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04/10/2025

Corrientes y la búsqueda de sentido en una tierra marcada por la memoria familiar

Fuente: telam

La autora de “Para salvar el latido” reconstruye la concepción de su novela, con el tránsito constante entre dos ciudades, la evocación de lazos de sangre y la transformación del caos en literatura

>Corrientes fue para mi un viaje de regreso a mis orígenes luego de la muerte de mi padre. Habían pasado muchos años. En ese viaje de vuelta, por cierto difícil, tomo contacto con la figura de mi abuelo quien fue director del leprosario El Cerrito. Visito el leprosario. En el antiguo crematorio donde funciona la biblioteca, entre urnas y libros me recibe una chica, profesora de lambada, que me acerca informes sobre el lugar. Camino ese espacio de construcciones inglesas destruídas y tomadas buscando los rastros de mi abuelo.

Para salvar el latido nace de otra urgencia. Cómo permanecer en un territorio que no logras descifrar. Qué significa salvar el latido frente a la incertidumbre y la fragilidad. Algunas de las postales: un yacaré en una pileta, una laguna reseca y la línea de fuego en el horizonte. Animales sueltos intentando sobrevivir de la manera que fuera. Los estragos de la sequía y los incendios en planos que se superponen. La sensación de vivir al borde del abismo como si todo estuviera en su lugar. Ahí empecé a imaginar la novela en una tierra que no deja de provocar.

Viajaba todos los meses de Buenos Aires a Corrientes. Con la calcomanía del Gauchito Gil en el vidrio del auto, tocaba tres veces la bocina cuando pasaba frente al altar en Mercedes como una especie de conjuro. El área era tierra arrasada desde hace unos años, un altar de la nada donde resistía el Gauchito.

Esquivaba las motos y los pozos de la ruta. Me recuerdo en la banquina, la goma pinchada y un manco que detuvo el auto para ayudarme a cambiar la rueda. La sensación de que todo orden se disloca allí.

En mis regresos a Buenos Aires recibía noticias de “allaité” (de muy allá) , de ese Corrientes rural y profundo que no lograba traducir. Una foto de las piedras que le habían sacado de la vesícula a la madre de un vecino que yo traducía como un guiso. Que rico guiso te vas a comer, Alberto. El hombre no entendía si yo le sugería cocinar un guiso con los cálculos de la madre. El relato de una curandera que desentierra un mechón de pelo de la dueña anterior de una casa que provocaba las enfermedades de un hijo. Fotos y relatos en audios por whatsapp que no lograba descifrar, ni acá ni allá.

Mi mirada urbana filtraba toda la realidad.

De Corrientes a Buenos Aires y de Buenos Aires a Corrientes empecé a vivir en tránsito, “en tránsito estoy a salvo” diría el personaje de la novela. La ciudad me aliviaba la sensación de extrañeza, de abismo, de quedar cautiva de un mundo que no lograba entender. Empecé a escribir de manera fragmentada, me abruma contar todo, sentía una falta de articulación en lo que iba escribiendo, entonces lo llamé a Jorge Consiglio. Acá se prende todo fuego y no era una metáfora. Necesitaba que en ese caos de escritura entrara otro, que como un hilo de Ariadna me trajera de vuelta de ese laberinto en el que me perdía y a la vez me generaba cierta fascinación.

La escritura me funcionó como un lugar de retorno.

Volví a los esteros a corregir la novela, esa vez frente a una laguna llena. La sequía había quedado atrás, intentando encontrar el mapa en la piel del yacaré estampado en el asfalto.

Fuente: telam

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