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03/10/2025

Viajó a Francia para ser niñera y terminó protagonizando una película premiada en San Sebastián: su revelación en una sala de cine

Fuente: telam

A los 20, Isabel Aimé González Sola dejó Mendoza para empezar una nueva vida en Europa. Poco después de llegar, la ilusión inicial se desmoronó: “No entendía una palabra de francés y lloraba todas las noches”. En medio de esa crisis se encontró con el teatro y con él se abrió un mundo. “La actuación me ocupó todo el espacio y las ganas”, dice

>El día que cumplió 20 años, estaba en un avión rumbo a Francia. Isabel Aimé González Sola recuerda ese momento como una bisagra. Fue un 23 de octubre. La mendocina dejó atrás Chacras de Coria para probar suerte con un programa de intercambio anual que le ofrecía trabajo de niñera en Europa, un sueldo modesto y la posibilidad de aprender un idioma nuevo. Nunca se imaginó que aquel viaje era apenas el comienzo de un recorrido que, más de quince años después, terminaría con ella en un festival de cine internacional.

Dominar el francés tampoco fue fácil. “Entendía apenas algunas palabras y eso me angustiaba. Lloraba todas las noches”, recuerda. Entre la rutina y el aislamiento, Isabel encontró un respiro. Todos los domingos se tomaba dos colectivos para llegar al centro de Nantes y sentarse en una sala de cine. “Una vez que salí de mirar una película y dije: ‘Este es el único lugar donde me siento bien. Es por acá’”. Esa certeza pronto marcó el rumbo de su vida.

Isabel nació y creció en Chacras de Coria, Mendoza, en una familia numerosa y ensamblada. “Somos seis hermanos: todos de la misma madre, pero de distinto padre”, explica. En ese pequeño pueblo de Luján de Cuyo, los días parecían infinitos. “Tuve una infancia salvaje. Mucho tiempo libre, jugando con los perros y aburriéndonos”, recuerda. Como en su casa la televisión estaba restringida, se escapaba a lo de su vecina, Rosa, para mirar novelas mexicanas, que después analizaba con obsesión antes de dormir. “Me quedaba horas pensando ‘¿Qué le va a pasar a la protagonista?’. Le daba mucho espacio a las historias ficticias”, dice.

La idea del viaje Francia apareció temprano. Su padre vivía en el exterior desde que ella era muy pequeña y eso le hizo saber que había otro mundo posible. A los 20 probó suerte unos meses en Buenos Aires, hasta que encontró el programa de intercambio que la llevó a Nantes. “A esa edad no le tenés miedo a nada. O capaz le tenés miedo a todo, pero es inconsciente. Me animé porque pensaba que la vida verdadera iba a empezar ahí. A los meses, toda esa rutina con la familia de panaderos empezó a parecerse más a la vida en un convento”, dice.

Esa insatisfacción la obligó a preguntarse qué era lo que realmente le hacía bien. La respuesta estaba clara: el cine. Esa revelación fue el primer paso: si el cine era refugio, ¿por qué no tomar clases de actuación? “Ahí arranqué a averiguar cómo hacer para empezar a estudiar teatro y me di cuenta de que era mucho más difícil de lo que yo pensaba. En Francia tenés que prepararte para una audición, entrar a una escuela por dos años y, después, a otra por tres más. Es muy académico”, cuenta. Aun así, lo intentó.

Cuando decidió empezar a estudiar teatro, Isabel lo tomó como “algo serio”. Lo primero que hizo fue buscar una maestra. Así llegó a Odette, una mujer de casi ochenta años que con una carrera artística más desarrollada en Bélgica. “La llamé por teléfono y me dijo: ‘Sí, ¿pero vos hablás francés?’. Le dije que sí, aunque apenas podía. Nos encontramos en un café que se llamaba Molière, y me propuso preparar unas escenas de Antígona —la tragedia de Sófocles— para que pudiera presentarme en una escuela”, cuenta.

“Mientras estudiaba, mi papá me ayudaba económicamente. Si bien nos pagaban comida y alojamiento, siempre necesitás una mínima ayuda. Mucho no podía trabajar porque los horarios eran delirantes”, cuenta. Tras su egreso, y hasta que consiguió su primer trabajo como actriz, hizo de todo: fue profesora de español, probó otra vez como niñera y trabajó en comedores estudiantiles. “La gaviota de Chéjov fue mi primera obra. Y ahí medio que arranqué y no paré. En Francia, cuando sumás horas como actriz, el Estado te da un estatus: aunque no trabajes ese mes, recibís ayuda”, cuenta.

—“Las Corrientes” es tu primer protagónico en cine. ¿Antes habías hecho otras películas?

Sí. Cuando egresé de la escuela filmamos una película totalmente punk con mis amigos, se llama El pequeño caos de Ana. Yo hacía de Ana. No teníamos un peso: nos prestaron un avión para rodar una escena, autos de carrera para hacer persecuciones, había tiros, armas… Fue todo a pulmón. Después vinieron muchas obras de teatro —ya perdí la cuenta— con compañeros de la escuela y directores que me audicionaban. Mi primera película “oficial” fue en realidad un papel mínimo, pero inolvidable: actué junto a Catherine Deneuve en Fête de famille (La fiesta de la familia). Mi rol era muy chiquito, pero estaba siempre ahí, viendo cómo trabajaba todo el elenco.

—Hay una escena que filmé en el agua que fue tremenda. Estábamos en Suiza, nevaba, y el agua estaba superfría. Me entrené con un traje de neoprene, pero igual fue durísimo. Entraba y salía, iba a un sauna y volvía a meterme. Fue clave para que no me diera hipotermia. Y después estuvo el tema del acento: yo tengo muy marcado el mendocino y Lina, mi personaje, debía sonar porteña. Trabajamos mucho con Mariana Guerrero, coach vocal, para bajarlo.

—Parece increíble que todavía conserves el acento mendocino si hace más de 15 años que vivís en Europa.

—En el Festival de San Sebastián, la película ganó el Premio RTVE Otra Mirada. ¿Cómo lo viviste?

—Fue Hermoso. No soy de estar pendiente de los premios, pero San Sebastián me conmovió. Vi películas que me encantaron, como Nuestra tierra de Lucrecia Martel. El festival me pareció un lugar perfecto para bautizar Las corrientes: el público fue muy afectuoso, sentimos mucho cariño. Antes habíamos ido al Festival de Toronto, pero fue distinto: yo no hablo inglés y me costó. Además, es una ciudad enorme, me sentí medio perdida. San Sebastián fue todo lo contrario.

—Mi mamá, Mercedes, viajó hasta San Sebastián con mi hermanita. Vengo de una familia muy amorosa y siempre estuve muy anclada a mis hermanos (Amparo, Rosario, Ana, Gregorio, Sol, Indiana y Alma) y a mis padres y sus parejas. Creo que mi madre solo me había visto en La gaviota, cuando recién salí de la escuela. Para ella también era importante porque gran parte de mi vida artística la hice en el anonimato y lejos de casa. En este momento tengo varias hermanas viviendo afuera y estamos todas repartidas. Mi padre, Gustavo, que pasó muchos años en el exterior, ahora está más en Francia, y me dijo que va a viajar a ver el estreno en Argentina.

No, no tengo el sueño del Óscar. Por estos días estoy escribiendo un proyecto con mi hermana y me encantaría filmar en Mendoza. Ser actor o actriz hoy es muy difícil, y tampoco sé si lo más sano es quedarse esperando un reconocimiento.

Fuente: telam

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