajo y su calidad como cronista para producir un perfil inusual de la monja, alejado de la solemnidad y pleno de hallazgos, al tiempo que, de manera incisiva pero lejos del morbo, hunde la pluma en las entrañas de la Argentina más sórdida, aquella que habitualmente elegimos no ver. El libro de Viola descubre a una mujer de la Iglesia que tiene una mirada no discriminatoria de la homosexualidad y que promueve el uso del preservativo para evitar enfermedades y embarazos no deseados. Ya en tren de seguir buscando nuevas puntas, La hermana puede leerse también como una singular conversación entre dos mujeres alrededor de un tema que está por fuera de toda cuestión terrenal: la fe.

— Tu libro podría haber sido simplemente el retrato de una mujer y su espiritualidad y de cómo salir de esa espiritualidad para hacerle el bien a la comunidad. Y ya sería mucho, porque Martha Pelloni es una persona que, efectivamente, le hace el bien a la comunidad hace tiempo. Pero vos conseguís algo que es interesarnos, contarnos, pero sin el morbo que suelen tener determinadas crónicas en relación a los temas de violencia de género o del crimen organizado, en general. ¿Cómo conseguís eso?

— Como los rituales.

— Rituales satánicos, por decir lo más morboso de todo. Es esa parte la que a mí me interesó sobre todo y por eso ese fue uno de los primeros problemas, es decir, cómo lidiar con el morbo por un lado y, por otro lado, cómo lidiar con la buena persona, la persona que hace el bien. Es algo que aburre, que cansa tremendamente, y lo otro también es algo que cansa tremendamente. Yo cuento en el libro apenas cuatro o cinco de los centenares de casos, imaginate que el otro día hablaba con ella y yo le decía: bueno, pero usted me contó el caso de la niña que se intoxica con mandarinas. Ella me dice: no, eso yo nunca lo vi. Le digo: ay, pero entonces estoy equivocada. Y me dice: no, no, no, debe ser verdad, lo que pasa es que son tantos los casos que ya no los puedo recordar. Así que son infinitos.

— Sí, con un agrotóxico. Mandarinas que se usaban como cebo.

— Son todos temas que nos pasan de costado. Lo de los crímenes rituales, de pronto, pueden aparecer un tiempito y agotan, como vos decís. Porque además es como si los medios efectivamente le sacaran o le sacáramos todo el jugo, porque, bueno, es así: todos nos cansamos, ¿no?

— Entonces no lo viste como un libro al comienzo.

— Me pareció que era un gran libro y después me pareció que era imposible de hacer. En principio, la imposibilidad de ponerme a contar todos estos crímenes tan cruentos. Hay algo que es absolutamente real y que yo cuento en el libro: yo no viajo, no sé si es de tímida, odio la palabra fóbica porque no me voy a poner un diagnóstico, pero me cuesta mucho esto de dialogar. Parece que estoy hablando fluidamente ahora, pero es algo que me cuesta. Entonces me pareció que cada uno de estos casos merecía, como históricamente han merecido, que la cronista vaya al territorio, investigue por su cuenta, no sólo escuche lo que han dicho otros periodistas o hable con la monja, y entonces, a pesar de que iba juntando todo el material, me daba cuenta de que no iba a poder hacer un libro, pero a la vez no lo dejaba. Y, así, junté centenares y centenares de notas y entrevistas a la monja. La monja incluso escribió un libro en algún momento, un libro que no leyó nadie, es de la Editorial Claretiana. Es un libro difícil de leer porque es una entrevista muy poco profesional, donde va relatando algunos casos y cuenta cómo pasa de ser una monja mediática y solitaria a algo que a mí me parece muchísimo más interesante que es alguien que se da cuenta de que no puede sola como pudo hasta ahora y entonces arma una red, Infancia Robada. Que todavía es menos sexy eso todavía.

— Es decir, está lleno de organizaciones buenísimas.

— Sí, pero en un país que, en general, no construye legados tampoco en términos de liderazgos, es bueno que haya gente que esté trabajando a la par. Está bueno porque es pensar que cuando ella no esté va a haber alguien que va a seguir con esa tarea.

