Domingo 28 de Septiembre de 2025

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28/09/2025

El secreto de Fernando Botero para la evolución de su estilo volumétrico está aquí

Fuente: telam

Tres obras exhibidas del gran artista colombiano exhibidas en el museo de Bogotá que lleva su nombre, destacan por una reinterpretación audaz del canon clásico

>En el corazón del barrio La Candelaria, de Bogotá, Colombia, el Museo Botero guarda tres piezas que permiten leer, casi en secuencia, el surgimiento, la ambición artística y el humor del colombiano Fernando Botero (Medellín, Colombia, 1932 - Mónaco, 2023).

Mandolina sobre una silla (1957) es la primera de estas piezas: muestra un instrumento apoyado en un asiento tapizado, aunque ese objeto se vuelve extraño cuando el espectador hace foco en el orificio del instrumento: demasiado pequeño para lo que la percepción espera.

No se trató de un capricho aislado: la “mandolina de agujero pequeño” se volvió relato fundacional en la memoria de la crítica: diversas reconstrucciones sitúan el hallazgo a mediados de los años 50, cuando el joven Botero, entre México y Bogotá, advirtió que encoger un elemento generaba la ilusión de un volumen desbordado. Aunque el artista no lo decía abiertamente, ese “eureka” selló la línea de investigación que hoy llamamos “volumetría” en su obra, y que no es un simple “agrandamiento”, sino una reflexión sobre la medida como generadora de sentido. Ahí nació, nada menos, que el estilo de Botero.

Además, en ambas manos del padre vemos anillos matrimoniales… un detalle incómodo. Ese triángulo de signos -serpiente, manzana, duplicidad conyugal- activa una lectura ética que varias lecturas académicas y ensayísticas reconocen: el padre como portador de una falta, la tentación como sombra en el hogar, el “pecado original” reescrito en clave laica y contemporánea.

En ese marco interpretativo, el hijo hereda la cara del padre (son idénticos), como si la pintura insinuara la transmisión de rasgos, pecados y culpas entre hombres, como parte de la herencia patriarcal.

La escena doméstica se vuelve, entonces, escenario de la moral: hay pecados, hay secretos, tentaciones y culpas. La imagen de la familia tradicional no se derrumba pero tiembla. En ese endeble equilibrio, entre la candidez y la advertencia, Botero expresa mucho con gestos mínimos.

Su Monalisa se inspira en una imagen ultraconocida, pero atraviesa un filtro de proporción diferente: el conjunto, un cuerpo que pesa y ocupa, se hace tan presente como la figura misma. Y en ese gesto, el artista demuestra que su estilo no es una broma volumétrica, sino una poética, capaz de dialogar con cualquier canon sin perder identidad.

La medida, entonces, la redondez, la “gordura”, deja de ser obediencia para volverse decisión, e interpreta un ícono universal, aunque al momento de la aparición del cuadro fue un riesgo apostar por una percepción que muchos llamarían “exagerada” y sostenerla con rigor hasta que revelara su potencia. El diálogo de Botero con la obra cumbre del Renacimiento también revelaba su ambición.

Al caminar por estas salas, uno entiende que la volumetría en Botero no es una manía por agrandar las cosas: es una ética de la mirada. El artista encuentra el modo volver a mirar para cambiar la forma en que miramos, para mostrarnos que se puede ver de mil modos.

Fuente: telam

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