— En el medio de todo esto, que ya de por sí es súper interesante y que uno podría simplemente repasar esos casos y ya estaríamos viendo la sordidez argentina, en tu libro también hay muchas revelaciones muy interesantes y que tienen que ver con los casos pero también con la vida de Martha Pelloni. En cuanto a los casos, concretamente me resultó muy sorprendente eso de que las marchas del silencio no fueron pensadas así sino que salieron así por un tema de cuidado.

— Ah, eso me pareció también maravilloso.

— A mí me pareció buenísimo también porque fui con esa misma pregunta, ¿no? Qué inteligente, cómo lo hizo. Y también me pareció muy sincero de su parte que dijera: no, no, m’hija, la verdad que no fue así. Lo que estaba pasando es que ella estaba estaba en la dirección y de repente aparece el jefe de policía, que es padre de uno de los más que sospechosos de haber participado en el asesinato de María Soledad, y fue a apretar a la monja. Como ella dice, “había espías por todos lados”, entonces sabían que las chicas, con los padres también, estaban queriendo salir a marchar esa mañana.

— La apuraba con que era peligroso y también con que ella era la directora de la escuela y, por lo tanto, era responsabilidad de ella si algo les pasaba. Es decir, la estaba amenazando, directamente. Además de que le estaba diciendo tres o cuatro hipótesis ridículas y típicas del momento de por qué había muerto María Soledad. Es decir, un crimen pasional, para sintetizar. Entonces, vos pensá en una directora en la década de los 90, monja, llegada hace cuatro meses a una escuela de una provincia, una responsabilidad tremenda. Yo creo que lo más típico habría sido decir…

— “Chicas, lo pensamos mejor”.

— Esos pasos retumbaron en todo el país, además, porque estaban siendo transmitidos por televisión, además de las crónicas que salían en los diarios, y todo eso ayudó realmente el éxito de esa convocatoria, ¿no?

— También eso lo decís y lo marcas mucho en el libro, sí.

— Bueno, los más involucrados quisieron sumarse a las investigaciones.

— Eran los que se ponían a investigar, sí. Pero después aparecen otras cosas, que también tienen que ver con cuestiones de género y que me resultaron muy interesantes a partir de las preguntas que le hacés. Por ejemplo, vos le preguntás por su postura contra la discriminación de la diversidad sexual y su opinión parece chocarse con la línea general de la Iglesia. “Bueno, tengo mis diferencias”, dice Pelloni. Leo: “Mi visión sobre la ley de salud reproductiva, por darte un ejemplo de las cosas que no me cierran, me ha costado que un obispo me prohibiera la entrada a su provincia y me denunciara ante el Vaticano de Ratzinger, con el que tuve muchos problemas. He ayudado a monjas que se descubrieron lesbianas y enamoradas a que buscaran su camino. Lo mismo con celebraciones de matrimonios entre varones. Estoy a favor del control de natalidad y siempre me pronuncié abiertamente. No sabés cuánto lloré cuando nombraron papa a Ratzinger. Pero no cambio de posición. Es que no entiendo cómo se pudo negar el uso del preservativo. Primero, por nuestros jóvenes, que de otra manera se exponen al sida; y segundo, ¿en qué sentido es benéfico que en una familia sin recursos nazcan ocho, diez, catorce hijos, muchos con enfermedades producto de la mala alimentación de la madre durante el embarazo? Yo a las monjitas que están haciendo misión en el campo les pido que expliquen los cuidados para evitar el embarazo y el sida. A las médicas, que trabajan allí voluntariamente, les digo que si no pueden entregar preservativos y enseñar –no es fácil esta tarea en el campo– acepten cuando las mujeres piden ligazón de trompas. Dios no puede querer que nazcan hijos de padres alcohólicos con el destino de la discapacidad o el abandono”. En lo personal, me sorprendió el nivel de sentido común y sensatez de estas declaraciones.

— Lo señalás al pasar, pero no pones el foco ahí. Y está bien.

— Yo me atrevería a decirte que, como mucha gente que lo piensa realmente, en su afán por evitar lo peor, que es que esos chicos nazcan en lugares donde no son queridos, creen que alcanza con la educación sexual y la posibilidad de tener las herramientas para evitar los embarazos. Es una ilusión, pienso.

— Sí, sí, por eso me resultó súper interesante eso porque además vos le hablás además de tu propio vínculo, tu experiencia con lo espiritual y con la Iglesia. De cómo fuiste a una escuela de monjas y cómo dejaste de creer, digamos.

— Muy crítica.

— Y de perderme lo mejor.

La hermana es un retrato sobre la monja Martha Pelloni pero es también un retrato sobre los argentinos. Y sobre cómo, a veces, personas o instituciones que no son las instituciones que deberían hacerlo son las que finalmente se ocupan de las grandes necesidades que tenemos. A veces no es el Estado, muchas veces no es el Estado. sino personas que están detrás de algunas organizaciones. Pero estábamos hablando de algo todavía superior y que tiene que ver con la Iglesia, y con la fe y la espiritualidad, y vos de entrada le planteás estas cosas a la religiosa. Vas planteando tus diferencias cuando hablás con ella. Y, al mismo tiempo, cuando escribís decís: pero por qué hice eso, cómo me zarpé. Qué es esta cosa de ir a ver a una religiosa y decirle: ah, pero mire que yo ya no creo.

— Un “dale Liliana, usa lo que tenés”.

— Tenías enviados especiales igual a esos lugares a los que no ibas.

— Amigas. Y lo contás.

— Pero, así y todo, del otro lado obtiene respuestas.

— Bueno, es que hay revelaciones de todo tipo porque está la revelación de lo que tiene que ver con tu experiencia en la escuela de monjas que hablaban francés, y aparecen en tu historia las monjas francesas desaparecidas en dictadura, pero aparece también el peronismo familiar de Martha Pelloni en su padre, veterinario militar. Si alguna vez yo leí eso, lo había olvidado. Empieza a aparecer el peronismo en la familia y en la propia Martha Pelloni, en algún momento. Esa idea de estar muy cerca del partido más popular de la Argentina.

— Eso me resultó una revelación también.

— Bueno, ves, y yo tampoco creo. Y encima soy judía, imaginate. Pero es que cuando te encontrás con un personaje tan interesante, todo va más allá de la fe. Es otra cosa. Estamos hablando de humanismo.

— Algún chanchullo.

— En algo turbio.

— Aquel “hagan lío” del papa Francisco.

— No solo eso, tiene una cosa entre asombrosa y desubicada ella. El modelo Lilita Carrió, te diría.

— Esa cosa zarpada en la que hoy apoya esto, mañana no y te dice explica por qué ya no lo apoya y ahí te da también los nombres. No queda completamente aferrada a las cosas.

— No quedó aferrada al peronismo. No quedó aferrada a su momento macrista tampoco.

— Sí, yo debo decirte que cuando vi que tu libro premiado era sobre Martha Pelloni me sorprendí por todo esto que estás explicando en relación a los medios en los que vos te moviste siempre y también por los temas de género y diversidades en los que siempre trabajaste. Desconocía que habías ido a una escuela de monjas. O sea, no había hecho la asociación de lo que había significado para vos estar en esa escuela con las monjas francesas y demás. Fue una sorpresa y leerlo me confirmó que habías hecho muy bien en hacer algo que parecía tan a contramano de lo que hiciste siempre.

— Pero estabas diciendo que lo escribiste especialmente para presentarlo al premio, que ese premio te tentó. Tamara Tenenbaum hace poco contó que su ensayo premiado fue producto de algo parecido, que el trabajo estaba en una etapa incipiente pero que el premio fue el estímulo para terminarlo.

— Y con una fecha de cierre determinada.

— Dice todo.

— Te habla de una vez que subió a un auto con una amiga y sintió tempor. También de un sacerdote que se enamoró de ella. Me estoy acordando.

— O sea, a Migré lo tuvimos.

— Bueno, tuviste tu experiencia también.

— La enumeración le quitaba tensión narrativa, también.

— En México.

— Sí, hermana, pero usted cree en Dios y yo no.

— Usted está esperando algo que yo ya no espero.

Fuente: telam

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